Capitulo 46

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Miro la mesa y me contengo para no coger un cuchillo y lanzarselo sobre la yugular.

—Métase su jodido dinero por donde le quepa. Digo, perdiendo los papeles.
—¡Rebecca!. Grita Freen.
—Le devolveré a Freen el anillo que usted le dio. Continúo furiosa.
—No necesito ninguna joya para querer a su nieta. La quería sin este anillo y la puedo seguir queriendo sin él.

Con gesto rabioso, me quito el anillo y lo tiro sobre la carpeta donde supuestamente está mi vida escrita en unas hojas. Freen me mira incrédula y entonces su abuela dice:

—¿Y encima contestona?

Con ganas de estrangular a esa antipática vieja, me vuelvo con toda mi furia y respondo, mientras contengo mi rabia:

—Contestona ante las personas que se lo merecen. Y usted se lo merece. Miro a Freen, su rostro está tan descompuesto como el mío, y digo:

—Me marcho de aquí. Salgo casi corriendo del salón, pero antes de llegar a la puerta, freen toma mi  brazo y murmura:

—Lo siento, cariño. Sabía que lo pondría difícil, pero…
—Me quiero ir de aquí. La corto, a punto de llorar.
—Chisss… Amor. Tranquila.

Respiro con dificultad y siento que me ahogo, pero Freen me da tranquilidad. Nunca me he sentido tan mal ante nadie. Apenas han sido diez minutos, pero han bastado para saber que esa mujer  me odia… por ser inglesa, joven y cantante. Tengo ganas de llorar, pero no lo voy a hacer.

De pronto, veo a su abuela detrás de nosotros y me asusto.

—La comida se enfría. Nos dice
—Vamos, entren.

Freen y yo la miramos. La vieja, de nuevo sentada en la silla de ruedas, nos mira con semblante serio.
La rabia me corroe por dentro cuando veo que se da la vuelta y desaparece en el interior del comedor.
A Freen, sin importarle nada, me toma de la mano y tira de mí hacia la puerta de la calle. Salimos y el aire fresco me da en la cara. Respiro aliviada.

En ese instante llega faye, que pregunta:
—¿Qué ocurre?
—Nos vamos. Contesta Freen. Su hermana la agarra del brazo y dice:
—No será por lo que imagino…

Freen asiente y oigo que Faye suelta un improperio y se toca el oscuro cabello. Mira a la derecha, resopla, y luego, mirando a su hermana, dice:

—Ya la conoces. ¿Qué esperabas que hiciera? Freen no contesta y yo, incapaz de callarme, pregunto, soltándome de su mano:

—¿Por qué me has traído aquí sabiendo lo que iba a pasar? Veo que ellas se miran. El dolor cruza sus rostros y Freen responde:
—Porque es mi abuela y tenías que conocerla tarde o temprano.

La miro alucinada. Ahora entiendo la paciencia que P'Susie me pedía que tuviera. Me rio y Faye, dice:

—Eso es lo que mi abuela necesita. Ríete de ella. Enséñale que tú también tienes carácter y así te la ganarás. Si dejas que te venza, nunca te respetará, como nunca ha respetado a las mujeres de Lingling.
—Faye. Murmura Freen, incómoda
—Tengamos la fiesta en paz. Bastante incómodo ha sido ya todo como para…
—¿Me permites que me ría de ella?. La corto de pronto.
—No…. No quiero que te rías de mi abuela.

—¿Y que le presente batalla? Freen resopla. No sabe qué decir y finalmente contesta:
—Escucha, cariño, ya la has conocido. Nos podemos ir de aquí y no tienes por qué volver a verla hasta el día de la boda. No pretendo que entres en su absurdo juego, no hace falta. Sé que me quieres y sabes que yo te quiero, ¡no necesito nada más!

Molesta por lo que esa jodida vieja es capaz de hacer para incomodar a los que tiene cerca, levanto el mentón y, mirando a la maravillosa mujer que está a mi lado, propongo:
—Regresemos al salón.
—¡¿Qué?! Faye sonríe, se me acerca y me da un beso en la mejilla. Y antes de entrar en la casa, me anima:
—¡Dale a la vieja lo que se merece, Rebecca!
Cuando se va dejándonos solas, tomo aire y, mirando a Freen con seguridad, digo:

—No soporto que haya investigado a mi familia y quiero que sepa que ni ella ni nadie puede conmigo. Te prometo que controlaré todas mis contestaciones y no caeré en la grosería ni la vulgaridad. Tu abuela se acaba de encontrar de frente con la horma de su zapato. Se va a enterar de cómo somos las inglesas, si tú me lo permites.

Mis palabras la desconciertan, pero finalmente sonríe y contesta:
—Te lo permito si me dices algo cariñoso. Al entender a lo que se refiere, pongo los ojos en blanco y murmuro:

—Te quiero, cariño. Freen sonríe y, besándome, asiente:

—Vamos, caprichosa, demuéstrale a la vieja cómo es mi preciosa mujer.

Tomando aire y tragándome las lágrimas, la beso, la agarro con fuerza de la mano y dejo que me lleve de nuevo al salón. P'Susie, Faye y La abuela de Freen nos esperan.

Sobre la mesa sigue la carpeta con la información sobre mí, y también el anillo. Faye me guiña un ojo.
Con descaro, yo cojo la carpeta y el anillo. La vieja me mira y yo la miro también, desafiante, mientras me pongo el anillo lentamente. Después me vuelvo hacia Freen, que me observa, y entregándole la carpeta, le indico:
—Toma, cariño, luego la leemos juntas. Seguro que hasta descubro cosas de mí que no sabía.

La vieja frunce el cejo. Bien. Eso me gusta. Freen sonríe y yo me acerco a Faye, la abrazo por detrás y, tras darle un beso en la mejilla, le digo al oído:

—Eres la mujer más estupenda que conozco y si no me hubiera enamorado de tu hermana, me habría enamorado de ti.

Después me acerco a la silla que queda a la derecha de su abuela, me siento y digo:

—Tengo un hambre atroz, ¿con qué me va a deleitar, señora? Ella me mira desconcertada. No esperaba esa reacción de mí y no contesta nada.

Instantes después, unas mujeres del servicio entran en la estancia y me miran extrañadas al verme sentada junto a su señora. Yo sonrío. Colocan distintas fuentes sobre la mesa. Observo la comida encantada. Ensaladas, pollo, huevos con mayonesa, verdura. Todo tiene buena pinta y me sirvo. Comemos en silencio. Las comidas en mi casa son pura alegria y una oportunidad para comunicarnos. Creo que nunca he estado en una comida donde esté todo el mundo callado. Pero en esta casa callan y comen y yo decido hacer lo mismo.

Con disimulo, observo cómo la abuela de freen  me mira comer. La tengo alucinada. A pesar de tener el estómago cerrado por los nervios a causa de la situación, me alimento como si llevara dias sin hacerlo, hasta que la oigo decir:
—Tienes buen apetito. Eso me hace mirarla y, sonriendo, replico:
—Cuando me desafían me da hambre, ¿a usted no?
Mi comentario no sé si le molesta o le gusta, porque no sonríe. Pero al ver sus ojos, sé que le ha hecho gracia y dice:

—No suelo equivocarme.
—¿Y si lo hace pide disculpas?
—Depende. Quizá por algunas cosas.
La miro, sonrío y, con una de mis miraditas, sentencio, antes de meterme un trozo de carne en la boca:
—Conmigo lo hará por todas.

Con el rabillo del ojo, veo que finalmente la comisura de sus labios se curva ligeramente, mientras come un poco de ensalada. Ya sé a quién se parece Freen. Está cortada por el mismo patrón que su abuela.

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