Capítulo 6

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El rubio cargó las bolsas desde la entrada hasta la cocina. Su madre siempre las dejaba allí cuando llegaba del mercado y él iba a buscarlas, como el buen hijo que era, porque le gustaba ayudarla. Las dejó sobre el mesón para que ella misma se encargara de acomodar todo, porque sólo ella sabía hacerlo bien, dicho por ella misma, y fue a la sala de nuevo. Vio a su progenitora sentada con la cabeza hacia atrás y los ojos cerrados sobre un sofá y sonrió de lado; la pobre estaba tan cansada que daba pena.

—Mamá —comentó el adolescente tocándole el hombro a la mujer—. Listo.

La mencionada abrió los ojos como platos, alarmada, y luego, al ver que se trataba de su hijo, sonrió. Le revolvió el pelo y le apretó las mejillas, como siempre hacía aunque sabía que lo fastidiaba pero él lo permitía porque sabía que hacía feliz a su madre, y suspiró sonoramente.

—¿Te puedes encargar del té? —preguntó somnolienta, bostezando y volviendo a cerrar los ojos, apartando las manos del rostro de su hijo—. Estoy agotada.

Niall sintió que el mundo se le vino encima. Abrió los ojos y comenzó a parpadear frenéticamente, como si no comprendiera del todo lo que le pedían. Su madre gruñó, preguntándole si la había escuchado y, cuando abrió de nuevo los ojos, sintió que se le partió el corazón. Niall estaba llorando en silencio, mordiéndose el labio y mirando hacia el suelo, avergonzado, y su madre se levantó de inmediato del sofá y lo abrazó.

—Bebé, lo siento tanto, olvídalo, yo...

El adolescente negó con la cabeza, sintiéndose culpable e inferior.

—No puedo, mamá —Se limpió las lágrimas—. No puedo.

Se fue a su habitación y la señora se quedó en la sala pensando. Sabía que la idea del jueves había sido arriesgada, pero había esperado que lo ayudara aunque fuera un poco. Ya veía que no, que quizá lo había puesto incluso más paranoico o miedoso, pero es que debían ir probando. Y era difícil, sí, pero tampoco podían aislarlo por completo; la idea era que se integrara de nuevo, que volviera a actuar como un adolescente normal, que volviera a ser el niño feliz y alegre que había sido antes de aquel día.

Se dirigió a la cocina y, antes de guardar todo en la nevera, sacó la tetera y colocó agua en ella. Encendió la estufa y la colocó allí, calentándola y, después de ver cómo salía vapor por la ranura, observó la llama detenidamente unos segundos. Sonrió con melancolía, preguntándose cómo era posible que algo tan pequeño pudiera causar tantas reacciones diferentes en las personas y, cuando vio que ya estaba listo, sirvió el agua en dos contenedores. Su esposo aún no regresaba y ya había guardado todo; era el momento perfecto para relajarse.

Preparó el té, le colocó las medidas de azúcar que le gustaban a su hijo, y le llevó una taza a su habitación.

—Gracias —dijo este sonriendo con los ojos rojos.

La señora le revolvió el pelo y le palmeó el brazo, suspirando, preocupada por lo que ocurriría con él en el fututo inmediato —y el no tan inmediato también— o por cuánto tiempo iría a durar y por mil cosas más.

—¿Quieres salir? —preguntó la señora con interés—. Es sábado. Deberíamos hacer algo divertido por allí.

Niall la miró con las cejas levantadas.

—¿A dónde iremos?

—A comer —Se encogió de hombros—. Sé que compré comida pero... estoy cansada. No quiero cocinar.

—Qué responsable.

La señora lo miró de soslayo y le sacó la lengua. El adolescente rio y la imitó.

—Quizá nos haga bien salir un poco y, ya sabes...

—Ya iré a bañarme —respondió el ojiazul—. En diez minutos estaré listo.


Niall y su madre recorrían las calles de la ciudad con emoción. El chico tenía cierto miedo, era cierto, pero intentaba que esto no lo detuviera ni le impidiera disfrutar de la salida con su progenitora. En un momento, mientras iban viendo las cosas que había alrededor, tropezaron con un pequeñín que tenía un disfraz de bombero y las reacciones de ambos familiares fueron notablemente distintas. La señora sonrió ante el encanto; se veía adorable. Y Niall... él pegó un brinco y se alejó de inmediato, abriendo demasiado los ojos y negando con la cabeza una y otra vez.

—¿Estás bien? —preguntó la señora Horan al percatarse de esto con preocupación.

El adolescente forzó una sonrisa, intentando tranquilizar a su madre, y continuó caminando.

—¿A dónde quieres ir?

La señora se dio cuenta, por supuesto, porque desde aquel día siempre se daba cuenta de lo que fuera porque le prestaba muchísima más atención a su hijo que antes, sólo por si acaso, pero decidió no comentar nada al respecto —al menos por ahora—, para evitar posibles incomodidades o sensaciones de culpa por parte del menor.

—¿Te parece al puesto de hamburguesas? —Señaló al centro comercial que quedaba a una cuadra de allí, el cual se levantaba imponente sobre el resto de las tiendas—. Son buenas.

Niall se mordió el labio y bajó la vista. Los ojos comenzaron a picarle y la garganta estaba a punto de cerrársele, empezando a sentirse un tanto asfixiado.

—¿No podemos ir a otro sitio? —preguntó con apenas un hilo de voz.

La señora vio con pesar a su hijo y suspiró melancólicamente, asintiendo con la cabeza. Quiso abrazarlo para consolarlo de alguna manera, pero, en cambio, se limitó a palmearle el brazo con delicadeza, consciente de que este era el máximo contacto físico que Niall le permitía, y comenzó a caminar con él en otra dirección, revolviéndole el pelo.

—Claro que sí, bebé —dijo con tono de voz que mima a su hijo pequeño cargada de emoción—. Lo que sea por mi nene.

El adolescente se quejó de los apodos dados por su madre, como siempre, y luego continuaron hablando y riendo, como antes de aquel día, como si nada hubiera sucedido y todo estuviera perfecto, pero en la mente de la señora sólo se repetía una frase una y otra vez.

¿Cuándo volverá a ser feliz?


[N/A: Nos vemos mañana :)

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Los quiero, jsjsjsjs

All the love, Ker]

El chico de las sopas de letras #JustWriteItLGBTQ+ Ziall AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora