Capítulo 12

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La señora Horan entró a la habitación de su hijo en la mañana, a la misma hora que siempre, y se detuvo a su lado al verlo dormir tan plácidamente. Se mordió el labio con frustración porque se sentía culpable de sólo pensar en despertarlo, así que hizo lo que le pareció lo más correcto —lo dejó en paz. Pensó en todo lo que había ocurrido el día anterior, en cuánto había sufrido el pobre en el camino para llegar a casa y en cuánto lo había hecho ya estando allí.

Las pesadillas habían regresado. Había transcurrido un tiempo desde que habían cesado y, demonios, ahí estaban de nuevo, torturándolo y atormentándolo, recordándole cosas que no quería recordar y haciéndole ver cosas que en definitiva no quería ver —y, lo peor de todo, haciéndolo gritar de miedo. Apenas lo oyó, se formaron lágrimas en sus ojos, las cuales comenzaron a caer de forma inmediata e inevitable, como sabía en el fondo que ocurría todo pero aún así dolía —y eso también era inevitable, porque no lo negaba porque no hacía falta y porque sabía que sería absurdo hacerlo—, y tomó su teléfono y marcó un número que había tenido tiempo sin tener que marcar.

—Hola, Marianne. Buenas noches.

—Hola, linda. ¿Qué ocurre?

Y le explicó. El adolescente había llegado a casa llorando y prácticamente gritando con frustración, enojo y estrés ante cada cosa que le dijeran, por lo que sus padres decidieron no molestarlo más por el resto del día ni preguntarle cómo le había ido —porque la respuesta era obvia. No obstante, aclaró la madre, cuando su hijo decidió dormir, se comenzó a ver atormentado de nuevo por pesadillas que arrancaban de él las peores y más dolorosas frases que por suerte ella no había vuelto a oír pero que ahí estaban de nuevo y taladraban su corazón y hacían que quisiera llorar y abrazarlo hasta calmarlo y morirse al mismo tiempo.

—¡Oh, Dios! ¡Maura, lo siento tanto! —se lamentó la mujer al otro lado de la línea—. En definitiva, suspenderé las futuras sesiones en espacios reducidos, porque de por sí hoy gritó demasiado, como no lo había hecho en un buen tiempo, y eso no es bueno, en lo absoluto, y...

—¿Crees que sea bueno acompañarlo la siguiente vez?

La terapeuta suspiró.

—Quizá sea buena idea.

—Bien. Perfecto. Gracias.

—Lo siento tanto, Maura. De verdad. No sabía que iba a reaccionar así.

La madre se encogió de hombros, sintiéndose vencida.

—No era como si hubieras podido saberlo, de igual forma, así que no te preocupes.

—Dale pastillas para dormir, ¿sí? Que necesitamos que descanse.

Maura tembló un poco y se sintió desfallecer.

—Pero... pero él...

—Sí, linda, lo sé, sé que no las había necesitado desde hacía tiempo, pero hoy es una excepción, ¿sí? —Suspiró, frustrada y enojada consigo misma—. No debí presionarlo tanto; fue difícil para él.

—Sé que ciertos estímulos son parte de...

—No —la interrumpió la especialista—. Fue mi culpa. Con Niall debo ir más despacio y no respeté eso; fue mi error.

—No fue tu culpa, Marianne. No podías saber que reaccionaría así.

—No, no podía pero... ¡Uh! —Chasqueó la lengua con frustración y tomó aire—. Pensaré en qué haremos con él en las siguientes sesiones. Mientras tanto, mantenme informada sobre cualquier novedad, ¿de acuerdo? Que cualquier cosa pequeña podría ser importante.

Maura le respondió afirmativamente y, después de darse las buenas noches respectivas, buscó las pastillas y le dio la cantidad apropiada de estas a su hijo, despertándolo un momento e ignorando sus gritos de reproche, diciéndole que sólo se tomara lo que le daba y volviera a dormir, que no peleara más, que así sólo perdía tiempo y, después de unos minutos, lo vio caer rendido y sonrió de lado con melancolía y el corazón un poco roto.

—Pronto estarás bien del todo, pequeño. Ya falta menos...

Y antes de poder evitarlo, estaba llorando. Salió de la habitación y le informó a su esposo que ya su retoño había caído en brazos de Morfeo y sin pesadillas y el hombre le dijo que ahora era el turno de ella de descansar, que se esforzaba mucho, que se diera un respiro.

—Yo sólo quiero que esté bien, Bobby.

El señor asintió con la cabeza y le besó la frente, procediendo a abrazarla.

—Ya falta poco, cariño. Ya falta poco.

Ella lo abrazó de vuelta y, cuando terminó de llorar, se durmieron con la tranquilidad que les proporcionaba el al menos no escuchar nada proveniente de la habitación de su hijo.


Bobby le dijo a su esposa que él podía levantar a Niall esa mañana, que se quedara durmiendo, que le hacía falta, que se lo merecía, pero ella insistió en hacerlo ella misma, por lo que él suspiró y, después de darle un beso dulce, como todas las mañanas, se fue a trabajar.

La señora salió de la habitación de su hijo después de decidir dejarlo dormir más porque se lo merecía e hizo lo que más le gustaba hacer para distraerse de todos sus problemas: limpiar. Tomó el bolso de su pequeño, recordando que hacía tiempo no lo lavaba, y lo vació. Sacó sus cuadernos cuidadosamente y, cuando pasó al bolsillo en el que guardaba cosas valiosas, especiales y secretas —que no quería compartir con nadie porque eran demasiado especiales como para ello— quedó impresionada.

Estaba el lápiz con la S marcada, que era su favorito y un regalo de Samuel, según lo que sabía —y que era lo que solía guardar allí porque nada más era importante y especial para Niall que eso—, como siempre, pero, adicional a ello, había una bolsa pequeña transparente que, al tocarla, notó grasosa. Frunció el ceño ante ello, porque no parecía para nada propio de su hijo, y la olfateó, curiosa.

—¿Pastel de chocolate?


[N/A: HOLAAAAA

Gracias por todas las lecturas, votos y comentarios :')

Los loveo, jsjssjjss

Espero que pasen un lindo día hoy <3

Me levanté temprano sólo para actualizar esto; deberían amarme :v

Ya saben, comenten qué opinan :D

Nos leemos en los comentarios. Y, pues, nos vemos mañana <3

All the love, Ker]

El chico de las sopas de letras #JustWriteItLGBTQ+ Ziall AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora