120. Lo que está detrás de los actos

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Camino por los pasillos con paso firme, sintiendo la frescura del mármol bajo mis pies descalzos. La mansión está tranquila a esta hora, solo se escuchan ecos lejanos de conversaciones provenientes del área social y el suave murmullo del viento colándose por alguna ventana entreabierta. Mientras busco a Edward, mi mente divaga inevitablemente hacia Stephen y la impresión que me ha dejado. Hay algo en su presencia que resulta...agradable.

Encuentro a Edward en la cocina, sentado en una de las sillas altas de la isla central. La luz cálida del atardecer resalta su perfil serio mientras permanece concentrado en un periódico que reposa sobre la encimera. Parece absorto, pero cuando me acerco, noto que no está leyendo, sino jugando con el crucigrama de la última página. Su bolígrafo se mueve lentamente, con distracción.

—¿Problemas con las palabras? —pregunto con suavidad, apoyándome en la encimera.

Levanta la vista, su expresión es indescifrable al principio, pero después esboza una sonrisa leve, aunque sus ojos delatan algo más profundo.

—Podría decirse. Algunas definiciones no tienen respuestas tan evidentes. —Golpea el bolígrafo contra el periódico un par de veces antes de soltar un leve suspiro.

—¿Quieres ayuda? Soy bastante buena en eso.

—No dudo que lo seas —responde, esbozando una sonrisa más genuina, pero no alcanza a iluminar su rostro como de costumbre.

Me muerdo el labio, algo incómoda. Edward siempre ha sido un chico muy sonriente, pero ahora, en este momento, hay algo en su expresión que me hace sentir mal. Estoy segura de que esa decadencia se debe a cómo pasé el día: rodeada de los demás, mientras él se mantenía al margen, observando desde la distancia.

—Edward... —dudo un segundo, pero termino acercándome más—. Lamento no haber pasado más tiempo contigo. Sé que me invitaste para que compartiéramos juntos, seguro tienes muchas cosas que contarme.

Su sonrisa se desvanece un poco. Juega con el bolígrafo entre sus dedos y mantiene la mirada en el periódico.

—No te preocupes, Miriam. —Su voz es tranquila, pero su respuesta es demasiado rápida, demasiado ensayada. No me convence.

Me siento en la silla junto a él, apoyando los codos sobre la encimera.

—¿Seguro? No pareces muy contento.

Edward deja el bolígrafo a un lado y me mira con una mezcla de tristeza y resignación.

—Digamos que... no siempre las cosas salen como uno espera.

Su tono es sereno, pero hay una decepción sutil en sus palabras. Algo en mi pecho se aprieta y no sé exactamente qué decir. Me siento apenada, como si de alguna manera hubiera contribuido a esa tristeza que trata de ocultar.

Inspirando hondo, le dedico una sonrisa tentativa.

—¿Qué te parece si vamos a cenar esta noche? Solo tú y yo.

Edward deja escapar una risa suave, ladeando la cabeza con diversión.

—Espera... ¿esto es una cita, Miriam?

Alzo una ceja y me cruzo de brazos, fingiendo indignación.

—¡Por supuesto! ¿Acaso los amigos no pueden salir a cenar una noche? Estoy segura de que la pasaremos bien.

La chispa en su mirada regresa al instante. Ese brillo de felicidad que se había apagado durante el día vuelve a iluminar su rostro.

—Me gusta cómo suena eso —dice, apoyando los codos en la mesa con entusiasmo—. Pero con una condición: déjame ir a recogerte a tu casa y escoger el restaurante.

De Prosti a CEO  - [Libro 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora