Una noche, después de la cena, hablo con Freen sobre el tema de redecorar la casa. Ha llegado el momento. No soporto seguir viviendo en ella tal como está. Ella está de acuerdo y sugiere contratar a un decorador. Pero yo me niego. Tengo tiempo libre y quiero hacerlo yo. A la mañana siguiente, como cada día, cuando regresa de correr se ducha y, tras desayunar juntas, se va a trabajar.
Yo decido irme de compras a un centro comercial que hay cerca de casa. Lo primero que voy a hacer será cambiar el color de nuestra habitación. Quiero que sea NUESTRA.Al llegar a la tienda de pinturas, me vuelvo loca. ¡No sé cuál escoger! Al final decido llevarme tres colores diferentes y probar. Tengo todo el día por delante hasta que regrese Freen, de modo que, cuando llego a casa, me recojo el pelo, me pongo ropa cómoda y que se pueda manchar y, sin la ayuda de nadie, aparto muebles, descuelgo cuadros y cubro el suelo y las puertas para que no se manchen.
Por la tarde, cuando Freen llega de trabajar y sube a la habitación, la oigo preguntar:
—Pero ¿qué ha pasado aquí? Encantada, sonrío y pregunto, señalándole la pared:
—¿Qué color te gusta más? ¿El celeste, berry o verde? Freen no me contesta y entra en la habitación.
—¿Has movido tú sola los muebles? Pregunta. Asiento sin darle importancia y, mirando los colores, murmuro:—Creo que voy a elegir el berry.
—¿El rosa?
—No es rosa. Es un lila violáceo.
—¿Se puede saber por qué estás haciendo esto sola? Dice molesta.
—Porque tengo mucho tiempo libre, cariño. ¿Te gusta el color?Freen lo mira y dice:
—Lo sigo viendo rosa.Vaya, no está del mejor humor posible, pero, pese a todo, yo insisto:
—He pensado que unos muebles blancos y de color café podrían ir muy bien con el tono de la pared. Te aseguro que nos quedará una habitación estupenda. ¡Ahora sí que será nuestra habitación!Pero cuando ella se empecina en algo, es un hueso duro de roer y pregunta:
—¿Dónde vamos a dormir esta noche?
—Pues en cualquiera de los otros cuartos. Por Dios, Freen ni que la casa fuera pequeña y...
—Pero, Rebecca. Estas cosas no se hacen así. Uno no puede ponerse de reformas un día porque sí y…
—Será en tu pais, guapa. Tengo todo el puñetero día libre para poder hacer reformas y todo lo que me venga en gana. ¿Dónde está el problema? E intentando suavizar mi tono por las enormes ganas que tenía de verla, digo:
—Vamos, cielo, sólo te estoy pidiendo opinión del color. Así mañana podré pintar la pared y…
—Rebecca.... Tengo suficiente dinero como para pagar a profesionales que hagan esto. No sé por qué tienes que hacerlo tú.Ese comentario me molesta. Tengo en la mano el rodillo empapado en pintura, según ella, rosa, se lo paso por el pecho. Le acabo de arruinar el traje y la camisa. Me mira alucinada por lo que he hecho y exclama:
—Pero ¿por qué has hecho esto? Soltando de mala gana el rodillo en el suelo, respondo:
—Tranquila. Tienes bastante dinero como para comprarte otro traje.
El silencio se apodera de la habitación y, retirándome el pelo de la cara, explico:—Si pinto la habitación yo misma es porque necesito hacer algo. No me puedo pasar el día entero tirada en el sofá, esperando que tú vuelvas del trabajo. Hay noches que llegas y yo ya estoy en la cama. ¿Qué pretendes que haga? No responde. Se limita a mirarme. Nos retamos, como siempre, y cuando ya no puedo más, me doy la vuelta. Tengo ganas de llorar, pero no pienso hacerlo. No, no voy a llorar.
De pronto, noto algo que sube desde mi trasero por mi espalda y al volverme veo a Freen con el rodillo de pintura en la mano.—Al ver este color en ti ya me gusta más. Su expresión se ha suavizado. La mía también, pero cuando se va a acercar a mí, digo:
—Ni un paso más Sarocha. Freen murmura:
—Vamos, cariño… sonríe. Pero sin querer ponérselo fácil, la miro y suelto:
—Mira, guapa, tienes una voz muy sexy y los ojitos más increíbles que he visto nunca. Si quieres que sonría, ¡ganatelo! Acto seguido, Freen me coge entre sus brazos, me besa hasta robarme el aliento y cuando me suelta, afirmo:
—Así me gusta, que te lo trabajes. Mi amor sonríe y entonces yo digo mimosa:—Cariño, perdóname por haberte manchado el traje, pero…
—Sólo por oírte llamarme cariño, merece la pena que me manches. Ambas nos reímos y, mirando la pared, dice:
—Sin duda, el mejor color para la habitación creo que es el lila.
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JUEGOS DE SEDUCCION
RomanceRebecca trabaja de cantante en los hoteles de inglaterra. Está soltera y vive rodeada de su familia. Su vida es plácida y, en cierto modo, acomodada. Pero a Rebecca le gusta experimentar cosas nuevas, y decide adentrarse en el mundo de los intercamb...