Capitulo 20

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Mi corazón bombea enloquecido. Ambas estamos en la misma espiral de sentimientos y, dando un paso hacia ella, me acerco, le rodeo el cuello con los brazos y murmuro:

—Nunca, en mis veintiun años de vida, ningúna mujer me ha hablado como tú, ni me ha hecho sentir lo que me haces sentir tú. Pero acabo de dar dos pasos. Uno para acercarme a ti y otro para abrazarte. Y quiero que sepas que, si no hubieras vuelto, iba a salir yo a buscarte, porque no quiero estar sin ti.

Diosssssss, ¿desde cuándo tengo esta vena romanticona yo también?
Asiente… Asiento…

Y, finalmente, mi morena dice:

— No puedo dejar de pensar en ti.
Asiento… Asiente…
— A mí me ocurre lo mismo.

Freen sonríe y, acercando su boca a la mía, murmura:

—Te deseo.

Me besa. Con pasión, me mete la lengua en la boca y me hace el amor con ella. Me agarro a ella con desesperación y me aprieto contra su cuerpo. Saber que, siente mi misma loca necesidad me reconforta y me gusta. Y cuando estoy a punto de comenzar a desabrocharle la camisa, susurra contra mis labios:

—Siento no haber respondido a tus llamadas.
—No importa. No me importa nada.

Sólo me importa estar con ella, besarla, que me bese, me toque y me vuelva loca. Al movernos en mi minúscula recamara, se oye un golpe.
Freen se encoge y dice:

—Creo que acabo de abrirme la cabeza.
—No jodas. Digo, mirándole rápidamente el sitio de la cabeza que se está tocando.

Por suerte, veo que no es nada grave, un chichón como mucho. Besándole con mimo la cabeza, le indico:

—Túmbate en mi cama. Ella se niega y contesta:

—Vámonos de aquí.
—¿Adónde?
—Tienes libre hasta mañana a las tres, ¿verdad?
—¿Y tú cómo sabes eso? Freen sonríe y murmura abrazándome:
—Tengo mis maneras de enterarme de todo lo que quiero.
—¿Hasta cuándo tienes tú libre? pregunto.
—Hasta tu misma hora.

Sonrío y, tras besarme, mi morena mumura en mi boca:

—Me encanta el mensaje de tu camiseta.
—Es la camiseta de las reconciliaciones. Le informo.
—Mmmm… Ahora aún me gusta más.

Suelto una carcajada y ella me vuelve a besar. Cuando se separa de mí, dice:

—Conozco Filipinas. He estado varias veces. Lleva poca ropa. No la vas a necesitar y, por favor, no te cambies de camiseta. Mimosa, pregunto:

—¿Adónde tienes pensado llevarme?

Tras retirarme un mechón de pelo de los ojos, sonríe y murmura:

—A un sitio mejor que éste, con un impresionante jacuzzi para dos y una estupenda cama, donde hablaremos y disfrutaremos de veinticuatro horas de sexo. Tú y yo.

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