Capitulo 77

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El sonido de mi teléfono me despierta. Miro el reloj, las cinco y cuarto. Contesto sin pensar.
—¿Sí?
—¡¿Dónde narices estás?!

Al oír el grito de Freen, mi mente se reactiva. Me siento en la cama y de pronto soy consciente de dónde estoy y por qué. No contesto y ella vuelve a gritar:

—¡Dime dónde estás e iré a buscarte ahora mismo!
—No quiero hablar contig…
—Rebecca, no me enojes más. ¿Dónde estás?
—Déjame en paz. Dicho esto, cuelgo. Pero el telefono vuelve a sonar. Es ella otra vez y grito para que me escuche:
—¡No quisiste hablar conmigo. Me echaste de tu despacho y ahora yo no quiero escucharte, ¿me entiendes? Además…!
—Dime dónde carajos estás. Me interrumpe con brusquedad.
—¡Ni loca! Vuelvo a cortar la comunicación y esta vez le quito el sonido al telefono. No quiero hablar con ella. Me niego. Pero ya no puedo dormir. Me siento en la cama y durante horas observo cómo mi teléfono no deja de vibrar. Al final, opta por enviarme mensajes.

- He sido un idiota. Llámame.
Sin duda alguna, ha sido un idiota.

-  Cariño, no me hagas esto. Coge el teléfono.

Ella me ignoró y se encerró en su despacho.

- Te quiero… Por favor, dime dónde estás.

Uno tras otro leo todos sus mensajes. En ellos veo su arrepentimiento, noto su desesperación, soy consciente de su gran enojo, pero no, no hablaré con ella. Ella tampoco quiso hablar conmigo. No me dio la oportunidad y ahora no se la voy a dar yo a ella.

A las ocho de la mañana, los ojos se me cierran y, sentada en la cama, noto que me duermo. Unos golpes en la puerta me despiertan, sobresaltándome. Miro el reloj. Las once y veintitrés. Me acerco a la puerta con cuidado y me tranquilizo al oír:
—Servicio de habitaciones, ¿desea limpieza?
—No, gracias. Respondo.
Tengo hambre. Mucha hambre. Llamo a recepción y les pido que me traigan unos sándwiches de la máquina y algo de beber. Media hora después, llega mi pedido, que yo devoro mientras mi teléfono sigue vibrando.

- Rebecca acepta la llamada. Por favor. Por favor. Por favor...

Tomo aire. ¿Por favor? Me pongo a llorar. ¿Ahora lloro? No hay quien me entienda. A las tres menos veinte de la tarde estoy a punto de tirar el teléfono. Freen no para. No quiero ni imaginar cómo debe de estar. De pronto, miro el teléfono y veo una llamada de Faye. Tras dudarlo, finalmente contesto.
—Por el amor de Dios, Becky, ¿dónde estás?. Me pregunta mi cuñada.
—Intentando dormir si tu hermana y tú me deján.
—Becky, no sé qué ha pasado, pero Freen está como loca. Me ha llamado hace horas para decirme que no estabas en casa. Que discutieron y…
—¿Que discutimos? La corto.

—Más bien discutió ella, después se encerró en su despacho y no quiso hablar conmigo.
—Es tu esposa, Rebecca. No puedes ignorarla.
—Pues lo siento, pero hoy lo haré.
—Sé cómo es Freen. Dice Faye, y noto que sonríe, y tiene muchos fallos, pero se puede hablar con ella.
De nuevo los ojos se me llenan de lágrimas y, entre sollozos, contesto:
—Eso es mentira… No se puede hablar con ella.
—Bec…
—Me echó de su ladoooooooooo.
—¿Estás llorando?
—¡Sí! Grito desesperada. Sabes que adoro a tu hermana, pero… pero…
—No me hagas esto, cielo. murmura Faye
—No te quedes llorando sola. Por favor, dime dónde estás y llegaré en cinco minutos. Yo…
—No… no llegarás en cinco minutos, porque estoy lejos… muy lejos…
Oigo que resopla. Siento que se preocupa.
—Da igual lo lejos que estés, iré. Dime dónde estás.
—No. No quiero que vengas tú ni ningúna Chankimha.

Dicho esto, cuelgo e, instantáneamente, el teléfono vuelve a sonar.
Es Freen....

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