Extra: El descubrimiento del fénix

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Mo Xi y Gu Mang se presentaron en el pico SiSheng con un carruaje lleno de tesoros que habían reunido a lo largo de algunos meses. La razón de esto era sencilla: se había concertado el compromiso entre Xue Meng y Feng Shiyao y, como sus padres adoptivos, venían a entregar una dote junto con una carta de compromiso. Después de eso, los novios no podrían verse hasta el día de la boda, por lo que Feng Shiyao iría a la cumbre Wan Jian hasta el día de la ceremonia. Durante la entrega de la dote y la carta, Gu Mang mantuvo la mirada fija en Xue Meng todo el tiempo como si estuviera analizando su cara, lo cual puso nervioso al joven. Si hubiera sido otra persona, ya le habría gritado por mirarlo tanto, pero se trataba de su futuro suegro, de un admirado general y… bueno, no quería buscarse problemas con él por más buen carácter que tuviera. Lo más extraño fue que, antes de irse, Gu Mang volteó hacia Mo Xi y susurró antes de irse:

—Los rumores son ciertos.
—Tal vez sea casualidad —dijo Mo Xi.

Estas palabras despertaron el interés de Xue Meng, que pensó en investigar un poco, algo de lo que se arrepintió cuándo supo de qué hablaban los consabidos rumores: solía decirse que él, el joven maestro del pico SiSheng, tenía cierto parecido con el líder de Gue Yue Ye, Jiang Xi. Xue Meng sintió ganas de vomitar al escuchar eso, ese primer impulso fue sustituido rápidamente por el impulso de ir y golpear en la cara a todo aquel que haya dicho semejante tontería. Él, parecido a Jiang Xi, ¡por favor! Era obvio que su belleza venía de su madre, claramente, y ninguno de estos idiotas era capaz de verlo.

Sus dos shidis se preocuparon por él cuando se reunieron en la ciudad de Wuchang y lo vieron con un semblante tan malhumorado.

—Quita esa cara —dijo NanGong Si—. La gente va a creer que no eres feliz con tu compromiso.
—Eso sería lo mejor que podrían decir y estarían igual de equivocados —dijo Xue Meng con amargura.
—¿De qué hablas? —preguntó Mo Ran.

Xue Meng les contó acerca de los rumores sobre él y Jiang Xi; al final del día recibió la solidarización de Mo Ran y NanGong Si y se sintió mucho mejor. Ese sentimiento le duró el tiempo que le llevó subir al pico, pues cuando llegó se encontró con Jiang Xi de visita en su hogar.

—¿Qué diablos haces tú aquí? —increpó el joven.

Jiang Xi no respondió, en su lugar, lo miró fijamente. Xue Meng alzó la barbilla con altivez y abrió la boca para preguntar qué estaba mirando, cuando madame Wang se acercó a ellos.

—Meng-er, no seas grosero con la visita —dijo, apretando levemente su hombro, para después dirigirse a Jiang Xi—. Pasa, te estamos esperando.

Por alguna razón desconocida, Xue Meng sintió una gran alarma al escuchar esas palabras, y fingió irse a su habitación para después seguir a su madre hasta la sala donde estaba su padre, arreglándoselas para escuchar a hurtadillas la conversación de los adultos.

—Supongo que han escuchado los rumores —dijo Jiang Xi con su molesta altivez—. Los más atrevidos incluso han llegado tan lejos como para afirmar que el joven maestro en realidad es mi hijo. ¿Tienen algo que decir al respecto?

Madame Wang sintió el impulso de negarlo todo, pero Xue ZhengYong tomó su mano y dijo:

—Esposa, creo que debería saberlo. Meng-er también tendría que saberlo…
—No —dijo madame Wang, resuelta—. Meng-er no tiene porqué saberlo.
—¿Saber qué? —preguntó Jiang Xi con impaciencia.
—Él es tu hijo.

Jiang Xi no supo cómo reaccionar. Fuera de la sala, Xue Meng escuchó la historia, estupefacto: cuando su madre fue discípula de Gue Yue Ye, había sido seleccionada para practicar el cultivo dual con Jiang Xi, que era el discípulo principal de aquel entonces. Ella, como todas las mujeres de la secta, se había enamorado de él, pero él no tenía interés en ninguna de ellas. Y un día, lo inevitable sucedió: la joven discípula quedó embarazada, avergonzada por lo que sus compañeras dirían de ella, huyó de la secta, y cuando su hijo tenía un año, se encontró con Xue ZhengYong, que la había cortejado anteriormente y se ofreció a cuidar de ella y del pequeño, a quién crió como su hijo.

—Esperaba no tener que hablar de esto nunca —dijo madame Wang, mortificada, al terminar su relato.

Xue ZhengYong le ofreció consuelo, mientras que Jiang Xi dio media vuelta dispuesto a salir.

—Estoy de acuerdo con tu esposo —dijo—. Tu hijo debe saber la verdad.

Xue Meng escupió en el suelo antes de alejarse de allí. Esto, para él, no cambiaba nada: no iba a reconocer a ese tipo como padre, nunca, primero tendrían que rebanarlo en pedacitos antes que aceptarlo como padre. Para Xue Meng, su padre era el gran señor del pico SiSheng y no iban a convencerlo de lo contrario. Pero ahora, solo mirar la cara de Jiang Xi le era más desagradable, por lo que se las arregló para no verlo mientras estuviera allí. Para su mala fortuna, un discípulo apareció diciéndole que su padre lo había mandado llamar y Xue Meng, el orgulloso hijo del cielo, entró en pánico al escucharlo.

—¡Dile que me fui a ver a Shizun! —exclamó alejándose con rapidez de allí.

Y, en efecto, fue a ver a su Shizun. Chu WanNing regresaba del bosque con un montón de leña en las manos cuando Xue Meng llegó agitado por el apresurado viaje; el joven había volado sin descanso hasta llegar a la cabaña y apenas saludó a su maestro, éste le invitó a entrar a la cabaña. Chu WanNing había aprendido a conocer a sus estudiantes, por lo que sabía que algo andaba mal con Xue Meng y que lo mejor era esperar que el joven dijera por sí mismo qué le perturbaba; ambos charlaron tranquilamente y al final, cuando una carta del pico SiSheng llegó, el joven dijo:

—Me estoy ocultando de mis padres. Van a decirme algo que no quiero saber.
—¿Cómo estás seguro de que no quieres saberlo? —preguntó Chu WanNing.
—Porque sé lo que me van a decir.

Entonces, Xue Meng le contó lo que había escuchado, y para su fortuna, Chu WanNing se apiadó de él respondiendo al gran señor que su hijo se quedaría a pasar la noche en su hogar. Esa noche, Xue Meng tuvo una charla con Mo Ran al respecto, todo lo que quería era aclarar sus propios pensamientos, ¿y quién mejor que él para comprender su situación? Como lo había imaginado, su shidi estuvo de acuerdo en su decisión, y si él no quería ver a Jiang Xi nadie podía obligarlo a ello.. pero también le dijo que tendría que enfrentar a sus padres en algún momento. Cuando Xue Meng volvió al día siguiente, fingió que todo estaba bien… hasta que sus padres llamaron y vio a Jiang Xi con ellos.

“Supongo que algunas cosas no se pueden evitar”, pensó Xue Meng. Para su sorpresa, Jiang Xi quiso interferir en su matrimonio diciendo solamente:

—Feng Shiyao no es buena para tí. Buscaremos a alguien más adecuada para un joven maestro como tú.
—Lider Jiang, usted no es parte de mi familia —dijo Xue Meng con altivez—. ¿Cómo se atreve a meterse en asuntos que no son de su incumbencia? Y aparte de todo, ¿con qué cara se atreve a criticar a mi shimei? ¿Cómo se atreve a dudar de una de las estudiantes de mi Shizun?
—Meng-er… —llamó su madre, dispuesta a decirle todo, pero Xue Meng la interrumpió.
—Lo sé, madre. Lo sé todo.

El rostro generalmente sonriente de Xue ZhengYong se volvió ceniciento. Xue Meng lo señaló, enfrentando a Jiang Xi con fiereza.

—Ese hombre de ahí es mi padre —dijo—. Él me crió, me enseñó lo que sabía y me dio lo mejor que tenía. Es el único que merece mi reconocimiento como padre. Jiang Xi, no sé qué pretendes con este patético intento de reconocerme como hijo, pero no es necesario. No te reconozco como padre. Y tú no tienes derecho a juzgar qué tan digna es la hija de la legendaria Bestia del Altar. Ella será mi esposa y la única que puede decir lo contrario es ella.

Con un gesto orgulloso, Xue Meng remató su discurso señalando la salida:

—Ahora, le ruego que saque su fea cara de aquí y no vuelva más.

Jiang Xi dio media vuelta y se fue. Xue Meng suspiró, pensando que eso había salido mejor de lo que había esperado y volteó hacia sus padres esperando que lo regañaran por escuchar a hurtadillas. En su lugar, madame Wang volteó hacia Xue ZhengYong y dijo:

—Se ha dedicado a escuchar detrás de las paredes, igual que tú. Definitivamente es tu hijo.
—Sí —dijo Xue ZhengYong, entre conmovido y orgulloso—. Es mi hijo.
—Claro que sí —dijo Xue Meng—. ¿De dónde más tendría esta cara tan gruesa?

Padre e hijo se echaron a reír, y de ese modo el asunto quedó zanjado.

Una nueva vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora