Capitulo 48

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Un par de días después, estoy con Freen disfrutando de una soleada mañana en la piscina. La vieja gruñona no ha vuelto a tentarme con ninguna nueva oferta. Es más, creo que está sorprendida porque no le haya contado nada a su nieta. Nos reímos, nos hacemos ahogadillas y nos besamos. Nuestra felicidad parece completa, pero ambas notamos que en el momento en que aparece su abuela, el buen rollo deja de flotar en el ambiente. De pronto, recuerdo algo y digo:

—¿Qué significa S‌op‌heṇī para
ustedes?
Freen, sorprendida, me mira, y pregunta:
—¿Quién te ha dicho eso?

Por su expresión sé que no es nada bueno y, con una candorosa sonrisa, la beso y contesto:
—No me lo ha dicho nadie, cariño. Pero se lo oí decir a unos hombres el otro día, cuando estábamos tomando algo, y me llamó la atención.

Molesta con lo que me tiene que decir, responde:

—Esa expresión es como decirle en tu país puta a una mujer.

Me atraganto. Me asfixio. ¿La vieja me llamó puta?… Pero no estoy dispuesta a amargarme el precioso día que tengo por delante con Freen, así que sonrío y disimulo.

Nuestros juegos continúan y mi amor me saca del agua echada sobre un hombro. Luego me deja en el suelo y pregunta:

—¿Tienes la cámara de fotos aquí?
—La tengo en la habitación.
Y poniéndome las zapatillas, añado:
—No te muevas. Voy a buscarla y en dos minutos estoy aquí.

Enrollándome una toalla, subo a mi habitación. Saco la cámara de la maleta y, al salir, oigo música y la voz de una mujer en uno de los cuartos. Me acerco con cautela. La música y las voces salen de la habitación de la vieja gruñona. La puerta entreabierta me invita a asomarme. Lo hago y me sorprende ver a la abuela de Freen, esa que ahora sé que me llamó puta, mirando un vídeo casero. En él, Freen y sus hermanas de pequeñas, ríen mientras se tiran a la piscina.
Junto a ellas hay un hombre con un traje celeste al que las niñas llaman papá y que identifico como el padre de Freen. A su lado, veo a la vieja gruñona sonreír mientras bromea con el.

Un ruido me distrae de lo que estoy viendo y observo que la abuela se limpia los ojos con un pañuelo blanco. ¿Está llorando? ¿La vieja gruñona tiene sentimientos? Sin duda alguna, los vídeos que está mirando conmueven su duro corazón y eso me sorprende.

Decido dejar de mirar y, sin hacer ruido, me marcho y regreso a la piscina. Freen me espera y sonrío al ver que me quita la cámara de las manos y comienza a hacerme fotos. Esa noche, me lleva a cenar a un precioso sitio y me presenta a varios de sus amigas. Son todas de su edad y me miran sonrientes. Ella, al ver cómo me miran, les deja a todos claro con su mirada que tengan cuidado. Su instinto posesivo me hace sonreír. Todas son encantadoras y pasamos una noche maravillosa, mientras asistimos a la actuación de una orquesta.
Freen no me pide que cante, ni siquiera menciona que me dedique a eso. No me molesta que no lo haga. Esta noche quiero disfrutar a su lado de lo que otros hacen y ella me lo agradece con la mirada. Al regresar de madrugada en el coche, Freen se desvía por un camino y, cuando para en una playa desierta, pregunto:
—¿Te apetece que nos bañemos? Ella sonríe y, responde:

- Si...

Nos desnudamos y corremos hacia la playa, llevando sólo un par de toallas. Cuando llegamos a la orilla, Freen me coge de la mano y me arrastra hacia el mar. El agua está fría y suelto mi toalla, que queda flotando. Nos mojamos entre risas, mientras nos besamos.

—Quiero un surtido de tus maravillosos besos.

Mimosa, me aprieto contra ella y pregunto:

—¿De chocolate… de fresa… de caramelo? Agarrándome del cuello ella me acerca a su boca y afirma:

—Los quiero todos. Abandonada a sus brazos, mi surtido de besos se convierte a cada instante en más pecaminoso y, ante nuestra desnudez, está claro lo que las dos deseamos.

—Eres increíblemente sexy.
—Y tú eres increíblemente ardiente y posesiva.

Nos miramos. A veces, las miradas dicen más que las palabras y mi amada murmura:

—Te voy a hacer el amor en el agua. Deseosa de ello, asiento y respondo:
—Lo espero ansiosa. Ambas sonreímos y noto cómo sus dedos comienzan a jugar con mi clítoris. Mi respiración se acelera, se entrecorta, haciéndole saber cuánto la deseo. Cuánto la necesito. Mis pezones se endurecen y Freen me los muerde. Aprieta su boca contra mis pechos y yo la dejo hacer. Me encanta que domine la situación. Adoro cuando su ímpetu me hace saber que soy suya. Me muerde los pezones, me los chupa. Los lame mientras yo me entrego al puro disfrute sin pensar en nada más.
En ese instante, en ese momento, sólo estamos ella, yo y un increíble y paradisíaco lugar.

—¿A qué quieres jugar, caprichosa?
—A lo que tú quieras… a lo que quieras… Freen sonríe.

Un gemido embriagador sale de mi alma y Freen lo atrapa en su boca. Me besa mientras me aprieta contra su cuerpo y noto cómo sus dedos entran y salen de mi. Llevándome en brazos, camina hacia la playa y, cuando el agua le llega por las caderas, murmura con voz ronca:

—Échate hacia atrás y déjate flotar. Hago lo que me pide, mientras ella me sujeta por las caderas y me aprieta contra su cuerpo para no separarse de mí. Oh, Dios, ¡qué placer! Freen mueve las caderas. Y hace movimientos rotatorios con sus dedos que me vuelven loca y arqueo la espalda en busca de más. Jadeo. No quiero que pare. Sus penetraciones vigorosas me hacen perder la razón. No puedo hablar. No puedo contestar. Sólo puedo gozar de lo que me hace sin que yo haga absolutamente nada, excepto disfrutar de lo que me da. Se hunde en mí una y otra vez, mientras muerde con deleite y cuidado uno de mis pezones. Yo miro la luna y gimo. Jadeo. Le doy lo que quiere. Si algo me ha quedado claro en el tiempo que llevamos juntas es que a Freen le gusta oír mi placer mientras hacemos el amor. Cuando suelta mi pezón, se incorpora. Me agarra las caderas con fuerza y la miro. Apenas veo su rostro; en cambio, ella sí ve el mío iluminado por la luna. Gotas de su pelo caen sobre mí y oigo su pasión en cada una de sus acometidas. Así estamos hasta que el fuego nos consume. Ambas llegamos al clímax y, agotada, Freen se deja caer sobre mí. Cuando se recupera, su boca busca la mía y, cogiéndome en brazos, propone:

—Vamos a refrescarnos. Sin soltarme, me lleva de nuevo hasta la playa. Nos bañamos durante unos minutos, hasta que ella señala una roca y dice:

—Eso que ves ahí es la roca Ojo de Buey. La leyenda dice que guarda un tesoro abandonado por el pirata Cofresí. Nadie puede acercarse a ella o el mar lo mata.

JUEGOS DE SEDUCCIONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora