Capítulo 1

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El nuevo parecía un cachorrito asustado y sin hogar cuando lo presentaron en el frente de la clase. Me rasqué la cabeza cuando lo vi; los demás lo harían papilla en un santiamén. De seguro ya estaban planeando cómo molestarlo o qué apodo cruel le colocarían. Es que, bueno, en realidad, tampoco podría culparlos; se veía demasiado atemorizado. Creo que incluso lo vi temblar y, la verdad, eso no ayudaba mucho en tu primer día de clases. Ni en ninguno, en realidad, pero en ese en específico era incluso peor.

—Él es Niall Horan —dijo la directora—. Espero que lo traten bien y que lo acepten en el grupo con los brazos abiertos.

La clase entera murmuró y yo me concentré en el chico; se veía deplorable. Tenía la cabeza gacha, las manos detrás de la espalda y la mirada un poco perdida. Cuando la directora se fue del salón, lo vi avanzar hasta uno de los últimos asientos con paso apresurado y un poco torpe, aún con la mirada gacha y movimientos nerviosos, y me pregunté si estaba así porque era su primer día, porque así era su personalidad o porque le había ocurrido algo.

—Silencio, por favor, la clase continúa —anunció la profesora de la asignatura intentando acallarnos. Los alumnos le prestaron atención pero, a los pocos minutos, volvieron a hablar como si nada hubiera pasado, como si la profesora no estuviera allí y, más importante, como si el nuevo fuera lo único existente.

Volteé a verlo y me di cuenta de algo particular; no estaba copiando la clase. Estaba escribiendo, era cierto, pero estaba... ¿resolviendo sopas de letras? ¿Estaba bromeando? ¿La clase comenzaba y él se centraba en una sopa de letras? ¿Qué demonios le pasaba?

—Zayn, ¿Eso es lo que creo que es? —preguntó Louis viendo en la misma dirección que yo.

Sonreí y asentí con la cabeza.

—Sí —reí en silencio, impactado—. Increíble —Louis silbó y me miró de soslayo—. ¿Qué? —le pregunté.

Negó con la cabeza y volvió su vista a la pizarra.

—Nada. Que creo que sé quién ahora estará en nuestro círculo de amistad.


El nuevo, Niall, no habló con nadie durante una semana. Semana en la cual, por supuesto, me dediqué a observarlo con atención porque para mí él era como una especie nueva y rara y fascinante. En realidad, nunca había conocido —aunque no lo conocía como tal, pero se entiende mi punto— a una persona tan peculiar como él. 

Nunca.

Por ejemplo, en la cafetería, siempre se sentaba solo. Siempre. Y cuando terminaba de comer, se quedaba en la mesa resolviendo más sopas de letras y, si alguien se sentaba junto a él, se iba de allí, se sentaba en otro sitio, y continuaba haciendo lo que había estado haciendo —fuera comer o seguir con su libro de pasatiempos— como si nada. En el transporte, siempre se sentaba en el primer asiento y solo. Y siempre, sin importar qué, estaba resolviendo sopas de letras. Nunca hablaba con nadie, no parecía tener interés alguno en hacerlo o en hacer nuevos amigos y yo, obviamente, no podía estar más fascinado por ello.

¿Qué clase de persona hacía eso?

No se trataba de ser nuevo —claro que no. Yo también había sido nuevo y, en mi primer día, lo que había buscado había sido, mínimo, hacer una amistad, tener a alguien que pudiera indicarme dónde quedaban los salones o, al menos, alguien con quien comer en la cafetería para que no me vieran tan solitario y, por lo tanto vulnerable a bromas.

El chico de las sopas de letras #JustWriteItLGBTQ+ Ziall AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora