10. Mala suerte

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NATASHA

Le doy una última vista al traje antes de echarlo a lavar, pues supongo que debo devolverlo en algún momento, tal vez no ahora, pero no me pertenece. Cierro la lavadora y camino en calcetines hasta el salón, ahí está hecho un caos con mis apuntes, mañana es lunes, por lo que toca regresar a la uni y afrontar esas largas y recientemente pesadas clases. Estudio un rato y me voy a dormir, mañana será un día normal.

Golpeo la puerta por tercera vez, es muy temprano y no quiero hacer ruido, pero el timbre está roto y  tengo algo de prisa. Este viejo no me abre, tal vez le esté haciendo algo a su mujer... Esa imagen desaparece de mi cabeza con una asquerosa negativa, coincidiendo con que por fin se digne a abrir.

Quien abre es la señora Robinson, una mujer algo arrugada, alta, de cabello marrón y ojos claros. Su expresión lo dice todo, interrumpo algo.

— ¡Buenos días!...— saludo con una sonrisa. Ella me mira molesta y avanza de regreso a su casa, dándole paso a su esposo, quien llega en una bata poco cuidadosa.

— Natasha...— su voz sale algo grave y ronca por el sueño o agitación. — Son las ocho de la mañana...— dice y sus ojos me miran como si quieren hacerme desaparecer.

Una sonrisa de satisfacción aparece en mi rostro, pues recuerdo lo que pasó el sábado y siento el dulce sabor de la venganza.

— Lo lamento, usted sale tanto que no tuve otra opción...— sonrío y le entrego el sobre. — el dinero...

Él sostiene el sobre y me mira algo sorprendido.

— ¿Está completo?...— revisa y se aclara la garganta. — ¿Cómo lo has conseguido?...

— Eso no es asunto suyo...— respondo arreglando mi abrigo. — deme la renovación del contrato tengo mucha prisa...

Sin palabras me da la espalda y se adentra a la casa, para regresar con dos papeles y una pluma.

— ¿Sabes dónde firmar?...— su pregunta no me ofende, tomo el contrato original y reviso rápidamente las clausulas, nada ha cambiado.

— Estamos en paz...— firmo ambos contratos, le entrego el original y me llevo la copia.

— Me agrada saberlo...— su sonrisa pícara me da mal sabor de boca, por lo que simplemente salgo de ahí.

Mis mañanas casi siempre son tranquilas: desayuno y al salir de casa voy a clases o al trabajo, dependiendo del horario. Hoy debo entrar al trabajo en la tarde, pero debo hablar con mi jefa para pedir un pequeño adelanto, pues prácticamente no tengo absolutamente nada de dinero para gastos adicionales al piso.

Llevo trabajando en ese pequeño restaurante oriental por casi siete meses, la mujer es muy amable y comprensiva. El restaurante no tiene una gran clientela, pero es un lugar acogedor, la comida es muy rica y el servicio al cliente, incluida yo, es muy bueno.

— ¡Buenos días señora! — saludo al cruzar las puertas de bambú.

La mujer me observa extrañada desde una pequeña mesa solitaria, la misma que a veces utilizamos para comer o descansar en la ausencia de clientes. Y hablando de clientes, son casi las diez y el lugar sigue cerrado.

— Natasha, creí que llegarías en la tarde...— me dice mientras prepara otro te. Tomo asiento y lo acepto con una sonrisa de boca cerrada.

— Bueno, tuve un cambio de horario...— digo soplando el te, pues está muy caliente.

Ella asiente y le echo un vistazo al restaurante, en las mañanas siempre está lleno ¿Por qué está cerrado?.

— ¿Por qué no abrió todavía?...— pregunto y ella suspira. La veo observar el restaurante con melancolía y regresar esos pequeños ojos a mí.

— Iba a hablar contigo en la tarde...— su tono tan calmado y al mismo tiempo pesado me asusta. Inconscientemente me temo lo peor. — Para explicarte las razones que me obligan a vender el restaurante...

Cuando lo dice veo una lágrima bajar por su mejilla, mi corazón se aprieta en mi pecho y respiro con fuerza, tratando de no mostrarme alterada, pues no sé ni cómo procesarlo.

— ¿V-vender...?— sé que estoy pálida, lo noto en forma en la que me mira.

— Mi familia y yo estamos pasando por problemas financieros...— continúa. — El idiota de Karl se metió en un préstamo y ahora amenazan con matarlo...— rompe en un pequeño llanto. Yo de inmediato me acerco a abrazarla, pues no puedo verla así de triste, ella es una mujer muy feliz y sonriente. — Tuve que vender el restaurante para saldar su deuda, ahora este lugar ya no me pertenece...— su mirada busca la mía y siento su pena. — Sé que es muy repentino y lo lamento, lo siento mucho...

— No pasa nada, yo...— no sé que decir, yo venía por un adelanto y me he quedado sin un trabajo. ¿Este día podría ir a peor?.

— Eres una muchacha muy buena y sé que este trabajo cubría algunos gastos de tu día a día, me siento muy apenada...— solloza.

— Yo... La entiendo — susurro separando el abrazo.

— Sé que no es mucho...— saca unos billetes doblados y me los acerca. — Son doscientos dólares de lo que pude rescatar...

— No, no hace falta...— me niego, ella se ve tan mal.

— Por favor...— toma mi mano y deposita el dinero. — De verdad lo lamento...

Se levanta entre lágrimas y se va corriendo a la parte trasera. Me quedo en la soledad del restaurante reteniendo las lágrimas, maldiciendo mi suerte y aceptando el dicho de que los problemas venían de tres en tres: me quisieron echar de mi casa, ya no tengo trabajo... ¿Cuál será el tercero? No sé si tengo curiosidad o miedo, y es que ¿Cómo voy a sobrevivir en este tiempo? ¿Cómo?.

Regreso a casa con angustia, después de haberme pasado un largo tiempo caminando sin rumbo y tratando de entender el punto en el que estoy, pero ni tantas horas me dieron alguna solución. Pasé por unos cuantos locales en busca de trabajo, pero todos tenían un pago muy bajo para todos mis gastos y pocos aceptaban el medio tiempo.

Mi espalda se apoya a la puerta, reprimo un grito y en un último intento le marco a mi padre, quien me cuelga sin dudarlo. Lágrimas bajan por mis mejillas, acerco mi mano al interruptor, aprieto para prender la luz, pero no se prende. Lo hago un par de veces entrando en frustración, pero sigue igual, la luz no se prende, el sitio solo se ilumina con la poca luz que se filtra entre las cortinas.

— Mierda...— golpeo la pared un par de veces mientras me arrastro al piso.

Tomo los doscientos dólares que me dio la mujer y siento una presión en el pecho. Eso no va a poder cubrir ni la mitad de mis gastos, hoy es la luz, mañana el agua, pronto llegará mi medicación, debo hacer la compra.

¿Este es el tercer problema? Me pregunto entre lágrimas. Golpeo mi cabeza contra la puerta, cierro los ojos y descanso en ese lugar, solo por unos segundos, pues el flash de mi celular se prende en un mensaje entrante. Ese pequeño tiempo es suficiente para alumbrar el conjunto que descansa en el sofá, ese maldito traje de marinera que debo entregar.

«A veces no somos quien lo desea, sino el mundo».

BÁILAME (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora