30. Lo Siento

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A pesar de la insistencia de Roan, Lexa Woodward no había querido acompañarle en la cena salvo por un vaso de zumo que se había servido para poder pasar las pastillas que le tocaban antes de medianoche.

Roan la había encontrado mucho más tácita y callada de lo que la había encontrado el día anterior tras aquella fatídica cena y le preocupaba el hecho de que sus ojos estuviesen tan rojos al igual que su nariz ya que era señal inequívoca por mucho que tratase de disimularlo de que había estado llorando aquella tarde y quizás también durante la mañana.

Le había propuesto salir a dar una vuelta para que se despejase un poco pero Lexa se había rehusado, y en lugar de ello había salido a la terraza para ver oscurecer envuelta en su manta favorita, la misma que él le había regalado durante su estancia en el hospital como si el solo hecho de estar envuelta entre ella le hiciese sentirse de algún modo protegida.

Roan no le había preguntado por el enorme rasguño en forma de agujero que había en mitad de aquel panel suyo que dividía la habitación y el salón pero no había hecho falta porque nada más entrar por la puerta ella se había encargado de disculparse por ello y prometerle que lo arreglaría de algún modo y que en cuanto pudiese compraría otro.

La había visto muy disgustada por ello y se había dedicado a tranquilizarla de inmediato no queriendo darle ningún tipo de importancia para que hubiese pasado lo que hubiese pasado no la hiciese sentirse en problemas.

Porque de ningún modo lo estaba.

Un simple panel no podría provocar el más mínimo enfado o irritación en él mientras pudiese estar seguro de que Lexa se encontrase bien. Y era más que evidente que ella no lo estaba del todo.

Verdaderamente temía preguntar porque sentía aquella clase de tensa anticipación en el aire que odiaba profundamente y que le hacía trizas los nervios al no saber que esperar de ella.

Llevaba rato intentando ver la televisión pero sus ojos se desviaban constantemente hacia la terraza haciéndole mover inquietamente el pie angustiado y expectante, preocupado por lo que pudiese estarle pasando a ella por la mente pero sobretodo calculando el tiempo de reacción que tendría si por lo que fuese a ella se le cruzasen los cables y decidiese saltar desde aquella terraza poniendo del más doloroso modo fin a su vida.

Realmente estaba intentando darle un voto de confianza y permitirle mucha más libertad y espacio del que ya le concedía pero en su mente la angustia era incapaz de extinguir aquellos catastróficos pensamientos suyos que le atosigaban y le compungían.

Pasados unos pocos minutos más, Roan no pudo soportarlo mucho más y se puso en pie acercándose lentamente a la puerta de la pequeña terraza, encontrando a Lexa sentada con los pies descalzos subidos a aquella silla enrollada en la manta que la abrigaba bajo una aún mayor que solían utilizar cuando se acurrucaban en el sofá.

—Lexa, amor —le preguntó Roan fijándose en ella desde la puerta al sentir la fría brisa sobre su piel—. ¿Por qué no entras y te acuestas ya? Es tarde y hace bastante frío para ti aquí fuera.

Lexa que llevaba mucho rato viendo las luces del edificio de enfrente apagarse y encenderse bajo la oscuridad de la noche, escuchando las sirenas de policía y el ruido del motor de los coches y las voces que se colaban a través de las calles tan solo negó imperceptiblemente agradeciendo aquel frio gélido que mantenía helada su cara, sus manos, sus pies y sus mejillas anestesiando de algún modo aquellos sentimientos que sentía.

—Estoy bien aquí.

Roan que se la quedo mirando con mucha más preocupación tan solo salió a la terraza y arrimó otra de las sillas para colocarla frente a ella, sentándose después antes de alargar sus manos y frotarle un poco los brazos al ver que se estaba quedando algo helada.

La Fugitiva. Nuevos Comienzos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora