Capítulo 37

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Esperé al cachorro donde siempre y, mientras lo hacía, miraba con atención mis colores. Habían pasado años desde la última vez que los había usado —o, siquiera, visto. Me sentía como un niño teniéndolos en mis manos, emocionado por ir a colorear lo que fuera, y sonreí al darme cuenta al menos un poco de cuánto había cambiado mi vida desde la llegada de Niall.

—¡Hola! —Sonreí aún más cuando lo vi llegar con su bolso del colegio—. ¿Ahí tienes las cosas? —Asintió con la cabeza y solté una carcajada—. Lo digo como si fuéramos a hacer alguna travesura y sólo vamos a colorear.

Alzó las comisuras de los labios y se encogió de hombros.

—Somos unos loquillos.

Solté otra carcajada y asentí con la cabeza.

—Sí, Niall. Tienes toda la razón; unos completos loquillos —Sonreí aún más y suspiré—. ¿Te he dicho que me gusta tu sentido del humor? —Negó con la cabeza y le indiqué que comenzáramos a caminar—. Pues, sí. Tienes un sentido del humor asombroso.

Asintió con la cabeza y siguió alzando las comisuras de los labios.

—Tú también.

Sonreí y, después de agradecerle, le expliqué que se me había ocurrido la idea de ir a un parque y colorear en unos bancos que había visto allá. Él comentó que le parecía bien y, después de caminar unos minutos, llegamos. El sitio estaba un poco más lleno de lo que creí que estaría, por lo que los bancos estaban ocupados.

—¿Quieres dar una vuelta y luego regresamos? —le pregunté.

—Podríamos comer helado —Se encogió de hombros—. Si quieres.

Sonreí y asentí con la cabeza. Fuimos hasta donde estaba un señor con una máquina y pedimos dos helados y, ya con ellos en las manos, comenzamos a caminar —de nuevo, porque con Niall siempre caminaba bastante. Miramos algunas personas jugando aquí y allá en el parque, otras paseando mascotas y algunas parejas en la grama.

Me fijé en que el cachorro estaba dirigiendo su atención a las palomas y demás aves que había cerca y sonreí. Él siempre tan él mismo. Nos quedamos unos minutos más sin decir nada, sólo viendo las cosas alrededor y, cuando noté que terminó su helado, volvimos al banco a ver si ya estaba desocupado.

No lo estaba; aún había algunas personas allí. Era una madre con su hija; estaban jugando. Sin embargo, la señora pareció darse cuenta de que estábamos esperando para usar el banco y nos dijo que ya se iban. Le agradecimos y, cuando se fueron, nos sentamos y saqué mis colores a la vez que él los suyos.

—Nos vamos a matar la espalda si coloreamos así —comenté—. ¿Qué tal si nos sentamos en el césped y usamos el banco como mesa?

Asintió con la cabeza y nos acomodamos como sugerí.

—¿Ya le dijiste a tu mamá que te prestara el auto para el sábado?

Me rasqué la cabeza.

—Se lo pediré hoy —Esperé a que sacara el cuaderno de dibujos y, sin abrirlo, lo colocó sobre el banco—. ¿Y tú? ¿Ya les dijiste a tus padres?

Negó con la cabeza.

—Les diré el sábado —Abrió el cuaderno y dejó una página que estaba en blanco, pero era la del lado derecho, por lo que aún podía verse la del izquierdo y fruncí el ceño con desconcierto al detallarla—. ¿Qué?

El dibujo era... peculiar. Niall no coloreaba hasta la línea; dejaba un margen en blanco hacia adentro de al menos unos dos o tres milímetros que, si bien no era mucho, se notaba.

El chico de las sopas de letras #JustWriteItLGBTQ+ Ziall AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora