102. ¡Nunca!

119 25 8
                                    


Niylah había dejado su coche en el estacionamiento del Nightbloods y había vuelto a casa andando bajo la luz de la luna en aquella fría noche casi otoñal, y había hecho eso por dos diferentes razones. La primera de ellas era que las manos le temblaban tanto que dudaba en poder conducir, y la segunda era que necesitaba pensar en todo lo que había estado hablando a solas con Monty.

Él había insistido en acercarla en su coche a casa o en al menos dejarla cerca de allí, pero ella había insistido en que necesitaba caminar para despejarse aunque la verdad era que no le apetecía demasiado tener que llegar a casa sola una vez más.

Ese había sido un día terrible para ella y no solo por todo lo que había pasado en si, sino porque por primera vez en años había podido compartirlo con alguien. Y nada más y nada menos que con alguien que de verdad le importaba y a quien estaba segura de que le importaba también.

Aquella era una bonita novedad para variar. Algo para lo que verdaderamente no estaba preparada ya que se había resignado hacía ya mucho tiempo atrás a tal situación.

La atracción con Monty había estado siempre presente ahí. A ella le encantaba picarle, meterse con él, poner constantemente a prueba sus límites hasta que poco a poco se había ido forjando un inesperado vinculo entre ellos capaz de hacer tambalear cada uno de sus cimientos. Lo que Niylah nunca llegó a imaginar es que en medio de todo aquel tira y afloja iba a acabar enamorándose de él. Y le entraban ganas de llorar cada vez que lo recordaba.

Su situación era todo menos fácil. Y sabía que sus hijos, especialmente Noah, el mayor jamás lo entendería.

En sus quince años lo único que siempre había deseado era que sus padres permaneciesen juntos, seguir teniendo aquella familia que un día llegaron a formar todos juntos pero en su inmadurez era incapaz de ver, de sentir lo que Niylah estaba sufriendo permaneciendo al lado de alguien que no solo no la quería si no que le hacía daño a través de él y de su hermano pequeño.

Niylah se había acostumbrado a los reproches, a las faltas de respeto constantes, a ser cuestionada como madre a cada paso que daba y a permanecer en sus vidas como una visitante más.

Con el tiempo Noah había acabado convirtiéndose en una copia de su padre y ese nivel de despotismo, de humillación y de desprecio se había convertido en una constante que ella había terminado de pasar por lo culpable que se sentía al no poder estar más a menudo con ellos.

Nadie tenía que contarle lo mucho que Noah estaba sufriendo, creía que haciéndole daño a ella sería capaz de liberar todo ese dolor pero la realidad era que ese dolor seguía ahí, acompañándole, convirtiéndole en alguien que él no debía ser.

Jared era mucho más inocente aún, mucho más maleable, más frágil.

Aún podía permitirse el lujo de consentirle cuando se encontraba con ella o de considerarle un niño pequeño que necesitaba de ella, que aún la quería y la trataba como a su madre, como a la persona que más podría llegar a querer en el mundo y no como a un ser despreciable.

Noah no tenía ni idea del daño que le hacía menospreciándola de aquella manera. Ella solo quería que él la necesitase, que la quisiese igual que cuando era pequeño pero eso ya nunca ocurriría, y Niylah lo sabía. Daba su relación por perdida desde el mismo momento en que discutiendo un día con Noah este la cacheteo sin motivo cruzando la peor de las líneas.

Fue ahí y solo ahí cuando Niylah le vio las orejas al lobo y se dio verdaderamente cuenta de que existía un problema.

Cuando quiso hablar con Richard sobre lo que había ocurrido él le había dicho que se lo tenía merecido por gritar a su hijo, y que no haría nada al respecto.

La Fugitiva. Nuevos Comienzos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora