Extra: Reencuentro

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La habitación estaba silenciosa aquella mañana. Al ocupante de la misma no le gustaba que lo despertaran bruscamente, de modo tal que cuando la puerta se abrió, la persona que entró se aseguró de que hiciera el menor ruido posible al abrir y cerrar. Con sigilo, se acercó a la cama y trató de subir silenciosamente, pero el mueble era muy alto y ella era tan pequeña…

De repente, la niña fue alzada y subida a la cama. Un par de brazos la rodeó cariñosamente y sintió cosquillas cuando el cabello suelo de su padre acarició su rostro, riendo.

—Buenos días, A-Qing —dijo Murong Chuyi girando en la cama, quedando boca arriba, con lo que su hija terminó encima de él.

—Buenos días, papá —dijo Murong Qing antes de recostar la cabeza en el pecho del mayor. 

Murong Qing tenía cinco años. Creció sin una madre, pero su padre y sus tíos la criaban con amor y cariño y ella los amaba mucho. Le gustaba jugar con su tío Gu, que la llevaba de paseo cada que podía mientras su tío Mo se quejaba de que perdían el tiempo, pero aún así les seguía el juego con todo lo que hacían; sin embargo, a Murong Qing lo que más le gustaba era observar a su padre dibujar uno de sus planos: la concentración de Murong Chuyi mientras trazaba cada línea le parecía algo muy bonito, y no se diga al armar algún ghoul de madera, a ella le encantaba ayudar con el armado. De grande, iba a ser una gran maestra refinadora como él.

Pero ese día, mientras estaba recostada sobre el pecho de su padre, Murong Qing pudo notar un rastro de melancolía en los ojos de fénix del mayor. 

—Papá, ¿estás triste? —preguntó haciendo un puchero.

—No, mi niña —respondió Murong Chuyi acariciando la cabeza de la pequeña—. Pensé en alguien. Alguien a quién espero presentarte algún día. Ahora, arriba, vas a pasar el tiempo con tu tío.

—¡Sí!

Ambos se levantaron de la cama, y Murong Chuyi llevó a su hija al pabellón donde vivían Mo Xi y Gu Mang, pidiendo a la pareja que cuidarán de la niña y se hicieran cargo de la cumbre mientras él estaba fuera. 

—¿A dónde irás? —preguntó Mo Xi, mientras Gu Mang preparaba una barra de dulces confitados para Murong Qing.

—Al templo Wubei —respondió Murong Chuyi.

Mo Xi comprendió y no preguntó más. Murong Chuyi miró a su primo y dijo:

—Gu Mang, ni se te ocurra darle demasiados dulces a Qing. 

Gu Mang levantó la mano con el pulgar arriba, lo cual quería decir que había entendido pero que no le prometía hacerle caso. Mo Xi puso los ojos en blanco y dijo:

—Yo me encargo.

—Claro que sí —dijo Murong Chuyi, temiendo que llegaría a ver como su hija sufriría un exceso de energía por tanta azúcar que estos tíos permisivos le darían.

Con una sonrisa de satisfacción imaginando a Mo Xi y Gu Mang lidiando con su hiperactiva hija, Murong Chuyi montó en una espada y emprendió el vuelo rumbo al templo Wubei. Había ido una vez, cuando la cumbre Wan Jian estuvo reconstruida, pero la persona que buscaba estaba en reclusión y le fue imposible verla. El día anterior había recibido una carta de uno de los monjes, indicándole que el tiempo de reclusión había terminado y podía volver. Sus emociones se revolvieron al pensar en volver a ver a su sobrino…

… Su medio hermano…

Murong Chuyi negó con la cabeza. Era solo su sobrino, ese era el único lazo que había reconocer al momento de su muerte y eso no iba a cambiar. Temía que Yue Chenqing no quisiera verlo, después de cómo lo había tratado anteriormente, sería lo menos que merecía. Estaba tan sumido en esos pensamientos que no se dio cuenta del momento en que llegó al templo hasta que uno de los monjes lo recibió y lo guió al patio exterior. Allí, Murong Chuyi vio a Yue Chenqing sentado en una mesa frente a Jiang Xi; el médico lo estaba examinando y se detuvo al verlo.

—No permito extraños en mis consultas —dijo con aspereza.

—Está bien, médico Jiang —dijo Yue Chenqing—. Es mi tío. Ahora, por favor, dígame cuál es mi diagnóstico.

Jiang Xi miró con atención a Murong Chuyi y luego volteó hacia Yue Chenqing.

—Tu núcleo dorado se ha restablecido por completo —dijo—. Por mera precaución deberías quedarte aquí un par de meses más y ven a Gue Yue Ye una vez cada seis meses. Quiero asegurarme que tu regreso al mundo no haga fracturas en tu núcleo espiritual.

—Se lo agradezco. Finalmente podré dejar de ser su problema.

El médico se fue, y Murong Chuyi se quedó solo con Yue Chenqing. El joven lo miró y corrió hacia él dándole un abrazo, exclamando como si aún fuera un adolescente:

—¡Cuarto tío!

Murong Chuyi lo abrazó con fuerza. Había pasado gran parte de su vida anhelando este momento y ahora por fin había llegado. Había soñado con el momento en que pudiera decirle a su sobrino lo mucho que lo quería, pero cuando habló, solo pudo decir:

—Perdón. Fui demasiado insensible contigo.

—¿De qué hablas? —inquirió Yue Chenqing—. Mi tío es la persona más amorosa que conozco.

Yue Chenqing había perdonado los desplantes de Murong Chuyi al enterarse de la razón detrás de cada desprecio. Había llegado a considerarlo una persona con un corazón de piedra, insensible e indiferente, pero en realidad él era una persona gentil y desinteresada, de naturaleza compasiva, que se había visto obligado a actuar de otro modo para mantener a salvo a quienes apreciaba. ¿Cómo podría ser insensible alguien así? Ahora ya no había sombras entre los dos que pudieran separarlos ni hacerles daño. 

Dos meses después, Murong Chuyi recibió a Yue Chenqing en la cumbre Wan Jian. El joven le había explicado que tenía demasiado daño en su núcleo dorado producto del enfrentamiento en el que su familia había muerto, y Jiang Fuli lo había atendido después de su regreso tras el establecimiento del nuevo imperio. Uno tras otro, los descendientes del farmacéutico Jiang lo habían atendido hasta llegar a Jiang Xi, que lo envió al templo Wubei para que cultivara sin intervención del mundo externo. Pero, tras la invasión sufrida por el templo, había sufrido nuevas heridas que lo obligaron a estar en reclusión aislada. 

—Pero eso ya quedó en el pasado —dijo Yue Chenqing haciendo un gesto despreocupado con la mano—. Ahora ya estoy bien. 

Murong Qing corrió a su encuentro, Mo Xi y Gu Mang iban detrás de ella. La pequeña se aferró a la pierna de Murong Chuyi y exclamó con alegría:

—¡Papá! ¡El líder Yue dijo que podía hacer la prueba para ingresar a la secta el próximo año!

La niña miró a Yue Chenqing con curiosidad y Murong Chuyi dijo:

—Este es mi sobrino. Saluda a tu primo, A-Qing.

Los ojos de durazno de Murong Qing se ampliaron por la sorpresa y extendió los brazos hacia Yue Chenqing, que la cargó.

—Hola, pequeña —dijo.

—Hola, primo —dijo Murong Qing—. ¿Me ayudarás a convencer a papá de que me dé una mamá?

Gu Mang se echó a reír a carcajadas con la expresión azorada de Murong Chuyi.

—No te pongas así —dijo—. Aún eres joven y guapo, es normal que tu hija quiera verte casado. Y tal vez les vaya tan bien que le des un hermanito.

—¡Desvergonzado!

Murong Chuyi persiguió a Gu Mang por toda la cumbre. Yue Chenqing, con Murong Qing en sus brazos, se sintió feliz. Volvía a tener una familia.

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Ay, que bonito Q_Q

Y si yo vivo cien años, cien años chingas a tu madre, Jiang Yexue

Una nueva vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora