++ Noventa y nueve ++

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Al día siguiente, el gran grupo de cultivadores que reposaba en la villa Ma se reunió fuera de la mansión con el objetivo de dirigirse a la montaña Jiao. Para sorpresa tanto de Mo Ran como de Chu WanNing, Gu Mang estaba entre las personas reunidas, platicando tranquilamente con Shang QingHua.

El señor de la villa Ma ordenó a sus sirvientes preparar los corceles para cada persona, entregando a cada uno una bolsa Qiankun, y cuando estuvieron listos comenzaron la marcha hacia la montaña, preparados para enfrentar cualquier clase de trampa que Xu ShuangLing les hubiera tendido en su recorrido.

— El maestro de la villa Ma tiene mal gusto— dijo Mei Hanxue—. No solo hay un gran gato estampado en la bolsa Qiankun, sino que del otro lado está bordada la palabra "caballo". Interesante.

Xue Meng rodó los ojos con fastidio, susurrando "escoria". La consabida escoria sonrió, fastidiándolo un poco, con lo que el joven se alejó de él con disgusto y para cuando llegó junto a sus hermanos marciales tenía una expresión totalmente siniestra.

— ¿Te pasó algo?— preguntó Mo Ran.

— No me hables— dijo Xue Meng—. Tuve un mal día.

— Pero el día apenas empieza.

Xue Meng pateó a Mo Ran antes de que la comitiva tomara su camino rumbo a su objetivo. Después de siete días llegaron a la cordillera de las montañas Pan Long, donde se encontraba el monte Jiao. En una gran piedra se encontraba grabada una frase.

— "El dragón tiene una columna vertebral orgullosa, espero ver al monarca"— leyó Xue ZhengYong, volteando hacia NanGong Si—. ¿Qué significa, joven maestro?

— Significa que debemos caminar el resto del trayecto— dijo NanGong Si—. Además, desde el momento en que ingresamos a la montaña hasta la apertura del monte Jiao, no debemos decir malas palabras o seremos castigados.

El primer día todo había salido bien. El segundo día, uno de los discípulos del salón JianDong había sido devorado por serpientes debido a una mala elección de palabras que terminaron por costarle la vida, y como las serpientes eran parte de los bigotes de un dragón nadie se atrevió a ser descuidado. Fue hasta la noche del tercer día que llegaron a la barrera del monte Jiao, la cual era completamente transparente, por lo que podía verse el paisaje al pie de la montaña.

— ¿Este es el cementerio de las élites de la secta RuFeng?— preguntó Jiang Xi.

— Lo es— dijo NanGong Si con una punzada de nostalgia en el pecho.

El joven recordó las veces que había acompañado a su padre para barrer la tumba. Todos los años, cada solsticio de invierno, venían juntos y veía a su padre recitar todos los conjuros, todas las frases y todos los rituales que conllevaba entrar aquí; NanGong Si apretó los puños pensando en la simpleza con la que su padre, el hombre que había matado a su madre y había conspirado durante años, hablaba de la rectitud y la moral de los miembros de la secta.

— Todos ustedes, retrocedan un poco— indicó el joven avanzando hasta la entrada, donde se encontraban dos guardias en medio de los cuales se abría una escalera de jade.

NanGong Si realizó un hechizo ante la piedra maligna y dijo:

—El antepasado de la séptima generación de la secta RuFeng, NanGong Sí, presenta sus respetos.

Se produjo un crujido, la tierra tembló, y los ojos de las estatuas se abrieron mostrando unas pupilas estrechas entre los iris de color ámbar. La estatua de la izquierda habló, su voz resonando como una campana entre la quietud del lugar.

— NanGong Si, ¿recuerdas bien los siete edictos de la secta RuFeng?

— Es imposible que un caballero como yo cometa delitos como el abuso— dijo NanGong Si.

Hubo burlas entre los asistentes. Tomando en cuenta lo que ya se sabía sobre la sectas, esas palabras resultaron ser poco menos que una burla... y sin embargo, Mo Ran pudo ver como NanGong Si alzaba la cabeza con orgullo, en una silenciosa declaración de que él no tenía nada ver con las acciones deplorables de NanGong Liu: su conciencia estaba tranquila, y no se avergonzaba por ello. La estatua de la derecha habló, su voz era distante y serena como si estuviera en una gran distancia.

— NanGong Si, hay un espejo colgando arriba, y debajo están los vastos Campos Amarillos.

— No tengo excusas— dijo NanGong Si.

De nueva cuenta, el joven no pudo evitar pensar en su padre. No pudo evitar preguntarse si NanGong Liu llegó a sentir culpa o arrepentimiento cuando venía a presentar sus respetos, si había llegado a sentir pena cada vez que pronunciaba esas palabras. Las dos estatuas cambiaron su posición original: de encontrarse en pie se arrodillaron abriendo el camino y dijeron al unísono:

— Maestro, bienvenido a la montaña.

NanGong Si se adelantó entrando al lugar, siendo seguido por el resto de las personas. El peligro había pasado, por lo que ya no había necesidad de tener cuidado con las palabras. El grupo avanzó en silencio entre las estatuas hasta que llegaron al primer nivel de la montaña: el Jardín de Huesos, donde se encontraban los restos de los sirvientes leales que sirvieron a la familia NanGong. Mo Ran miró a su alrededor con preocupación, si todos estos sirvientes se levantaban estarían en graves problemas. El joven se separó del grupo para revisar una de las tumbas, y de inmediato supo que algo andaba mal.

Los cuerpos de los leales sirvientes ya se habían levantado.

Mo Ran salió corriendo, y al poco tiempo fue perseguido por los cadáveres, aullando terriblemente con cada paso que daban.

— ¡NanGong Si!— gritó—. ¡Suelta la Piedra Resistente del Alma frente a nosotros!

NanGong Si salió corriendo con Ye WangXi a su lado, ambos familiarizados con el lugar, dirigiéndose a la barrera que separaba las tumbas de los sirvientes de las tumbas de los discípulos. Ambos jóvenes corrieron con todas sus fuerzas hasta allí con la intención de levantar aquella barrera, pero antes de llegar se detuvieron de golpe al ver una gran cantidad de personas bajando de la montaña. A diferencia de las personas que los acompañaban, este grupo tenía una cinta verde bordada con la sombra de una grulla atada alrededor de los ojos.

— Ya es tarde— susurró NanGong Si.

Todos estos eran los fallecidos de la secta RuFeng, a quienes se les ataba tal cinta como parte de los rituales funerarios de la secta. NanGong Si volteó hacia Ye WangXi y le dijo:

— Baja y dile a Mo-shixiong que es demasiado tarde— dijo—. Los discípulos de alto rango han sido exhumados y se dirigirán a la montaña.

— ¿Qué pasará contigo?— preguntó Ye WangXi con preocupación.

— Esperaré— dijo NanGong Si—. Asegúrate de que lleguen todos al pie de la montaña, cuando suelten sus vapores, los alcanzaré.

Ye WangXi se mordió los labios, entregando un carcaj de flechas a NanGong Si, y se dio la vuelta para seguir adelante. Para cuando la muchacha llegó a la ladera, una gran batalla se estaba librando y sintió pesar al recordar que esto había sido ocasionado por su padre adoptivo; que los había dejado con una tumba pacífica para lanzarles la trampa en cuanto alcanzaran la suficiente altura.

— ¡Mo-shixiong!— exclamó dirigiéndose hacia él.

— ¿Qué ocurre?— preguntó Mo Ran volteando hacia ella.

Sin embargo, la chica no tuvo que decir nada, su semblante lo hacía en su lugar y Mo Ran maldijo entre dientes al imaginar lo que sucedía.

— A-Si dijo que se retiren lo antes posible y lo esperen al pie de la montaña— dijo Ye WangXi.

Mo Ran dio la indicación abriéndose paso entre los cadáveres andantes transmitiendo el mensaje y cuando todos estuvieron al pie de la montaña, Huang XiaoYue se burló de él.

— Mo-zongzhi, ¿qué clase de juego es este?— inquirió—. Primero nos traen a la montaña Jiao, y ahora nos piden retroceder en nuestros pasos.

— Pues si quieres morir, adelante— dijo Shang QingHua con molestia.

Huang XiaoYue abrió la boca para decir algo pero de repente vio una nube de polvo levantándose frente a él y vio a NanGong Si acercándose. Cuando los demás miraron, la sorpresa se dibujó a partes iguales entre los presentes.

Detrás del joven había una gran cantidad de cuerpos andantes.

Una nueva vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora