Capitulo 89

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De lunes a viernes, Freen se marcha hacia el hospital a las ocho de la mañana y yo, tras hacer trampa con el régimen y comerme a escondidas unas hamburguesas, sobre las nueve me voy a la discográfica. Allí está Faye y me gusta trabajar con ella. Lingling, que es un tiburón de su negocio, nos mete presión. Quiere el disco en la calle lo antes posible. Cuando Freen no sale muy tarde del hospital, me va a buscar a la discográfica. Desde allí, encantadas y felices, nos vamos a ver las obras de nuestra nueva casa. Van viento en popa y está quedando preciosa. No veo el momento de que todo termine para podernos instalar allí. En este tiempo, mi relación con Orm e Irin se ha reforzado. Cada una a su manera, me han demostrado ser unas amigas estupendas y nos vemos siempre que podemos. El día que Irin se entera de que yo soy la Becky que canta en la radio casi le da un ataque.
Se pone tan nerviosa que no le cuento que voy a sacar un disco. Ya se lo diré más adelante. Nam viene a Los Ángeles con un contrato para un excelente restaurante. Freen le ha conseguido el trabajo y ella no puede estar más feliz. Los primeros días se queda en nuestra casa, con nosotras, pero, dado que Nam es muy independiente, a la segunda semana se marcha ya para vivir por su cuenta. El sábado siguiente, Freen tiene programada una operación importante, por lo que quedo para comer con ella y las que ahora son mis amigas. Quiero que se conozcan. Cuando llego con Nam al restaurante, el camarero me reconoce. Nos hacemos fotos. Le firmo un autógrafo en una servilleta y después nos pone en una bonita mesa en la terraza exterior. Hace un día estupendo. Tras el camarero, salen dos chicas de las cocinas. Están emocionadas. Ambas quieren su foto conmigo y yo, encantada, les doy el gusto. ¡Sin lugar a dudas, la fama me gusta! Cuando ellas se marchan tan contentas, Nam me dice en voz baja:
—¿Qué se siente al ser famosa? Me encojo de hombros. Realmente es algo raro y exclamo:
—¡Me gusta!
—Ay, mi Famoamiga. Se burla ella. Después de que el camarero nos traiga algo fresco para beber, Nam dice:
—¿Te puedes creer que ayer fue a comer al restaurante Antonio Banderas? Sentada a su lado, tomando el sol, respondo con sorna:
—Me lo creo. Estamos en Los Ángeles. Nam mira el reloj y murnura:
—No me entiendo. Hoy es mi día libre y echo de menos trabajar. ¿Me estare volviendo loca? La miro divertida y, encogiéndome de hombros, digo:
—Eso es que te gusta tu trabajo, o bien que hay un chulazo en el restaurante que te encanta, ¿a que no me equivoco?
Ella sonríe y contesta:

—El chulazo todavía no ha aparecido, pero mira, ahí viene tu cuñada. ¡Qué estilo tiene!

Miro al frente y veo llegar a Orm. Como siempre, el glamur que desprende es increíble y, cuando llega hasta nosotras, saluda:
—Hola. Me levanto, le doy dos besos y pregunto:
—¿Te acuerdas de mi amiga Nam? Por supuesto que se recuerdan y Orm contesta:

—Claro que sí. Hola, Nam, encantada de tenerte de nuevo por aquí. Me ha dicho Becky que estás trabajando en un restaurante estupendo. ¿Todo bien por allí?
—De lujo. ¿Y tú, qué tal?
—Pues justamente hoy… ¡fatal!
—¿Por qué? Pregunto sorprendida.
—Estoy tan mal que no sé si cortarme las venas o fundir la Visa Oro.
—Voy por la Visa Oro. Se burla Nam.
—He pillado a p'mor follando con la puta de su secretaria sobre la mesa de su despacho. ¡Oh, Dios! ¿Cómo me puedes hacer esto, P'mor?…

¿Mi cuñada ha dicho follando y puta? Nam me mira desconcertada y yo le aclaro:
—P'mor es Lingling su esposa.
—¿Estás bien? La pobre niega con la cabeza y dice entre lágrimas:
—Esa perra de tinte negro barato no le da mis mensajes cuando la llamo. Ayer la estuve esperando durante dos horas y media para ir a cenar a un restaurante estupendo. Era nuestro aniversario. Organicé una cena romántica, le compré unos aros ideales de platino, y va ella y no le da mi mensaje. Como no apareció y no me cogía el teléfono, muy ofuscada, me dirigí a la discográfica y… y…

—Y te encontraste a lingling y a la puta de su secretaria sobre la mesa del despacho. Dice mi amiga. Orm asiente, se derrumba y nos cuenta todo lo que vio.

—Hola, ¡ya estoy aquí! Es Irin, otra alma caritativa, que, al ver llorar a Orm, suelta su bolso en la silla y murmura, cogiéndole las manos:
—Pero, bonita mía, ¿qué te ocurre? Orm, desesperada, se deja abrazar por todas. Las tres nos miramos sin saber qué hacer, mientras ella maldice y suelta un millón de barbaridades.

Irin, tras pedirle algo de beber al camarero, que nos mira desconcertado, abre su bolso, saca un estuche y, retirándole a mi cuñada el pelo de la cara, dice:
—Deja de llorar. Ningún hombre, y menos uno infiel, se merece que una mujer llore. Con lo guapa que eres, que llore él por ti.

—Ojalá… ojalá fuera capaz de decirle: cómprate unas acuarelas y píntate tu mundo, P'mor. Nam, al oírla, suelta:
—Mejor déjate de acuarelitas y dile que se vaya a la mierda.
—¡Nam! La regaño.

Siento que nadie ha creído nunca en ella y que mi confianza le gusta. Tras retirarse el pelo de la cara, levanta el mentón y dice:

—Me acabas de abrir los ojos, Bec.
—¡Bien! Aplaudo.
—Estoy muy enfadada y a partir de hoy nada será igual entre mi P'm… entre Lingling y yo. Y lo primero, ¡se acabó llamarla P'mor! Asiento. Me parece una buena idea y al pensar en las Chankimha, y en especial en Song, digo:

—Aprovecha este momento para hacerle ver a tu querida esposa y a su abuela que eres rubia, pero no tonta. En cuanto a Lingling, enséñale que vales una barbaridad como mujer y que si la dejas, más va a perder ella que tú. Orm asiente y, cuando voy a continuar, Irin viene corriendo hacia mí muy exaltada.
—¿Es cierto que vas a sacar un disco al mercado? Nam viene tras ella. ¡La mato! Resoplo y luego, sincerándome con Irin, murmuro para que nadie me oiga:
—Sí. Pero baja la voz, por favor. Y tranquila… no es algo inmediato, ¿vale?

Mi mente empieza a trabajar a toda marcha. Irin es peluquera y Orm, diseñadora. Desde mi nueva posición, seguramente les puedo echar una mano. Las miro y digo:
—Orm, si te pido que me hagas unos diseños para lucir en mi gira, ¿aceptarías? Mi cuñada se queda tiesa y, antes de que se desmaye, mientras el camarero nos trae las ensaladas y los bistecs con papas de Irin y Nam aclaro:
—Hace días, Lingling me comentó que necesitaba encontrar un look más sexy y rompedor y estoy convencida de que entre tú y yo lo podemos conseguir. ¿Qué te parece? Su expresión cambia y se torna pensativa. Luego, emocionada, pregunta:

—Becky, ¿crees que yo sabría hacerlo? Nam, al oírla, asiente.
—Con tu glamurazo y las ideas de Beccky, no lo dudes…

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