ALGUIEN MÁS EN NUESTRAS VIDAS

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Llevamos un año aquí y era hora de tener a alguien nuevo a la mesa. El amigo de trabajo de mi esposo ha venido de visita con su esposa. Supongo que Louis ha visto que no tengo nadie con quién hablar a excepción de las gallinas que compramos hace un mes y por la salud de mi juicio me trajo una amiga.

— Por fin te conozco— me dice la mujer—, soy Amelia, la esposa de Berth— señala a su esposo que conversa con el mío en el comedor, ella se dispuso ayudarme con la comida—. Viven tan lejos que por un tiempo creí que solo eras una imaginación de tu esposo— se ríe con vergüenza— ¿nunca vas a la ciudad?

Ahora me toca reír— claro que voy— digo y espero que mi acento no la confunda demasiado—, es que no converso mucho por causa de mi forma de hablar— ella asiente dando a entender que me ha comprendido.

No es tan cierto que no converse mucho, es que con los que converso en su mayoría son del pueblo siguiente donde hay un templo similar al que yo asistía de vez en cuando con papá, después mamá no quiso que vaya más pues me mezclaba con gente de "baja posición". En esta ciudad, que es la que más cerca nos queda no hay una así.

— Es por eso que no te veo muy seguido— entiende Amelia y yo asiento.

— Solo voy de compras y regreso— digo.

— ¿Y no tienes miedo?— pregunta y yo niego— y si encuentras algún malhechor por el camino— está en serio preocupada, creo que me agrada.

— Por eso voy con el perro— digo y señalo al perro que tenemos afuera y que ladra fieramente espantando hasta las moscas—, además escojo una hora que no sea tan vacía de gente en el camino y aparte, el tramo es corto.

Hace un esfuerzo por entenderme, creo que he usado demasiadas palabras— comprendo— dice por fin—, no tienes miedo— asiento—,es bueno no tener miedo, pero hay que ser precavidos, miro tu vientre y me digo ¿no es un poco peligroso que camines en ese estado?

Me toco el vientre, no estoy segura cuántos meses son con exactitud, creo que unos cuatro o cinco, no soy regular en mi costumbre— me dijeron que le ayudaría la caminata— repito el consejo de la señora donde compro, ella tuvo su primer hijo a los catorce y desde allí no perdió ni uno solo de sus siete hijos, pero siempre recuerdo a mamá que perdió a mis hermanos mayores no sé en qué tiempo de embarazo—. No me canso— digo muy sincera—, solo el sol me quema un poco.

— Aun así no tienes tantas manchas— dice mirando mi rostro—, tu piel es tan distinta, hasta parece más fina.

— Gracias— digo y pongo agua para preparar algo de beber, Amelia me ayuda a sacar la otra cazuela del fuego.

— Es tu primer bebé ¿cierto?— sabe que lo es, pero entiendo su punto y asiento— debes tener cuidado, aléjate del fuego ¿no tienes alguien que te ayude?

— No, sale caro si contratamos a alguien que me ayude, podré sola— digo con confianza.

— No seas tan valiente— me pone una mano en el hombro—, yo vendré a ayudarte de vez en cuando, es tu primer bebé, debes superar éste para que puedas con los siguientes.

— Gracias— me convence con su actitud, ya es mi amiga.

Nos ponemos a charlar y al servir la comida hemos superado nuestra capacidad de comprensión mutua.

— Es por la ropa ajustada que llevan— me dice Amelia cuando le pregunto por qué tantas mujeres de sociedad pierden a sus bebés, entre líneas pregunto por mi madre—, es muy apretada y pesada, no hace bien al bebé— me ayuda con el agua—. El bebé necesita su espacio y crecer del modo que quiere, no le gusta estar aplastado— yo asiento al comprender lo que no debo hacer.

Amelia me visita todos los fines de semana, me ayuda a lavar la ropa, tarea donde en las primeras veces se me hacían heridas en las manos por la falta de costumbre; me ayuda a limpiar, me acompaña a comprar y hasta carga mi canasta; es muy buena, a veces nos trae fruta y yogurt, que es caro, y yo se lo agradezco mucho.

Los meses van pasando y mi bebé ya no me deja sentar, me agito rápido y las ganas de orinar han llenado casi todo mi horario.

— Te ves muy saludable— me dice Amelia—, tu piel se ve bien y tu bebé también. Te falta poco, deberás ser fuerte porque duele un montón— y me ayuda a limpiar la casa.

— Te estoy dando tantos problemas— digo apenada—, tu casa y tu familia te deben necesitar más que yo.

— Mi hija mayor se hace cargo— me dice despreocupadamente— tiene doce, ya es toda una señorita responsable; además la casa les queda cerca del trabajo de mi esposo y si tienen problemas pueden ir donde él cuando quieran.

— ¿Cuántos hijos tienes?— le pregunto por primera vez.

— Cinco— responde—, la mayor de doce, el segundo de diez, el tercero de ocho y las gemelas de seis— gemelas, que lindo debe ser—, ellas me dieron pelea al nacer, sentí por momentos que mi vida se me iba.

Y ya no me parece tan lindo— yo solo quiero que esté sano o sana, no sé qué es— acaricio mi vientre.

— Pronto lo sabrás, vendré a ayudarte cuando sea hora, verás que es más fácil con una voz amiga.

Yo lo agradezco, es bonito tener una amiga, no una que solo habla y es rebelde sino una amiga que se preocupa por ti y que está ahí cuando la necesitas de verdad.

Dueña de mi LibertadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora