114. Aceptar

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Las temblorosas manos de Abigail Griffin cubrían su boca mientras las lágrimas se deslizaban por sus pálidas mejillas contemplando los esclarecedores resultados que estaban expuestos frente a sus ojos.

Gabriel Santiago, médico y colega suyo asignado a tratar a Clarke sostenía entre sus manos las numerosas pruebas y analíticas médicas a las que la había sometida su pequeña durante la noche y su pronostico no era para tan bueno como ella podría haber esperado.

No solo la infección que invadía el cuerpo de Clarke se había ido extendiendo de una forma muy rápida y aguda debido a las propias condiciones higiénicas de la prisión sino que algunos de sus órganos habían comenzado a fallar durante la noche.

Las funciones del hígado habían ido deteniéndose paulatinamente a pesar del esfuerzo por parte del personal médico de mantenerlo en un estado optimo, y sus riñones se habían visto en serias dificultades poco después al extenderse la infección por su cuerpo consiguiendo inflamar algunos de sus vasos sanguíneos hasta hacerlos fallar.

Debnam Bay la prisión inicial a la que Clarke había sido llevada en cuestión de salubridad solía considerarse lo bastante carente debido a que al ser una prisión de seguridad media sus recursos económicos estaban más destinados al personal y a su infraestructura que a las condiciones de vida de las reclusas.

En Bradford Creek al ser de mínima seguridad y al estar destinada a personas de cierta índole relacionadas con las fuerzas del orden y las autoridades sus condiciones higiénicas no solo eran mejores sino que realmente existían. La dignidad allí existía, y no era simplemente un lujo recóndito con el que soñar.

Por desgracia para Clarke su cuerpo se había debilitado mucho durante los días que había pasado sin atención médica allí por desconocimiento de lo que le estaba ocurriendo hasta que los síntomas comenzaron a alertar de que le ocurría algo realmente malo.

El desafortunado desencuentro con Anya, otra de las presas de Debnam Bay había acabado con ambas en la enfermería y sin mucha más evidencias que un brazo roto, varias magulladuras en ambas, mechones de pelo arrancados y una enorme mordida.

Una de la que ahora no podría estar más arrepentía, y que la mantenía entre la vida y tal vez la muerte.

Abby entendía que no podía mentirse a si misma, no podía engañarse ni engañar a Clarke sobre lo que allí estaba ocurriendo, primeramente porque no era justo para ella y segundo, porque la realidad iba un paso por delante suyo sin que ella pudiese hacer nada para detenerla.

—Quiero... probaremos a hacerme pruebas de compatibilidad sanguínea y le donaré parte de mi hígado, eso... eso hará que gane tiempo, eso... eso hará que su estado mejore —propuso Abigail angustiada y nerviosamente dirigiéndose ahora al doctor Santiago.

—Abby, sabes que para empezar a plantearnos eso siquiera necesitaríamos que primero comenzase a remitir la infección —le recordó él al verla así de mal.

—Lo hará, solo... solo hay que dar tiempo a los antibióticos para que reviertan la infección y entonces podremos...

—Abby, escúchame aunque la infección remitiese a tiempo es posible que su cuerpo esté muy débil para soportar una intervención así, tienes que ser consciente de lo que realmente está ocurriendo —quiso concienciarla él para lo que muy posiblemente estaba por venir—. Sabes tan bien como yo que ahora mismo no podemos hacer más.

Abigail que se enfureció al oír aquello le miro dolida entre lágrimas.

—Por supuesto que podemos, la infección remitirá y ella se pondrá bien. No sé de qué estás hablando.

El buen médico tan solo ladeo la cabeza viendola con compasión y paso la mano por su cansado rostro.

—Si, si que lo sabes Abby. Lo sabes. Si la infección no remite, y el hígado finalmente deja de funcionar Clarke comenzará a acumular sustancias tóxicas en su cuerpo porque será incapaz de eliminar sus toxinas, y si ahora mismo sus riñones se están viendo algo afectados podría llegar a sufrir una insuficiencia renal grave. Tú eres doctora, tú lo sabes aunque no sea eso lo que quieras oír.

—La infección remitirá y no quiero oír nada que no sea eso, ¿está claro? —le recriminó ella apartándose las lágrimas de un manotazo antes de apartarse de él para ir junto a Clarke a la cama mientras los dos guardias que la custodiaban y que permanecían sentados en un rincón de la habitación hablando entre ellos la miraban con especial preocupación.

Dadas las circunstancias se le había concedido un permiso especial por parte de la dirección penitenciaria de Bradford Creek para permanecer a su lado por razones humanitarias en aquellos momentos porque entendían que aquella era una situación no solo límite si no excepcional.

Gabriel Santiago tan solo la vio alejarse y recogió los resultados antes de cerrar sus ojos tratando de entender la situación emocional por la que Abby estaba pasando.

La situación de Clarke era angustiante y entendía que como madre debía ser muy duro para ella verla en ese estado pero temía que si las cosas empeoraban con el paso de las horas, Abby iba a pasarlo verdaderamente mal si no era capaz de aceptar la situación que se le sobrevenía.

Muy, muy mal.

Continuara...

La Fugitiva. Nuevos Comienzos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora