Capitulo 60

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El lunes a la ocho de la mañana llegamos al aeropuerto y Song dice:
—Tienen que regresar pronto. Esta visita se me ha hecho corta. Freen sonríe y yo, encantada por cómo ha cambiado todo, respondo:

—Lo prometo, Song. Tengo que retarte a un mano a mano de Ron. Ella se ríe y me abraza. Orm, que está a nuestro lado, nos observa. Ella no le habla. Ni siquiera se le acerca. Tiene claro que no quiere nada con la vieja y yo la respeto. Tal como  Song la ignora, es como para no querer nada con élla.

Una vez desembarcamos en el aeropuerto y recogemos nuestro equipaje, nos despedimos de Lingling y Orm. Pero ésta se empeña en quedar para cenar esta noche en un local de moda. Y al final Freen y yo aceptamos.
A las ocho en un lugar llamado Open. Ya en el taxi, freen, tras darle la dirección al taxista, me abraza. Somos dichosas y eso nadie nos lo va a quitar. Encantada, lo miro todo con curiosidad, mientras mi amor me explica por dónde pasamos. Es todo alucinante. ¡Estoy en Los Ángeles!

Media hora más tarde, llegamos a una parte, se ve que es una zona cara y cuando el taxista se para ante una valla blanca, entiendo que hemos llegado a nuestro destino. Tras bajar las maletas y Freen pagarle, el hombre se va y mi amor me mira, me agarra por la cintura y, sonriendo, dice:
—Bienvenida a tu hogar. Sonrío emocionada. Freen aprieta un mando que se saca del bolsillo y la valla blanca se abre. Observo con curiosidad la casa de aspecto minimalista que aparece frente a nosotras. Nada tiene que ver con la de Tailandia. Ésta es un edificio blanco, tiene grandes ventanales y, sinceramente, ¡más fea no puede ser! Demasiado moderna para lo que yo considero un hogar. Pero no digo nada. Cuando entramos, Freen teclea unos números en el panel de la entrada. Me imagino que estará desactivando la alarma y, de pronto, todas las persianas comienzan a subir a la vez y las luces se encienden. Lo miro alucinada y me aclara:

—Es una casa inteligente, cariño. Asiento y miro a mi alrededor, en la entrada. Todo esta limpio y en su sitio. Vamos, el lugar perfecto para que, en cuatro días, si no soy cuidadosa, lo tenga desordenado.
—Llevo más de dos años sin venir por aquí.
—¿En serio? Freen asiente y comenta:
—Faye dice que se ha alojado en ella cuando ha venido a Los Ángeles por asuntos de trabajo y mi abuela creo que un par de veces. Espero que Tia Mhee  haya cuidado bien de la casa.
—¿Quién es la tia Mhee?
—La mujer que viene a limpiar. Lleva conmigo desde hace años y es un encanto. Ya la conocerás.
Una vez Freen entra nuestro equipaje, me coge de la mano y dice:
—Ven, te enseñaré tu hogar. La casa está dividida en dos plantas. Está claro que allí vive una mujer soltera. El lugar lo proclama a gritos. La cocina es una pasada. Negra y roja. Armarios hasta el techo. Electrodomésticos integrados y una más que impresionante isla central con una bonita encimera de al menos tres metros en cuarzo rojo. Pero algo que veo en la nevera me crispa, aunque no digo nada.

Cuando abre la puerta de la terraza, veo algo un precioso jacuzzi rodeado de madera oscura. Doy un silbido de aprobación y dice:

—¡Por fin algo que te gusta! Su comentario me llama la atención.
—¿Por qué dices eso? Pregunto.

Ella, acercándose, me abraza y responde mimosa:

—Te conozco, asi que no digas nada no es buena señal. Vamos, cariño, dime qué te ocurre.

Con una ceja levantada, pregunto a mi vez:

—¿De verdad quieres saberlo? Freen asiente y yo tomo aire. Aquí van mis reproches.

Separándome de ella, me acerco hasta un mueble, cojo un portafotos y salgo de la habitación. Freen me sigue. Voy al baño, cojo la prenda femenina y ella murmura:

—Cariño… No la escucho y prosigo enojada. Del despacho cojo los dibujos eróticos, de la cocina despego la foto de la nevera y, al llegar al salón, lo tiro todo sobre una mesa, cojo dos marcos de fotos y, cuando lo tengo junto, miro a Freen y le digo:

—Si yo te hubiera llevado alguna vez a mi propia casa y tuviera estas cosas en ella, te aseguro que habría tenido la delicadeza de quitarlas para evitar problemas. Sabes bien lo que he sufrido en casa de tu abuela al oír hablar de la encantadora Nita. Como para que ahora tenga que soportar ver sus fotitos por todas partes.

Ella observa las cosas que le señalo y asiente. Luego se acerca a mí, pero no se lo permito. Me aparto. Levanta las cejas. Yo también. Mi gesto no le ha gustado. Doy un paso atrás. Ella da otro hacia mí. Vuelvo a dar otro paso hacia atrás. Ella lo vuelve a dar hacia mí.

—No, Freen, no me toques ni me beses. Estoy enfadada.
—Todo tiene su explicación. Doy otro paso hacia atrás.
—Oh, claro que sí… ¡No lo dudo! Mi trasero da contra el respaldo del sillón de terciopelo negro. Ya no puedo dar más pasos hacia atrás y Freen, que está literalmente sobre mí, murmura con cara seria:

—Te he dicho al entrar que llevo sin estar en mi propia casa más de dos años, ¿no me has escuchado? Y añade:

—Estas fotos estaban aquí cuando me marché. Nita las puso.... Cariño, no las recordaba, porque si así hubiera sido, te aseguro que nunca habría permitido que continuaran donde estaban. En cuanto a la ropa interior, no tengo ni idea de quién es, pero seguro que Faye tiene alguna explicación para ello. ¿Quieres que la llamemos?

Sigo sin responder y Freen, acercando su boca a la mía, murmura:
—¿Acaso me crees tan idiota como para traerte aquí y no quitar esas cosas que para mí no significan nada y que sé que a ti te pueden molestar?

Parpadeo. Miro sus ojos y sé que es totalmente sincera y, desinflándome, digo, echándole los brazos al cuello:

—Estoy celosa, Freen. Terriblemente celosa.

Esa noche, cuando llegamos al restaurante donde hemos quedado con Lingling y Orm, nos sentimos muy felices. Hemos pasado una estupenda tarde solas, sin que nadie nos moleste, haciendo lo que más nos gusta: el amor de mil maneras distintas. Freen es mi vicio, mi amada, mi perversión, mi vida. Y lo mejor de todo es que yo lo soy también para ella. Nunca pensé que una felicidad como la que estoy viviendo con esta mujer pudiera ser posible, pero sí, la felicidad total existe y Freen lo es para mí. Cuando vemos a Lingling y Orm nos acercamos a ellas y nos sentamos. Orm sin duda está en su salsa. Este lujo le gusta y, por primera vez, la veo disfrutar de algo y no quejarse. Bebemos champán y brindamos por un más que bonito futuro juntas. Freen me besa y yo recibo su beso gustosa. Está feliz. Lo veo en su cara y estoy segura de que ella ve mi felicidad en la mía. La comida es excelente y yo me río cuando Freen le pide al camarero que nos traiga una botella de agua de diseño. Nos sirve a todos y, levantando la copa, pregunta mirándome:

—¿Brindamos? Yo sonrío y digo:
—Da mala suerte. Freen sonríe también. Y, finalmente, olvidándome de mis supersticiones, brindamos con agua. Nada puede salir mal...

Todo es mágico y, cuando nos vamos a volver a besar, oímos a nuestra espalda:

—Freen, ¿eres tú?

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