Capitulo 64

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El chirrido de las ruedas aún me angustia. ¡Estoy viva! ¡Viva! Oigo la voz de Freen. Quiero contestar. Siento sus pasos rápidos acercándose, pero estoy paralizada de miedo, tirada en la calle y apenas puedo respirar. Tiemblo y mis ojos se encuentran con los de Orm, la mujer de Lingling. Está en el suelo a mi lado. Nos miramos. Ambas respiramos con dificultad, pero estamos vivas.
—Becky, ¿estás bien? Pregunta ella con un hilo de voz. Asiento. Su pregunta hace que todo regrese a mi mente. El coche acercándose a toda velocidad. El miedo. La mano de Orm tirando de mí. Cómo las dos  caemos con brusquedad tras el coche de Lingling. Un chirrrido de neumáticos y luego silencio.

El silencio se rompe para llenarse de gritos aterrorizados. Lingling se agacha con gesto descompuesto e, instantes después, Freen dice:

—¡No las muevas, Lingling! Llama a una ambulancia.
Pero yo me muevo. Me pongo boca arriba y suelto un gemido. Me duele todo. Mis ojos se encuentran con los de mi amor, se inclina sobre mí y, sin apenas tocarme para no moverme, murmura desesperada:

— Dios mío, cariño… ¿Estás bien? No termina de abrazarme. Necesito su calor, su cariño, sus palabras bonitas tanto como siento que ella me necesita a mí, y respondo para tranquilizarla:

—Estoy bien… no te preocupes… estoy bien.
—P'mor, estoy mareada. Se queja Orm, incorporándose.
—Calma, cielo… No te muevas. La tranquiliza Lingling.

De repente, me encuentro con la mirada de Orm y, emocionada por lo que esta chica ha hecho por mí, murmuro:

—Gracias. La joven y rubia esposa de Lingling, sonríe. Me acaba de salvar de morir arrollada por el coche. Se lo agradeceré eternamente.

Freen me toca el brazo sin querer y yo doy un grito agónico. Me mira asustada y, con la respiración acelerada, susurra:
—No te muevas, cariño.
—Me duele…
—Lo sé…Tranquila. Dice con gesto preocupado.

Con lágrimas por el insoportable dolor que siento, veo que Freen llama a un médico amigo, que viene corriendo hacia nosotras.

— ¡Necesito hielo urgentemente! Creo que te has dislocado el hombro en la caída.
En ese instante no sé de lo que habla, pero el gesto de mi chica es sombrío. Muy sombrío y eso me asusta mientras me quejo:
— ¡Cómo me dueleeeee!...
—Freen, necesito tu ayuda.

Me colocan boca arriba en la acera manejándome como a una muñeca y veo que el tal Fran me sujeta la cabeza. Me pongo nerviosa. ¿Qué me van a hacer?

—Me duele, Freen… duele mucho.
—Lo sé, cariño…, pero pronto pasará todo. Voy a cogerte la mano con fuerza y a tirar de ella hacia mí.
—¡No… no me toques! ¡Me muero de dolor! Grito asustada.
Ella entiende mi miedo. Estoy aterrorizada.  Intenta tranquilizarme y, cuando lo consigue, murmura:
—Tenemos que recolocarte el hombro, cariño. Esto te va a doler.

Y sin darme tiempo, veo que el tal Fran y él se miran y entonces Freen hace un movimiento seco que provoca que vea las estrellas del firmamento entero, mientras grito con desconsuelo.

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