Capitulo 4

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Despues de dos semanas estoy en Tailandia. El crucero es un impresionante hotel flotante. Caben en él dos mil personas y tiene cinco cubiertas e instalaciones increíbles para organizar veladas con espectáculos y animación. Los nuevos tenemos una reunión con el jefe, que nos explica que en el buque hay cuatro categorías de camarotes. Y nos los enseña. Los interiores, sin ninguna apertura al exterior, que son los más económicos y con seguridad el que yo podría pagar. Los exteriores, que son igual que los interiores. Otros exteriores mejores, con balconcito privado. Y, por último, las lujosas suites, espaciosas, con balcón privado, jacuzzi y salón, que están ubicadas en la cubierta superior.
De pronto, veo que se abre una puerta lateral y una morena vestida con pantalones oscuros y una camiseta blanca cruza la estancia mirando su telefono que tiene en las manos. ¡Madre míaaaaaaaaaa! Sin poder evitarlo la sigo con la mirada. Se le ve una mujer interesante. Me atrae su pinta de mujer dura. Su mentón cuadrado, su seguridad al andar. Cuando desaparece por otra puerta, vuelvo a prestar atención a las aburridas explicaciones. Escucho a Saint, mientras nos explica cómo atender a los clientes.
Saint, nos recalca mucho en que debemos ser cortez, no descuidar nuestra apariencia ni nuestro vocabulario y facilitarle el viaje al cliente.

Cuando la reunión se acaba, todos los nuevos nos bajamos felices por haber conseguido este trabajo, miro a mi alrededor con la esperanza de ver a la morena, pero nada, ni rastro. Mi amiga, feliz por esta aventura juntas, me coge del brazo y dice mientras caminamos:

- Estoy convencida de que lo vamos a pasar genial. Asiento.

No dudo ni un segundo de que así será.

—¿Qué te parece si nos vamos por un frappuccino?
—Excelente idea. contesta ella.

Encantadas de la vida, nos encaminamos hacia el Starbucks más cercano al puerto. Al llegar hay una cola enorme, esperamos con paciencia. De pronto, me fijo en una mujer que espera a que le entreguen su orden y el corazón se me acelera inmediatamente. ¡La morena del barco!.
La vuelvo a mirar y cuando levanta la vista del móvil, me quedo sin palabras. Tiene la boca más sensual que he visto nunca y una mirada desafiadora que me encanta. Se pasa una mano por su pelo y después por la barbilla. Su magnetismo me dejan anonadada y cuando consigo respirar, le susurro a mi amiga:

—Atención, morena más que impresionante a las doce en punto. Sin ningún disimulo, ella estira el cuello y tras escanearla exclama:

—¡Vaya, Interesante!.

Observo cada movimiento y no parece contenta. Su cejo fruncido y los movimientos que hace con la mano libre me dan a entender que la conversación la irrita. Me encanta su cara de perdonavidas, y cuando se da la vuelta, me quedo sin aliento al ver su ancha espalda y su estupendo trasero. Por favor… qué culito. Me acerco a Nam y murmuro:

—Acabo de enamorarme a primera vista.
Vuelvo a mirar a mi morena, que se acerca a nosotras en su camino hacia la salida. ¡Qué alta es!. Su seguridad al caminar, al mirar, al respirar.  eso me provoca. Me vuelve loca. De pronto, Nam, en su estilo más loco, le corta el paso y pregunta:

—¿Tienes un cigarro? Ella clava su impresionante mirada en nosotras y dice:
—No.
—¿No fumas?. insiste ella empujándome para que diga algo.
—No.
Vaya, ¡es corta de palabras! Y tras un incómodo silencio, durante el cual no sé qué decir ante su penetrante mirada, al ver que va a seguir su camino, miro el vaso que lleva en la mano e, incapaz de dejarla marchar, digo:

—Vale, pues nos vemos Freen.

Me escudriña con la mirada y de pronto me siento como una tonta. ¿Por qué he tenido que decir eso? Nam se rie.
Y ella, sin quitarme ojo y más que seria, pregunta en tono molesto:

—¿Nos conocemos?
—No. contesto. Desconcertada, se inclina un poco para estar a mi altura. Clava sus impresionantes ojos en mí y pregunta:

—Entonces, ¿cómo es que sabes mi nombre?
—He supuesto que tu nombre es el que está escrito en el vaso del Starbucks.

La morena lo mira, lee lo que pone en él y pregunta:

—¿Y si no fuera ése? Me derrito al perderme en sus ojos y, encogiéndome de hombros, digo con una sonrisa:

—Pues habría metido la pata.

Me traspasa con la mirada y luego me contempla desafiante, con los ojos entornados. Aprieta los labios y yo me río de nervios. Parece que va a decir algo, pero finalmente niega con la cabeza y se va.

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