Una nueva vida

++ Ochenta y siete +(

Dos almas aparecieron en la Residencia de Loto Rojo en la siguiente noche.

Mo Ran estaba cepillando el cabello de Chu WanNing cuando sintió una pesada somnolencia que lo acometió repentinamente. El joven pudo mantenerse despierto el tiempo suficiente para terminar su tarea antes de caer al suelo perdiendo la consciencia, cuando despertó se encontró a sí mismo dentro de una habitación en penumbra. Unos sollozos desconsolados se escucharon, la mirada de Mo Ran se dirigió al centro de la habitación viendo a un hombre encorvado sobre un ataúd cubierto con una manta blanca. El joven se acercó intrigado y notó una serie de intrincados trazos pintados en toda la manta con tinta dorada.

Mo Ran caminó hasta situarse frente al hombre y se agachó para intentar reconocerlo cuando éste se irguió repentinamente extendiendo el brazo.

— ¡Fengbo, ven ahora!— exclamó.

Un chispazo de energía apareció materializando una suona, y Gu Mang la tomó con una mano mientras con la otra secaba sus lágrimas, determinado a seguir adelante, inspiró hondo y comenzó a tocar. Al instante los trazos dorados se volvieron de color rojizo, conforme la melodía avanzaba cubrieron por completo la manta ante la mirada atónita de Mo Ran, que observaba en silencio.

— Esta técnica pudo costarle su núcleo dorado— dijo una sombra detrás de él.

Mo Ran dio un respingo volteando hacia atrás pero no vio nada. Nuevamente escuchó la voz a sus espaldas, diciendo:

— Sin embargo, su amor por mí fue más grande que el riesgo que corría.

La canción de la suona se detuvo abruptamente. Gu Mang se llevó una mano a la boca y mordió bruscamente, usando su propia sangre para sellar el encantamiento que había realizado creando un talismán que lanzó al lienzo dorado, el cual se apagó emitiendo un tenue resplando dorado. Gu Mang, al borde de sus fuerzas, sonrió apoyándose en el ataúd.

— Volveremos a estar juntos— dijo—. Esperaré por tí el tiempo que sea necesario, con tal de volverte a ver…

Finalmente, se desmayó. Mo Ran dio un paso adelante, siendo firmemente sujetado por aquella sombra esquiva que hablaba con la voz de Mo Xi.

— No soy el único que ha despertado en el cuerpo de su reencarnación— dijo—. Hay dos personas ya conscientes que buscan despertar a alguien más. Debes impedir que eso suceda.

En ese momento la oscuridad se lo tragó.

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Chu WanNing estaba de pie en el centro de una cueva. Sus ojos de fénix recorrieron el lugar de un lado a otro, notando finas lucecitas que revoloteaban por el lugar como luciérnagas fantasmales que pululaban por doquier.

El maestro cultivador las reconoció al instante: eran fragmentos de un alma que había sufrido una muerte violenta.

— ¡Tío!

La voz de un joven hizo eco por todo el lugar, agitando los fragmentos que se encontraban ahí. Al poco tiempo apareció un muchacho, jadeando por el esfuerzo de correr por un sitio tan grande como ese, una sonrisa triste se formó en sus labios y sus ojos se llenaron de lágrimas al ver el paisaje que se extendía en sus narices.

— ¡Cuarto tío!— exclamó cayendo de rodillas.

Las luciérnagas fatuas se agitaron una vez más. El joven buscó entre los pliegues de su túnica y sacó una bolsita restauradora de almas y un talismán invocador, el cual activó dejándolo en el suelo. Ante la mirada atónita de Chu WanNing, los fragmentos de alma que hasta hacía un instante flotaban libremente comenzaron a juntarse y arremolinarse junto al talismán para ser introducidos en la bolsa.

— No tienes nada que temer, cuarto tío— dijo el joven guardando la bolsa—. El farmacéutico Jiang va a llevarte a un lugar seguro, un sitio donde tu alma podrá restaurarse y podrás reencarnar. Podrás vivir feliz lejos de la familia Yue.

Chu WanNing siguió al muchacho, pero no pudo salir de la cueva. Un ruido a sus espaldas llamó su atención y volteó encontrando una figura difusa de blanco, la cual revivía uno de sus últimos momentos de vida. 

— No llores, Yue Chenqing— dijo—. Eres diestro y diligente. Realmente… eres mi sobrino.

Aquella figura volteó hacia Chu WanNing, aunque en realidad estaba mirando a la nada, y dijo:

— A dónde sea que vaya ahora, te llevaré en mi corazón.

Y con un último asentimiento, como una especie de despedida, la figura se desvaneció.