95. Amor

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Luna Woodward estaba de pie frente a la cama que hasta ahora había compartido con Lincoln en su casa frente a un enorme bolso en el que estaba guardando algunas prendas y objetos personales para llevarse al hotel, no tenía intención alguna de cruzarse con Lincoln cuando este regresase a casa y así darle tiempo a recoger sus cosas e irse.

Ya tratarían algunos asuntos importantes más adelante pero ahora mismo no quería verle ni en pintura. Mientras se volvía para ir al armario una vez más, pensó en la cantidad de veces que había hecho aquello mismo para ir de viaje de trabajo o simplemente para hacer una escapada romántica con él.

A veces la vida verdaderamente apestaba.

Una vez encontrada la persona adecuada, al amor de tu vida, se suponía que las cosas debían ser fáciles a partir de ahí y si, quizás haber alguna clase de complicación o dos, cosas triviales que superar juntos pero no una traición. Las traiciones eran totalmente irreconciliables con ella y con su modo de pensar y de sentir.

En ese sentido Luna era una persona tajante. Si la traicionabas una vez ya no había vuelta atrás, y era incapaz de perdonar. Sencillamente no iba con ella.

Puede que a ojos ajenos esa característica fuese un valor a restar pero Luna debió aprender desde muy pequeña que había ciertas cosas que no debían dejarse pasar. Su padre la había enseñado a que era mejor escoger una soledad tranquila que una compañía complicada.

No merecía la pena el esfuerzo.

La felicidad se hallaba en momentos efímeros, en las pequeñas cosas del día a día y cuando eso fallaba, fallaba todo lo demás y acababas decepcionándote del todo de la vida y de las personas.

Luna amaba a Lincoln, le amaba con todo su ser pero había un inconveniente, se amaba aún más a si misma y a su bebé por encima de él y de todo eso que les rodeaba por eso mismo sabía que quedarse allí junto a él sería un error.

Hacía mucho tiempo que no estaba sin él y la sensación daba cierto vértigo y miedo. Ese embarazo también lo daba, y mucho, además pero si Lexa había sobrevivido a tantas y tantas cosas malas, ella podría con eso y con más que se le viniese encima. Tan solo era cuestión de tomarlo con serenidad.

A veces la cabeza fría en las cuestiones del corazón servían mucho más que hacer uso de sentimientos totalmente inservibles para la razón.

En su mente se arrepentía de haberse quedado embarazada pero no por el bebé en si, ni siquiera por la persona escogida, más bien por el miedo que le daba tener que enfrentar toda aquella situación sola.

Por mucho que Lincoln estuviese entregado a ello, por muy preocupado que se mostrase, al fin y al cabo, no era él quien sufría las consecuencias de aquella decisión. No era su cuerpo el que cambiaba, no eran sus sentimientos y emociones quienes se veían alterados, no era él quien sufría los dolores, los pinchazos, las nauseas, los vómitos, los tobillos hinchados, las punzantes patadas que si, en la televisión parecía lucir como una idílica situación de ensueño pero en la vida real a veces suponía una autentica putada.

Las patadas a veces dolían, el regusto amargo del vomito siempre se encontraba ahí presente, esa sensación de estar de pie en medio de un catamarán entre aguas turbulentas era una constante, y ver tu cuerpo cambiar de forma incontrolable al igual que ver tus emociones fluctuar de tan drástica manera no solo daba pavor si no que también resultaba un shock algunas veces.

Esa era la parte mala, realista, de la que nadie hablaba.

Que nadie mencionaba nunca en las películas o las series de televisión, en los anuncios de embarazadas felices luciendo bonitas prendas o paseando por un verde prado lleno de flores amarillas como si estar embarazada fuese la mejor cosa del universo pero sinceramente no lo era por más que lo deseases. Siempre había algo que acababa torciéndose o sorprendiéndote.

La Fugitiva. Nuevos Comienzos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora