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Al caer la noche, Jughead estaba tenso, estaba tratando de asegurarse de que todo estaba en orden para poder irse a dormir con tranquilidad.

¿Betty? Betty estaba muy nerviosa también. No había parado de temblar desde que pasó lo que pasó y simplemente se fue a su habitación.

Una vez en su habitación, tomó una ducha y cayó profundamente dormida en la cama sin tomar en cuenta nada, solo se quedó dormida y ya.

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Betty estaba caminando por las calles de Nueva York con una sonrisa después de haber salido de la biblioteca más cercana a su casa.

Caminó hasta un complejo de apartamentos y entró, subiendo unas escaleras hasta el segundo nivel, abriendo la puerta del segundo apartamento del segundo piso.

—Hasta que llegas— Habló Harold Cooper, el padre, acercándose a abrazarla y besar su cabeza.

—Pero papá... Me fui hace hora y media, no es tanto— Aseguró Betty, separándose y volviendo a abrazarlo. —Te amo papi—

—Y yo a ti mi pequeña— Respondió el mayor, llenándola de besos.

—Te recuerdo que la que sufrió teniéndote fui yo— Le recordó Alice Cooper, su madre, acercándose con una sonrisa para besar la frente de su hija. —Debes tener hambre mi amor, en el refrigerador hay un pedazo de tu pastel favorito—

Betty sonrió, aplaudiendo y dando saltitos. —Gracias mami

—Mi pequeña consentida— Contestó Alice con una sonrisa, acariciando su mejilla.

La única hija de Alice y Hall Cooper, su princesa, su niña. No eran millonarios, pero gozaban de buena economía y siempre se aseguraron de darle a su hija lo mejor.

Betty siempre fue feliz con ésta familia llena de amor y respeto y tenía todo lo que quería.

Hasta ese día, precisamente.

De repente la puerta del apartamento se abrió de par en par, dejando ver a un hombre de traje con aproximadamente otros ocho hombres tras el.

Entréguennos a la chica— Exigió Reinaldo, señalando a Betty.

—Papá, mamá, no les hagan caso— Pidió Betty, mirando a sus padres.

Hall negó y de repente sacó un arma de uno de los cajones de la encimera de la cocina, apuntando a Reinaldo. —¡Sobre mi cadáver te llevas a mi hija!—

—Papá... Basta— Suplicó Betty, mirándolo con los ojos llorosos.

—¡No vamos a permitir que se lleven a nuestra hija!— Exclamó Alice, rodeando a su hija con sus brazos.

Reinaldo soltó una risa, mirando a sus hombres tras el. —Muchachos... Ya saben qué hacer—

En ese momento dos hombres fueron hacia Hall y aunque este disparó, aquellos dos hombres fueron más rápidos y le arrebataron el arma, golpeándolo y dejándolo en el piso, herido.

—¡Papá!— Gritó Betty, mirándolo y llorando, queriendo correr a él.

—¡No se la llevarán!— Gritó Alice, abrazando a su hija con fuerza.

Otros dos hombres separaron a Alice de Betty, la tiraron también al piso y en ese momento no valió la pena patalear y gritar para Betty.

Le cubrieron la cara con un pañuelo que contenía una sustancia que la hizo quedarse inconsciente.

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