Capítulo 31

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Estaba en el mismo sitio que la semana anterior, el sábado, haciendo lo mismo que ese día: esperar al cachorro. Esa semana había pasado con prontitud y no demasiadas cosas habían ocurrido; Louis seguía siendo igual de imbécil que siempre y seguía igual de enamorado de Harry y, en sí, la única diferencia fue que me preguntó qué era todo eso de la madre y luego el por qué no fuiste con nosotros y el a dónde fueron ustedes dos solos que ya me había esperado de su parte.

—Fuimos a una heladería porque parecía tener problemas con ir al centro comercial —expliqué—. Y no hagas esa clase de insinuaciones, eh, que no es lo que parece. Salimos, comimos helado y ya.

Se hizo el ofendido y me miró con incredulidad.

—¿Estás sugiriendo que estoy sugiriendo que tuvieron una cita? —Asentí con la cabeza y él rio y se encogió de hombros—. Oh, pues sí, es eso lo que estoy sugiriendo.

Rodé los ojos.

—No fue ninguna cita, Louis. Sólo salimos como amigos y ya.

—Sí, bueno, yo también comencé como amigo de Harry y venos ahora.

Enarqué una ceja.

—¿Son novios?

—A lo que me refiero es a que ser sólo amigos no impidió que me enamorara de él, genio.

Bufé.

—Como sea.

—¿Y eso del centro comercial es algo permanente o fue sólo ese día?

Me rasqué la cabeza. No había pensado en ello.

—No sé —Me encogí de hombros—. Pero ahora que lo dices, quizá fue sólo que ese día no tenía ganas de ir o algo por el estilo. No significa que no pueda ir a centros comerciales, ¿no?

—Tendrás que averiguarlo después, amigo.

Así que sí, quizá ese día lo descubriría. O, al menos, lo intentaría. El cachorro llegó después de unos cinco minutos y lo saludé con la mano. Él asintió con la cabeza y comenzamos a caminar. Le pregunté si quería ir a algún sitio en específico y me dijo que quería volver a ir a la heladería de la semana anterior.

—Bien. Suena perfecto —Sonreí y nos dispusimos a ir a dicho sitio.

En el camino hasta allá, como en el trasporte, empecé a contarle cosas que me vinieran a la cabeza sólo porque sí. Él asentía y me hacía entender que me estaba escuchando, cosa que agradecía eternamente —aunque no tanto como el mismísimo hecho de que siquiera estábamos juntos en un sitio que no fuera la escuela, pero ese no era el punto.

Llegamos a la heladería y, como la semana anterior, primero nos sentamos en la mesa de la ventana y no hablamos por unos minutos. Luego le pregunté si ya quería comer y me dijo que sí, que pediría lo mismo, entonces le comenté que yo también quería probar eso y que, opinaba, era mejor comprar una sola porción, sólo que más grande y así los dos comeríamos de allí.

—Es decir, si quieres —Me encogí de hombros—. Podríamos usar el dinero sobrante para pagar por más fresas. Si quieres.

Me miró con tranquilidad y asintió con la cabeza. Sonreí, sintiéndome afortunado, y fui a pedir la orden. Me la dieron a los minutos y volví a la mesa con el envase de helado enorme y lleno de fresas hasta el tope.

—Le pusieron bastantes —señalé encogiéndome de hombros y él volvió a asentir con la cabeza.

—Ya veo.

El chico de las sopas de letras #JustWriteItLGBTQ+ Ziall AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora