No puedo evitar sentirme inquieta mientras me arreglo para la cena. No es que tenga algo en contra de salir con Edward, es un buen chico, pero me angustia la idea de que me vea de una forma que yo no quiero. No quiero que confunda mi amistad con algo más. Podría vestirme de manera sencilla, sin gracia, sin destacar. Sería lo más lógico si quiero evitar malentendidos. Pero, ¿por qué tendría que sacrificar mi estilo solo por eso? Odio salir viéndome tan básica. Así que me arriesgo a que Edward me vea hermosa. Me arreglo con esmero, me maquillo justo lo necesario y elijo un vestido que me hace lucir preciosa. Si Edward llega a confundirse, bueno... ¿Qué se le va a hacer?
Cuando su auto se detiene en la acera frente a mi edificio, respiro hondo antes de salir. Me acerco y subo, acomodándome en el asiento con naturalidad.
—Te ves hermosa —dice él de inmediato, con una sonrisa que no sé si interpretar como nerviosa o genuina.
—Gracias —respondo con ligereza, esperando que solo sea un cumplido amistoso. Ojalá lo sea.
El auto avanza, y Edward comienza a hablar. No sé exactamente de qué, porque mi atención se desvía. Lo observo de reojo, detallándolo con más detenimiento del que debería. Busco algo en él que me resulte atractivo. Algo que me diga que no es tan mala idea fijarme románticamente en él. Sus ojos rasgados son bonitos, debo admitirlo. Su cabello está bien cortado y luce brillante. Pero ahí se detiene todo. No me gusta que sea más bajo que yo. Tampoco que esté pasadito de peso. No es que sea superficial... pero tampoco voy a engañarme.
Desvío la mirada y la fijo en el cristal de la ventana del auto, justo sobre mi reflejo. Este me devuelve una imagen que me hace suspirar. Me veo hermosa. Perfecta, incluso. Entonces me asalta una pregunta que ya ha rondado mi cabeza antes: ¿Por qué se me dificulta tanto tener novio?... ¿Y si la jodida soy yo? ¿Y si Dios, en su infinita misericordia, ha estado protegiendo a los demás de mí?
—¿En qué piensas, Miriam?
Parpadeo un par de veces, volviendo al presente.
—Eehhh... En los pobres animalitos que son abandonados en la calle. —Intento sonar convincente.
Él asiente lentamente, sin apartar la mirada de la carretera.
—Cierto, pobres... Si los animales creyeran en el diablo, de seguro tendría la forma de un ser humano.
Edward estaciona con precisión en la entrada del restaurante, y antes de que pueda desabrocharme el cinturón, ya está rodeando el auto para abrirme la puerta. Sonrío, nerviosa por su caballerosidad, y le tomo la mano cuando me la ofrece para ayudarme a bajar; más nerviosa me pongo. La brisa nocturna es fresca, y el aroma a especias y curry llega hasta la acera, despertando mi apetito. Caminamos hacia la entrada, yo tomada de su brazo, rogándole a todos los cielos que Edward no se esté imaginando pendejadas.
El restaurante es un lugar elegante, con una fachada de madera oscura y detalles dorados que reflejan la tenue luz de los faroles. Adentro, el ambiente es aún más sofisticado. La iluminación cálida resalta los manteles de lino y la vajilla de porcelana con bordes dorados. La música de fondo es suave, relajante, y el aroma a especias exóticas flota en el aire.
—Espero que te guste la comida ceilandesa —dice Edward con una sonrisa mientras el anfitrión nos guía a nuestra mesa.
—Nunca la he probado, pero confío en tu buen gusto —respondo, dejándome llevar por la emoción de probar algo nuevo.
Edward, siempre el caballero, retira mi silla y espera a que me acomode antes de sentarse frente a mí. El camarero nos entrega los menús y nos deja con una ligera reverencia. Miro la carta, llena de nombres desconocidos, y levanto la vista hacia Edward, quien observa la suya con una expresión entretenida.
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De Prosti a CEO - [Libro 2]
HumorMiriam Douglas es la universitaria con mayor índice académico de la facultad de negocios, es una mujer inteligente y ejemplar, nadie podría imaginarse que, por las noches, esta prodigio de los negocios ensucia su cuerpo para poder pagar los gastos d...