Capítulo 43

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Punto de vista: Stiles.

21 de Noviembre de 1944

Me dispuse a jugar con mis dedos, sin tener otro modo con el cual entretenerme. Haber pasado un día sin Lydia había sido difícil, mucho más en ese momento que la quería como nunca antes.

Lo único que había hecho había sido pensar en ella. No podía evitar sentirme culpable por haberla contagiado. Vamos, había vivido dieciocho años sin sentir lo que era besar a alguien, ¿y no podía aguantar ni dos minutos sin besarla a ella?

Sus besos. Todo en lo que podía pensar, era en sus besos. En sus labios rozando los míos. En la manera en la que ella sonreía cuando estaba feliz. En la forma en la que agarraba mi cabello con ternura. En las caricias que dejaba por mi espalda mientras me abrazaba. En lo bien que se sentía tenerla junto a mí.

Estaba enamorado de ella, tanto que se había vuelto en una persona crucial en mi vida, la necesitaba para vivir, la necesitaba junto a mi a cada segundo. Necesitaba del sonido de su risa, del sabor de sus labios, del olor de su cabello, del tacto que nuestras manos producían, de la manera en la nuestros ojos conectaban.

Poder mirarla era un regalo, en realidad. Tener el privilegio de verla era todo lo bueno en el mundo. Ella era hermosa. Dios... Tan hermosa que aún parecía un sueño que sintiera cosas por mi, y no sólo eso, parecía un sueño que me quiera, que le guste, que suba todos los días a esta colina por mi.

Aún no lograba entender cómo alguien como ella podía hacer tantas cosas por alguien como yo. Y lo peor es que no sabía como podría recompensarle todo lo que hacía por mí.

Era como si el sol salía cada vez que la veía subir hasta llegar a la cima de la colina, donde yo me encontraba. Al igual que parecía que el sol de ocultaba en el momento en el que se iba.

Aún así, en aquel momento, me encontraba asustado. Lydia me prometió que vendría al día después del siguiente. ¡Eso era aquel día! Y no había rastros de ella. ¿Y lo peor? Que ya había pasado la hora en la que generalmente ella viene.

Esperé y esperé, pero ella nunca se presentó, provocando que los nervios me recorrieran de pies a cabeza. ¿Y si ella no mejoraba? ¿Y si la enfermedad le había pegado más fuerte de lo que me pegó a mí?

Pasaron los minutos, las horas. Lydia seguía sin aparecer. Y fue allí cuando me decidí.

Quizás era estúpido, sobretodo riesgoso. Realmente riesgoso. Pero no podía quedarme sentado sin hacer nada, sabiendo que quizás Lydia la estaba pasando mal. Tenía que ir a verla, tenía que bajar al pueblo.

Me paré, dejando atrás el árbol donde estaba apoyado. Miré a lo lejos y divisé la casa en la que Lydia una vez me contó que vivía: era la única de dos pisos.

Empecé a mover mis pies hacia abajo; tenía en la mente la casa de Lydia, era azul y de dos pisos por lo que divisé que sería llamativa.

En el camino donde me echaba colina abajo, mi corazón latía con fuerza, descontrolado y era porque temía de que alguien me viera.

Me decidí por actuar tranquilo, no hacer nada llamativo y gracias a Dios cuando llegue abajo, la gente parecía estar en su propio mundo, estar cegada en su miseria, ya que nadie... Sonreía.

Parecía raro que mi Lydia viniera de un lugar así, un lugar tan oscuro; todo el mundo triste o enojado, ningún niño jugando, nadie riendo, y el clima nublado no ayudaba en nada.

Me eché a caminar a pasos más rápidos, simplemente observando las casas que estaban ubicadas en la manzana.

Cuando finalmente encontré aquella azul oscuro de dos pisos, por poco me eché a correr, intentando no llamar la atención, pero de todas formas en el momento en el que di un paso más fuerte que los sigilosos anteriores, una señora que estaba cerca de ahí se volteó a mi.

Love on a Hill || StydiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora