Capitulo 75

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El tiempo se hace increíblemente corto y de repente la gente aplaude. Sonrío radiante mientras Alejandro me agradece que haya cantado la canción con él. Yo apenas puedo hablar de la adrenalina que tengo. Voy a bajar  los escalones y Freen está esperándome con una resplandeciente sonrisa me da la mano y me ayuda a bajar. cuando llego abajo, besándome en los labios, murmura:
—Eres la mejor. Me hincho de orgullo. Oír decir eso a la mujer que me tiene robado el corazón es increíble. Cuando llego a la mesa, todos me aplauden y Song me dice en el momento en que me siento:

—Has estado fantástica. Yo me río y ella añade, mirándome fijamente a los ojos:

—Ahora, recuerda, los pies en el suelo, Rebecca. No lo olvides.

Asiento, mientras la mano de Freen aprieta la mía y sé que no he de olvidarlo.

Dos semanas despues nos toca control con Adison Montgomery. Tiene los resultados de nuestro primer intento para quedar embarazada. Donde las noticias no son muy buenas.
Freen apenas lo oye sale de la consulta y me deja ahi, sola.

Por la noche, cuando llego a casa, el humor de Freen no es el mejor. Para mi gusto, ha bebido demasiado y sé que ella también es consciente de ello. Está enfadadoa, y mucho. Es la primera vez que la siento así conmigo y no sé qué hacer. Por eso, al entrar me voy directa a la cocina. Necesito dos segundos para pensar. Además, tengo la boca seca y quiero beber agua. Cuando cierro la puerta de la nevera, Freen está en la entrada de la cocina. Me mira con mala cara y pregunta:
—¿Como estas?
— Bien, Freen, yo…
—No me mientas. Contesta enfadada.
Me callo, creo que será lo mejor. Pero ella, señalándome con un dedo, sisea:
—A partir de ahora, esto será siempre así, a no ser que tú lo pares. Piensa qué es lo que quieres, Rebecca. Ya sabes lo que quiero yo.
—Freen, escucha, yo…
—Por primera vez. Hoy me he sentido mal. Muy mal.
—Pero, cariño, yo te quiero y…
—Tienes que parar esto, Rebecca… Debes hacerlo.
—¿Y qué puedo hacer? ¿No tener un bebe? ¿Solo porque tu no quieres embarazarte?. ¿Acaso debo ser yo la típica mujercita que se queda en casa criando a los hijos, mientras su esposa trabaja? Oh, no… yo no soy así, y lo sabes, Freen. Lo sabes muy bien.
—No te estoy pidiendo eso. Piensa, por favor.
—¿Qué me pides entonces?
—Tiempo.

Su respuesta es tan contundente que no sé qué decir, hasta que murmuro:
—Te lo estoy dando, Freen. Te lo llevo dando desde que llegué a Los Ángeles, y no me puedes decir que no es verdad.

Sin mirarme, camina hacia la nevera, abre el congelador, saca un par de cubos de hielo y, tras echarlos en un vaso que coge de un mueble, se marcha dejándome sola, mientras yo grito a su espalda:

—¡¿No crees que ya has bebido suficiente?! No contesta, maldita sea. La sigo. Entra en su despacho y yo detrás. Allí, tras coger una botella, se sirve en el vaso. Sabe que estoy allí. Debio oírme, pero al no volverse, la llamo, dispuesta a aclarar el tema.
—Freen…
No me hace caso.
—Freen… mírame.

No lo hace. No se mueve. Sólo bebe y luego rellena otra vez el vaso con whisky. Cabreada y no dispuesta a consentir ese trato, me quito un zapato y se lo tiro. Le doy en la espalda. Esta vez sí se vuelve y, mirándome, dice:

—¿Te has vuelto loca?
—No, mi niña, no me he vuelto loca, pero si eres una jodida desagradable que no me contesta cuando la llamo, no te enfades si luego te tiro algo.
—¿Cómo crees que me siento al saber que no podremos tener hijos?
—¡Eso es mentira! Grito.
—¡No, no lo es! Grita más alto. Esto parece un festival de gritos por lo que, bajando el tono, digo:
—Claro que podemos tener hijos. ¿Por qué crees que no?. No contesta. Bebe más whisky y dice:
—Rebecca, tengo unos cuantos años más que tú y se que seria dificil hacerlo para mi.

—No digas tonterías. Contesto.

Freen no contesta. Sólo me observa y, cuando ve que me quito el otro zapato, murmura, señalándome con un dedo:

—Como se te ocurra hacerlo, lo vas a lamentar.

Sin dudarlo se lo tiro. Esta vez lo para con el brazo. Menos mal, porque le iba derecho a la cara. La oigo maldecir. Deja el vaso de malos modos sobre la mesa y camina hacia mí. No me muevo. Y cuando la tengo frente a mí, antes de que me toque digo:

—Al menos te has acercado.

—Si yo quedo embarazada, ya nada volverá a ser igual. Pero ya te lo dije el otro día, no voy a ser yo quien lo haga.
—Pero ¿qué va a cambiar? Pregunto. Freen cierra los ojos, acerca su frente a la mía y susurra:
—Tú. Cambiarás tú, cariño. Y perderte teniéndote a mi lado es lo que más me va a doler.

Intento entenderla. De verdad que lo intento, pero soy incapaz. No me va a perder. Si algo me enseñaron mis padres es la importancia de ser feliz con el ser amado, por encima de todas las cosas. Se lo digo como puedo.

Freen escucha, pero su expresión no cambia. A cada palabra, su desesperación crece más y más y cuando ya no puedo soportarlo, murmuro:
—Abrázame. Me mira desconcertada y yo insisto:
—He dicho que necesito un abrazo.
—No, Rebecca… ahora no quiero dártelo.
—¡¿No?!
—No.
—¡Te necesito! Grito furiosa.
—¡Bésame, abrázame, hazme el amor!

Pero Freen no se mueve. No me hace caso. No quiere besarme, ni abrazarme, y cuando no puedo más de indignación, me pongo a gritarle como una loca. Ella, sin contemplaciones, me echa del despacho y cierra la puerta. Subo furiosa la escalera. Muy furiosa. Las lágrimas y mi enfado me nublan la razón y al llegar al cuarto me quito la ropa y la tiro sobre la cama. Abro el armario para coger un pijama, pero me detengo. Odio esta casa. Desde que he llegado a Los Ángeles, no he hecho nada más que estar pendiente de Freen. Vivo en un sitio que odio, que no me da buenas vibraciones, y con esta absurda discusión he llegado al límite de mi angustia. Miro los vaqueros. Sin dudar un segundo, me los pongo. Pero cuando me los abrocho, me siento mal. Nunca he querido que Freen se sintiera mal. Maldigo. No quiero estar enfadada con ella y, deseosa de que lo arreglemos, abro un cajón y cojo mi camiseta esa en la que pone Te cambio una sonrisa por un beso, y sonrío. Sin duda, cuando la vea, no se podrá resistir. Me la pongo, me calzo unas deportivas y bajo al salón. Necesito hablar con Freen.

La puerta del despacho sigue cerrada. Me paro ante ella y oigo música. En este caso, música clásica. ¿Le gusta este tipo de música? Sonrío, cojo el pomo de la puerta y, al intentar abrir, me percato de que la puerta está cerrada por dentro. ¡¿Cómo se atreve?! Eso me enoja y grito:

—¡Freen, abre la puerta!

No contesta.

—¡Abre la maldita puerta si no quieres que la tire abajo! Como respuesta, sube la música. ¡Será idiota…! Eso me enciende la sangre y maldigo. Grito todos los improperios que se me ocurren, pero ella continúa sin abrir.
Durante un rato lo sigo intentando y cuando ya lo doy por perdido, miro a mi alrededor. Todo lo que hay aquí es ajeno a mí. No me identifico con nada. Si acaso con las fotos de la boda, que están en el marco digital. Abatida, conecto el marco y durante varios minutos miro las fotos de nuestra boda. En ella se nos ve felices, sonrientes, y ahora sonrío también al verlas. Me encanta ver a Freen tan feliz. Las fotos van pasando una y otra, hasta que no puedo mirarlas más y decido sentarme en el sillón de terciopelo negro del salón sin saber qué hacer.
El tiempo pasa y al no obtener ninguna respuesta de Freen, cabreada como nunca en mi vida, abro el perchero, cojo una chaqueta blanca de cuero, mi bolso y salgo de la casa. Un poco de aire fresco me vendrá de maravilla.

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