Capítulo 2

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NARRA ANYA

—¿Qué? —Mamá se me acercó—. ¿A qué te refieres con "volverás"?

Me acarició el pelo.

—Anya, estarás protegida en Ostania. Yo no puedo ir contigo. Tu padre me necesita.

—¿Te... necesita?

Mamá asintió con la cabeza.

—Todavía tiene problemas cuidando la casa sola. Debo ayudarlo. Además..., yo tengo un trabajo aquí. No puedo dejarlo. Tengo que quedarme aquí —me informó tristemente. Desvié la mirada y resoplé con fuerza—. Sé que piensas que estarás sola, pero te aseguro de que te sentirás mejor ahí que aquí. Confía en mí. Somos personas y necesitamos tiempo para recuperarnos. Ahora debes de estar pasándotelo mal y tienes la oportunidad de tomarte ese descanso en Ostania, ¿no crees que es lo mejor?

—Sí, pero... ¿dónde viviré? —pregunté desanimada.

—Lo descubrirás cuando llegues —dijo misteriosamente esbozándome una sonrisa.

«Esto me da mala espina...», pensé.

—Mamá —ya se había levantado y dirigido hacia la puerta—, me prometiste que estaría protegida, eso quiere decir que conozco a la persona que me cuidará, ¿verdad?

—Ya lo verás —respondió y salió del cuarto—. Ve preparando la maleta. Que tienes el avión mañana por la mañana.

«¡¿Tan pronto?!», exclamé mentalmente. «No me puedo creer que me esté pasando esto... Jamás he viajado en avión sola... ¡¿Y si se estrella?!».

Un poco molesta empecé a empaquetar las cosas. ¡¿Por qué simplemente no me decía con quién iba a vivir?! ¡¿Acaso estaba tomándose esto a broma?! ¡La única impresión que me estaba dando era que yo viviría con un viejo verde!

Al final, acabé de hacer la maleta con una furia extraordinaria.

«No, Anya, tienes que relajarte. Las vacaciones no han terminado todavía. Te quedan unas semanas. Vas a pasártelo fenomenal en Ostania y, pasado el verano, regresarás a Francia y papá se habrá calmado y me volverá a dejar seguir mi relación con Luka. Ese será el plan y seguro que funcionará. Conozco muy bien a papá. Lo conozco tan bien que sé que sus enfados duran unas pocas semanas. Todo irá genial», me dije.

Me tumbé en la cama y cerré los ojos, soñando que todo en Ostania iría bien.

~~~

—¡Anya, tienes que levantarte! —me dijo mamá, quitándome las sábanas de la cama de un tirón.

—¡Mamá...! —dije molesta—. ¿Qué hora es? Tengo mucho sueño... —murmuré bostezando.

—Las 7 de la mañana. Como no te des prisa, perderás el avión —dijo a toda prisa.

«¡Es verdad! ¡Hoy viajaré a Ostania!», recordé y me levanté rapidísimo.

Empecé a prepararlo todo. Me duché, me vestí, revisé por si me faltaba algo para llevar... Todo lo necesario.

No me despedí de papá. Pensé que no merecía la pena. No me sentía con ganas de verlo. De hecho, estaba a punto de viajar a otro país solo para olvidarme de él y de todo lo ocurrido. Quería despejar mi mente.

Mamá me llevó al aeropuerto en coche. El viaje se me hizo largo, pero no tanto como para llegar a perder el vuelo. Afortunadamente, llegué a tiempo.

Se me hizo muy duro despedirme de mamá. Sobre todo, porque sabía que la iba a extrañar mucho. Nos abrazamos tantas veces que se me hizo eterno, pero aun así, no fueron suficientes. Nada más despedirme, no quise alejarme de ella. Como si me estuviera empezando a arrepentir.

Acabé entrando al avión dubitativa. Era bastante extenso. Según el tíquet, mi asiento asignado estaba al fondo, caminé un poco hasta encontrarme con un señor de unos cuarenta o cincuenta años.

Excusez-moi, vous êtes à ma place —le dije, refiriéndome a que estaba ocupando mi asiento.

—Perdona, ¿qué has dicho? No hablo francés —me dijo el señor.

«Uff... Qué suerte he tenido. Habla mi nativo idioma», pensé aliviada. «Además, en general nunca supe hablar francés muy bien».

—Perdona, quería decir que... estás en mi asiento —dije nerviosa.

—Oh, hablas mi idioma. Qué suerte —dijo, levantándose para dejarme sentarme en su asiento—. Perdón por ocupar tu asiento. Es que me encanta ver las vistas.

—Oh..., ¿en serio? Entonces puedes quedarte ahí. A mí no me importa... —dije.

—Ah, no te preocupes. Estoy seguro que tú disfrutarás de las vistas más que yo —dijo, moviéndose de lugar.

Yo le sonreí y me senté a su lado.

Merci beaucoup —le di las gracias.

De rien —respondió él.

El avión despegó. Fue un momento inolvidable para mí. Sentía todo tipo de sentimientos: desde emoción y alegría hasta angustia y terror.

El viaje empezó siendo así, pero, por suerte, no fue tan ajetreado todo el rato. Desde cierto momento, conseguí calmarme y disfrutar un poco del trayecto.

Como el viaje se me hacía largo, decidí mandarle un mensaje a Luka. Todavía pensaba en él. Me sabía mal por no decirle nada aunque ya le hubieran dicho que me iría a Ostania durante un tiempo.

Saqué el móvil y empecé a escribirle.

—No lo haga. Está prohibido tener el teléfono sin el modo avión —me advirtió el señor.

—¿Eh? ¿En serio? —pregunté sin esperármelo. Él asintió y me volví hacia el aparato—. Será rápido. Necesito hablar con mi novio...

El señor lo dudó por un momento.

—Está bien. Pero que sea rápido. Si te pillan... —dijo mirándome.

—Señorita, guarde su teléfono. Pronto aterrizaremos —me dijo una azafata pasando cerca mío.

«Pues nada. No podré decirle nada a Luka... Lo siento mucho», pensé.

—De acuerdo... Lo siento —dije tristemente.

Guardé el móvil y miré por la ventanilla.

—¿Has discutido con tu novio? —me preguntó el señor.

Le miré sorprendida.

—No, pero... hemos roto —respondí.

—¿No eres muy joven para tener novio?

—Nos queremos. Eso es lo importante —contesté.

El señor negó con la cabeza.

—¿Y tus padres? ¿No vienen contigo?

—No, he discutido con mi padre y mamá ha querido quedarse con él en Francia. Y ahora resulta que voy a quedar viviéndome con alguien que desconozco a kilómetros de mi novio y mi familia —expliqué con un tono de angustia.

—Bueno, ya verás que te lo acabas pasando bien. Estás en una edad de disfrutar de la vida. Seguro que te sientes mucho mejor ahora sin novios ni chorradas —me dijo él como si lo hubiera experimentado.

—Pero... él me ha hecho realmente feliz. He conseguido divertirme más con él que con cualquier otra persona.

Aterrizaremos enseguida —informaron las azafatas—. Quédense en sus asientos.

«Ay, no. No estoy preparada. Me da miedo», pensé sujetándome a la silla como si mi vida dependiera de ella.

El avión empezó a aterrizar. Afortunadamente, no fue para tanto. Solo se me taponaban los oídos unas cuantas veces.

Salí del avión y lo primero que hice fue llamar a mi madre para que me guiara un poco.

Cuando llegué a los hipódromos del aeropuerto de Berlint, escuché a alguien llamándome.

Me di la vuelta, encontrándome cara a cara con una mujer que me miraba con una sonrisa.

—Hola, Anya. Soy Melinda. ¿Nos vamos a casa?

Léeme - Damian x AnyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora