La decisión de Nat

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Carol y Hope se encontraban dormidas en el suelo de la celda que las tres compartían, y era el turno de Natasha de quedarse despierta para poder vigilar en caso de que alguien viniera. Su débil cuerpo, aún adolorido por la tortura a la que fue sometida por parte de Melina, estaba apoyado contra la puerta de gruesas barras de la celda.

Se puso en alerta en cuanto escuchó pasos dirigirse, y en cuanto vio a Yelena, sin expresión alguna en su bello rostro, su respiración se cortó durante un momento. Sin decir palabra alguna, Yelena se hizo a un lado para revelar a Melina, quien veía a Natasha con el ceño fruncido y las manos detrás de su espalda.

Natasha no dijo nada mientras que abrían la puerta de la celda, ante eso, Hope y Carol se despertaron y jadearon fuertemente al ver que se llevaban a Natasha.

—¡Alejen sus manos de ella!—Carol gritó mientras que corría hacia Melina y Yelena, la pelinegra sosteniendo a Nat por los hombros. Yelena sacó su pistola de su funda y la apuntó al vientre de Carol, quien jadeó retrocediendo un poco, y Hope corrió y se puso en frente de la capitana como un escudo humano.—¡Nat!

Pusieron esposas en las muñecas y tobillos de Natasha, y alrededor de su cuello una gargantilla de la cual se podía jalar con una cadena. Yelena volvió a cerrar la puerta de la celda en cuanto sacaron a Natasha, y ésta intentó ignorar los fuertes sollozos de sus amigas—sollozos casi idénticos a los que había escuchado en sus pesadillas durante años.—mientras que era llevaba por sus hermanas, pasando los pasillos llenos de celdas vacías, subiendo ascensores, entrando a múltiples puertas. Nadie dijo nada hasta que llegaron a una oficina en la cima de La Balsa, desde la cual se podía ver una vista de Nueva York. Natasha vio la ciudad y sintió un terrible apretón de su pecho causado por cómo extrañaba a su hijo. Y pensar que muy recientemente habían vuelto a ser reunidos, solo para ser separados otra vez. Se preguntaba si Peter sabía que, por el momento, ella seguía viva. A pesar de que Peter casi tenía diecinueve años, parte de Natasha todavía lo veía como El niño indefenso al que había conocido, y sabía que él seguía siendo alguien sensible quien en ocasiones dejaba que sus sentimientos y emociones se apoderaran de él.

Eso era lo que más le preocupaba sobre Peter.

En la pared detrás del escritorio de la oficina, colgaba la bandera de Hydra. Natasha apretó los labios con dolor al ver aquel símbolo del pulpo con una calavera en lugar de cabeza, símbolo el cual había marcado la mayoría de su vida. Natasha odiaba admitirlo, pero en sus venas corría el veneno de la hydra combinado con su sangre. De la misma forma que Melina actualmente era la Madame de Hydra, y estaba entrenando a su pequeña aprendiz, Ophelia, para que fuera la siguiente Madame, antes de Melina, Iván, el padre de las tres hermanas, era el líder de Hydra, y antes de él, fue el padre de Iván, el abuelo de Melina, Natasha, y Yelena, un hombre cuyo cráneo había sido tan rojo como la sangre que había derramado.

Natasha se preguntaba si todo el respeto y admiración que Peter sentía hacia ella, y el orgullo con el que llevaba el apellido Romanoff, se desvanecería en cuanto él se enterara de quién eran descendientes.

La pelirroja apretó los labios con dolor y miró a Yelena. Pensó que jamás la vería convertida en una mujer tan hermosa, pero a pesar de lo hermosa que era, sus ojos estaban vacíos. Cada vez que había visto a Yelena mientras que ambas estaban creciendo en Rusia, los ojos azules de la rubia tenían un encantador brillo.

Pero aquel brillo se había ido, y ahora Yelena parecía ser un fantasma de quien alguna vez fue.

—¿Cómo es esto posible?—Natasha preguntó, siendo la primera en hablar desde que entraron a la oficina de Melina.—Yelena, te vi morir. No pensé que... hubiera forma en la que tú pudieras sobrevivir...—Yelena no dijo nada. Ni siquiera miró a Natasha. Eso le rompió el corazón.—¿Yelena?

Equipo Catástrofe [#3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora