Capitulo 37

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Pasan los días. Freen comienza a ser un recuerdo. Un maravilloso recuerdo del pasado en el que me recreo en soledad y con el que me excito. Paseo por la playa con mi perro y, durante horas, me tiro en la arena a mirar el horizonte, perdiéndome en él. En mi telefono tengo una foto de Freen que me he bajado de internet. Está guapísima. sonriendo. En el tiempo que estuvimos juntas, nunca nos hicimos una foto las dos, no sé por qué. Llevo tres semanas sin verla y sin saber nada de ella y, a pesar de lo mucho que la echo de menos, noto que comienzo a resurgir de mis cenizas y a entender que todo aquello fue un sueño. Un bonito y a la vez maligno sueño.
Miro y me quedo atónita al ver que está Richie  junto a la chica que le gusta tanto, y, dejándome totalmente alucinada, se acerca a ella y le da un pico en los labios. ¡Vaya con mi hermano! Él parece notar mi mirada y se vuelve hacia mí y sonríe. Decido no interrumpirlo y me quedo sentada en la arena junto a nuestros perro, a la espera de que venga. Sin poder parar de sonreír tras verlo tan acaramelado, me pongo los auriculares y decido escuchar música mientras lo espero. Al menos él triunfa en el amor, y eso me llena de alegría. El mar está tranquilo y me encanta mirarlo. Me tumbo en la playa. El sol calienta y necesito que su energía me recargue.
Durante más de una hora, disfruto de la brisa del mar y de la música.

—Vamos, Rebecca… Dice Richie de pronto. Al oírlo, me quito los auriculares y, mirándolo. Me levanto y asiento, pero incapaz de no decir nada, suelto:

—El amor es una mierda, Richie. Tenlo presente y no lo olvides.

Mi hermano entiende lo que le estoy diciendo y, cogiéndome la cara entre las manos, contesta:
—No, Rebecca. El amor es lo más maravilloso que hay en el mundo. No seas negativa y piensa que más vale haber amado y haber sido amado, a no haber conocido nunca ese sentimiento. Sonrío.

Ésa es otra manera de verlo. Quizá tenga razón, no debo ser tan negativa.

En el camino de vuelta, Richie me cuenta su bonita historia. Me alegro muchísimo. Richie se merece ser feliz.

Esa noche, como cada noche, la orquesta y yo disfrutamos cantando y tocando para los huéspedes del hotel, que bailan encantados con nuestra música. Incluyo canciones nuevas y la noche en que elijo You’ll never find, de Michael Bublé, mientras con los ojos cerrados imagino a Freen a mi lado, la gente se vuelve loca. Sin duda, estoy hecha para cantar canciones románticas.

Tres noches después, en plena actuación, me sorprendo al ver a mi padre entre el público. Sonrío. Me encanta verlo allí y le guiño un ojo. Él, contento, me tira un beso que yo recojo y me lo llevo al corazón. Cuando acabamos de cantar Mamma mía, de Abba, me acerco a mis compañeros y les pido que cambiemos la siguiente canción. Quiero dedicarle a mi padre Rosas de Amaia Montero que tanto le gusta; cuando suenan los primeros acordes lo veo sonreír y yo comienzo a cantar. En ese momento, mi madre se acerca a él y eso me sorprende aún más. ¿Han cerrado la tienda para venir los dos a verme? Mamá me saluda con la mano y sonríe.
Yo le guiño un ojo y los miro, encantada de tenerlos allí. Desde que he regresado, toda mi familia, están atentos a mis necesidades. Todos parecen darse cuenta de que tengo el corazón herido y me cuidan como si fuera de porcelana china. ¡Son estupendos! Mis padres bailan abrazados en la pista, mientras yo canto.

Sin poder evitarlo, al cerrar los ojos pienso en mi amor. Aún recuerdo la noche en que me pilló cantando una canción en la cubierta del barco y se sentó a escucharme.

En ese instante, me doy cuenta de que Richie tiene razón: el amor es algo bonito y sólo tengo que mirar a mis padres para darme cuenta de ello. Cuando finaliza la actuación, la gente aplaude. Mis padres se acercan al escenario y sonríen. Yo, incapaz de no hacerlo, me agacho y les doy un beso. En ese instante, mamá me dice al oído:
—Te queremos, cariño.

Ya sé que me quieren. No hace falta que me lo digan. Pero oírlo me emociona y tengo que reprimir las ganas de llorar. Disimulo lo que sus palabras y la mirada de mi padre me hacen sentir y sonrío pese a mi tristeza, hasta que, de pronto, al mirar a un lateral de la sala, la sonrisa se me congela al encontrarse mis ojos contra los de alguien a quien no esperaba... Engfa....
¿Qué hace aquí la tia de Freen?

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