** Ciento once **

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Había un silencio sepulcral en el lugar conforme las imagenes del pergamino continuaban. Mo Ran y Chu WanNing vieron en un silencio impactado cómo Huai Zhui llevaba consigo un trozo de la madera divina, como entró a reclusión apenas regresó al templo Wubei, como practicó innumerables veces antes de que su espada tallara la madera creando un niño cuya apariencia era similar a Chu Lan. Mo Ran recordó a Xia SiNi y su corazón dolió.

Ante los ojos atónitos de la pareja, una gota de sangre cayó sobre la madera, y ésta cobró vida. Chu WanNing había nacido, y sería criado en ese templo por el hombre que planeaba utilizarlo como recipiente para el alma de alguien más. Después de todo, solo era una madera sin alma, vivo a partir de una gota de sangre de su maestro. No era humano. No estaba vivo. ¿Por qué se le permitiría vivir así? Huai Zhui lo cuidaría, lo criaría como su propio estudiante, le daría las armas y el conocimiento necesarios para defenderse y finalmente, cuando estuviera listo, lo llevaría al inframundo y lo presentaría ante Chu Xun como su hijo.

Después de todo, solo era un trozo de madera que no tenía derecho a una vida propia.

Los ojos de Mo Ran se inundaron de lágrimas ante la primera imagen del pequeño que se convertiría en su maestro: era como si estuviera viendo de nuevo a Xia SiNi, pero sus ojos de fénix brillaban con alegría e inocencia, sus movimientos eran impetuosos y alegres, no había nada de la amargura que lo aislaría tiempo después. El joven sintió el impulso de acariciar esa pequeña y tersa mejilla infantil aún sabiendo que era una ilusión, y su mirada empañada se centró en el adulto que se miraba a sí mismo con gesto inexpresivo.

—Shizun, juguemos una vez más.

Chu WanNing recordó ese momento como si hubiera ocurrido el día anterior. Había seguido adelante, se había forjado una vida y una reputación, pero este instante en que su maestro había jugado con él se quedó grabado en su memoria. En sus primeros años fuera del templo solía recordar esa escena con amargura, pensando que su maestro había fingido interés en él; después la recordó con odio, pensando en lo estúpido que había sido por no haber visto la mentira detrás de su máscara. Y después… dejó de pensar en ella. Ahora era como si pudiera ver el verdadero interés de su maestro.

Él nunca lo había considerado humano.

El tiempo pasó en el pergamino de memoria, el pequeño se había convertido en un adolescente virtuoso y capaz, y la voz de Huai Zhui volvió a escucharse luego de un prolongado silencio. 

—Cuando cumplió los catorce años, lo vi por última vez, decidiendo que estaba listo para llevarlo al reino de los fantasmas. Lo examiné para asegurarme de que estaría listo para contener el alma de Chu Lan, pensando que así podría expiar mis pecados. Me estaba engañando a mí mismo.

Cuando Chu WanNing tenía catorce años habían ido a la ciudad de Lin An, y en el camino de regreso escucharon unos sollozos que llamaron la atención del joven, que se acercó a mirar. Había una sencilla tumba en la nieve recién hecha, y un hombre de cabello castaño con un abrigo oscuro abrazaba a un niño que lloraba desconsoladamente. Un hombre de negro estaba de pie junto a él, y en el silencio sepulcral del lugar lo escuchó decir:

—Bien. Iremos a Xingtian a buscar a la hermana Xun.

Mo Ran apretó los puños, impactado. ¡Era el momento en que había sepultado a su madre! En la imagen, pudo verse a sí mismo, sucio y andrajoso, hecho un ovillo en los brazos de Shang QingHua, dormido después de pasar horas llorando. Vio el dolor en los ojos de Shang QingHua, vio un atisbo de compasión en la mirada de Mobei-Jun y vio la manera en la que ambos se miraron.

—Dawang, quiero criar a este niño como nuestro hijo —dijo Shang QingHua con resolución—. No quiero que vuelva a sufrir como lo hizo en la secta RuFeng.

Entonces, los ojos de Mo Ran se fijaron en el joven Chu WanNing, en la manera que había observado toda la escena. En el dolor que se reflejaba en sus ojos observando aquel pequeño bulto en los brazos del cultivador.

—Vamos —dijo Huai Zhui mirando a su discípulo—. Estará bien, puedes estar tranquilo.

Sin embargo, Chu WanNing no estuvo tranquilo. Durante días, semanas, pidió a su maestro que le dejará salir; suplicó que se le permitiera bajar al mundo pero todo lo que consiguió fue que Huai Zhui lo mantuviera en arresto domiciliario.

Fue entonces cuando Chu WanNing huyó.

Una nueva vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora