18. Terrores

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Lexa Woodward se despertó gritando.

El grito fue tal que tardo en convencerse a si misma y a su cerebro de que no estaba en el interior de aquella maldita celda si no en la confortable cama que había estado compartiendo con Roan. Sus ojos hicieron un rápido barrido por la habitación mientras que su agitada respiración se entrecortaba y su corazón latía bajo aquel pecho suyo con tanta fuerza que había comenzado a dolerle.

Su primer impulso fue cubrirse la boca con la mano, el segundo saltar fuera de la cama y pegar la espalda de la pared completamente alerta.

Menos mal que se encontraba sola o estaba segurísima de que aquello habría hecho caer de la cama a Roan como ya les había ocurrido otras veces.

El cuerpo entero le temblaba horrores y mientras bajaba la mirada llevando las manos a él como asegurándose de estar totalmente entera, se llevó la mano al pecho necesitando cerrar los ojos al sentir aquel nuevo dolor punzante.

Necesitaba sus pastillas. Necesitaba llegar hasta la cocina donde sabía que se encontraban y para ello iba a tener que obligarse a moverse.

Ahora mismo no podía sentirse más desconectada de todo, como si su cuerpo estuviese totalmente aislado de su mente y tuviese voluntad propia.

Desde luego no hacía falta ser un genio para saber el porque su mente la había transportado a aquel terrible lugar de nuevo, como hacía tiempo que no conseguía hacerlo.

Malaky Greyston Sheid.

Más conocido como "Sheidheda" por los otros guardias y como "Tehrror Bay" por las presas más antiguas. Nadie en Fortress Kirk Bay desconocía el monstruo que se escondía tras aquella maliciosa y oscura fachada de sonrisa encantadora e intenciones más que grotescas. Él era el responsable de que su mente se encontrase ahora mismo tan corrompida y de que su cuerpo no la obedeciese.

El haberse encontrado con él fuera de aquellas mohosas paredes, el haberle visto disfrazado del ser humano que se suponía que debía ser en lugar del monstruo que ella sabía que era.

Cuando otro pinchazo más aguijoneó su corazón, Lexa tuvo que cerrar los ojos presionándose con la mano el doloroso pecho que subía y bajaba fuera de todo control mientras todo el aire de aquella habitación se arrastraba dentro y fuera de su boca.

Tenía que llegar a la cocina.

Tenía que hacerlo.

Tenía que...

Separándose ligeramente de la pared tanteó el panel que separaba el dormitorio de la sala torpemente con la mano y el panel cayó con gran estruendo contra el suelo en cuanto su peso lo tambaleó, Lexa cayó sobre él y la tela se rasgó formando una gruesa línea que no tardó en abrirlo en dos.

Se quedo sentada sobre él sintiendo las lágrimas llenar sus ojos y cuando se miro las manos vio como la madera se había astillado contra el suelo arañando su piel. Las pequeñas gotas comenzaron a brotar minúsculas sobre las palmas de sus manos y haciéndose más densas y redondas al formarse sobre su piel, escociéndole.

Lexa levantó la vista desde donde se encontraba hasta la encimera de la cocina viendo los numerosos frascos y cajas de pastillas que le habían recetado alineados juntos en un rincón cerca de la nevera y se los quedo mirando mientras las lágrimas surcaban su cara en silencio congestionándole el agitado pecho.

Que fácil sería todo si se atreviese.

Pero no, no podía darles también ese gusto a ellos. No podía ceder a aquellos impulsos porque ahora tenía una familia, tenía a Luna y tenía a gente que se preocupaba por ella, no podía hacerles eso. Simplemente, no podía volver a hacerles sufrir de aquella manera.

Trastabillando un poco logró apoyar las manos sobre el panel y levantarse dirigiéndose a trompicones a la encimera, cogió uno de los vasos y lo lleno hasta desbordarse de agua para después dejarlo sobre la encimera y acercarse a por algunas de aquellas cajas.

Necesitaba sus tranquilizantes.

Uno tardaría en hacer efecto, y dos o tres juntos tardarían quizás un poco más pero lograrían templar del todo sus nervios. Puede que luego le importase bien poco todo lo que ocurriese a su alrededor pero volvería a sentirse tan relajada y distendida como antes de aquello.

Luego tendría que tomar su buena dosis de antidepresivos, y su medicina para el corazón. Los anticoagulantes, los analgésicos y los antiinflamatorios vendrían después repartidos en distintas tomas y a lo largo del día junto a otros muchos más calmantes.

Al final del día estaría tan medicada y aparentemente feliz y ajena a preocupación alguna que sería realmente fácil creer que nada podría afectarle y que actuaba de la mejor forma.

Puede que debiese llamar a la doctora Sydney para adelantar la sesión que tenían programada para mañana o quizás vestirse y salir a la calle para evitar tentaciones. ¿Pero y si volvía a pasar? ¿y si se lo volvía a encontrar?

Aquella tampoco era una ciudad demasiado grande y era muy difícil no encontrarse con las mismas caras una y otra, y otra vez. Aunque tampoco podría huir eternamente de ello, ahora que sabía que encontrarse con alguno de ellos fuera era una posibilidad debía prepararse mentalmente para lo que eso podría suponer al igual que para lo que ya le estaba suponiendo.

Contemplar esa posibilidad como futura, le encogía el estomago y le estrujaba el corazón de un modo que la hacía dudar que fuese posible pero así era. Ese dolor era tan palpable y tan real que la hacía replantearse todos sus problemas relativizándolos.

Mientras abría el frasco y dejaba caer aquellas tres pastillas en su mano, se obligó a si misma a cerrar el frasco llevándoselas a la boca antes de coger temblorosa aquel vaso de agua que se desbordó mojando su mano, el blanco jersey que aún llevaba de la noche anterior y su mentón al deslizarse por su boca.

Después lo dejo sobre el mármol de la encimera y vio el finísimo y húmedo rastro de sangre que habían dejado sus dedos sobre el cristal, y cerro sus ojos apoyando las manos de la encimera.

—Para, Lexa, para... —se recordó a si misma susurrando con angustia—. No estás allí... no estás allí... no estás allí...

Continuara...

La Fugitiva. Nuevos Comienzos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora