96. Que Triste

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Desde la terraza superior de la cabaña donde Ontari y Murphy se encontraban, la luna llena se veía tan blanca y grande que a Ontari le daba la impresión de que podía alargar la mano y ser capaz de tocarla.

Fuera no se oía nada salvo el sonido de los grillos, de alguna pequeña ramita rompiéndose por culpa de alguna ardilla indiscreta o algunas voces demasiado amortiguadas a lo lejos provenientes de dos cabañas más alejadas la una de la otra. Nada más.

Se encontraban todas tan separadas entre si que daba la impresión de encontrarse completamente solos en mitad del valle.

La pálida luz acariciaba la superficie del lago, las oscuras montañas y las copas de los arboles desdibujando unos contornos casi perfectos en la lejanía y el cielo estaba plagado de brillantes estrellas que la luz de la ciudad y los altos edificios solían impedir ver.

Además, el fresco y puro aire que se respiraba en la brisa hacían que quisieses respirar hondo hasta que los pulmones te doliesen.

Tras "alquilar" la cabaña, Murphy le había dicho que iría a por algo de cena al pueblo así que Ontari se había quedado nadando en el lago aprovechando las últimas horas de sol y aquella soledad existente.

Poco después, se había tendido sobre una de las blancas toallas del lugar junto a la orilla disfrutando de las vistas completamente relajada. Tanto, que se había quedado dormida en ropa interior.

No fue hasta que despertó que Murphy regreso y la despertó que se dio cuenta del tiempo que había permanecido dormida allí pero se sentía mucho mejor, más descansada ya que apenas había podido dormir bien la noche anterior.

Murphy había traído un par de pizzas, algo de helado, chocolate y algunas bebidas para pasar allí la noche y le había dicho que había tardado más en volver porque había ido a por algo de ropa y los bañadores a casa por si de casualidad querían aprovechar la mañana y la tarde del día siguiente antes de tener que volver a casa y seguir con sus vidas. Aunque la realidad era que había hecho tiempo en el coche poco después de comprar la cena ya que traía todo aquello en el maletero desde que lo planeó pero quería darle tiempo a solas a Ontari para que se recompusiese un poco y disfrutase algo de aquel tiempo a solas.

Las cabañas estaban hechas de troncos de madera desde los techos acabados en punta hasta el suelo, y contaban con un piso superior y uno inferior separados por un solo tramo de escaleras.

La chimenea estaba hecha de piedra y ocupaba toda una esquina del piso inferior aunque había otra algo más pequeña arriba en la habitación. Los muebles también eran de madera y los sofás eran de cuero marrón, con algunos cojines de tela estampada lo bastante fea como para hacer juego con la vieja alfombra que cubría el suelo de todo el salón.

Aunque eso era lo único feo que había en la cabaña, eso y quizás algunos cuadros de venados y tapices con figuras asimétricas colgados aquí y allá dándole un toque más campestre.

El resto de la cabaña resultaba casi perfecto.

Los ventanales estaban hechos de madera tallada autentica, había algunos baúles repartidos acá y allá. Las lámparas estaban situadas a los lados de las camas que eran individuales aunque permanecían unidas con grandes mantas de color gris claro y marfil. La chimenea del piso superior daba justo a los pies de la cama y en la terraza había una pequeña mesa y un par de sillas de madera de lo más acogedoras.

Bajo casi cada ventana y sobre largos arcones se encontraba una mullida almohadilla que hacía a su vez de diván, y el baño... oh dios, el baño era de todo lo mejor.

En medio de este se erigía sobre el suelo aquel circulo bendito de porcelana blanca cuyas cálidas aguas eran capaces de acogerte hasta deshacerte por completo haciéndote sentir bien.

La Fugitiva. Nuevos Comienzos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora