80. Mis asuntos (+21)

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Aviso: este capítulo contiene sexo gay, lenguaje vulgar y escenas no accesibles a todas las edades. Si no te sientes cómodo con lo próximo que se va a narrar puede saltarse el capítulo.

Gracias.

CHRISTIAN

Observo su cuerpo dormido a mi lado, totalmente desnudo, con una vista perfecta de su espalda herida. Las marcas del cinturón se calcan en tu piel como grandes tintas rojas que exitan de solo ver. Su cabello luce alborotado y húmedo, cayendo por su frente y tapando partes de su hermoso rostro.

Tuve que valerme de todo el autocontrol del mundo para no pegarle en la cara. Insistió tanto que rápido entendí su reacción.

Me atrevo llevar una de mis manos a su rostro, aparto ligeramente esos mechones molestos y admiro de forma cruel la palidez de ese rostro jodidamente atractivo. De cejas poco pobladas, largas pestañas de un tenue dorado que sirven de cortina a sus ojos. La peculiaridad de éstos me atrae y llama mi atención. Me he cogido a varios, ni siquiera recuerdo algo de sus rostros, nunca me he detenido a guardar sus recuerdos en mi memoria. Precisamente lo que estoy haciendo en este momento.

Me regaño a mi mismo y voy a apartar la mano cuando sus ojos se abren. Ese peculiar color dorado a la luz del sol brilla como el oro,  expresan confusión y algo de miedo al verme. Eso último me molesta.

Se remueve tratando de apartar mi mano como si fuera algo asqueroso. Le sonrío hundiendo mi mano en su cabello, tiro de él hasta dejarlo apoyado en mi pecho. Hace una mueca de dolor por las heridas, ayer no fui muy cuidadoso que digamos, incluso se desmayó de la poca resistencia.

— ¿No vas a saludarme?...— le pregunto acariciando su muslo mientras lo atraigo más a mi cuerpo. Se estremece con solo un roce, no quiere decir nada, incluso trata de evitar mi mirada. — Ey...— agarro su mejilla y le obligo a mirarme directamente. — No quiero castigarte tan temprano....

— ¡Buenos días!...— responde automáticamente, temeroso de repetir lo de ayer.

La primera vez no fui violento y aún así sentí placer, suficiente placer como para darme cuenta de que él no era tan insípido como los demás. Eso me enojó a mi regreso y le mostré que la única persona que debe disfrutar de nuestros encuentros soy yo.

— ¿Dormiste lo suficiente?...— pregunto con burla. Mi otra mano agarra su otro muslo y le dejo a horcajadas de mi regazo, en un acto brusco que provoca el roce de nuestras intimidades.

— Estoy cansado, Christian...— su voz sale tan ronca que poco a poco me voy endureciendo. Palidece al notarlo y su expresión me hace querer hundirme en él de nuevo.

Acaricio su miembro, retiene un jadeo y vuelve a negar.

— Por favor, Christian...— suplica sin poder reprimir las reacciones de su cuerpo.

Despego mi espalda de la cama y me siento con él en una posición muy tentadora.

— ¿Me estás pidiendo que te folle?...— le voy masturbando. Se muerde el labio para no gemir, pero igual los gemidos logran salir.

Manda su cabeza hacia atrás, su cuello está marcado por mi boca, su abdomen igual y sus pezones, esas bolas rosadas deben estar muy sensibles después de haber jugado con ellas toda la noche.

— No...— dice al sentir mi mano libre en la delicadeza de su pezón izquierdo, mientras mi boca tortura el otro.

Él, por más experimentado que sea, ante mí se ve como una perra virgen. Su miembro se tensa en mi mano, sus sonidos inundan mi habitación, quiere venirse sin trabajar.

— Sube...— le ordeno. Su rostro palidece pero mi mirada no vacila. Aparto mi mano de su miembro y lo llevo a su cintura. — Hazlo tú, antes de que destroce tu culo...

— Me duele todo el cuerpo...— suplica, sus ojos dorados se pintan de cristalinos pero no me importa.

Le alzo con una mano, con la otra me centro en su agujero y tras colocar la punta, agarro sus caderas y me hundo en él de una sola estocada. Su grito sabe a gloria, se derrumba en mi cuello y siento sus lágrimas acariciar mi piel. Ya no está tan apretado, ayer le follé tanto que se abrió perfectamente para mí.

— Sin quejas, Mario...— le recuerdo embistiendo lentamente. Gime contra mi oído y me enloquece, él es simple, pero aún así me altera.

— Lo siento...— susurra entre gemidos recomponiéndose. Sus ojos ligeramente rojos se pierden en los míos, se ve mal, sin embargo, eso no le impide comenzar a moverse sobre mí. Lento y deslizándose hasta sentirme en lo más profundo.

Por unos segundos me pierdo en la majestuosidad de su belleza y su manera para hacer arder lugares que creí muertos y enterrados. Sin embargo, eso no dura mucho y rápidamente vuelvo a como debe ser. Me aferro a sus caderas y acelero sus movimientos entrando con fuerza y profundidad. Abre la boca para gemir y se la callo con un beso.

Esa es otra exclusividad que le permito, el sabor de mis labios. Inicio una batalla por el control mientras le sigo dando duro. Se rinde ante mi lengua y al separarnos puedo ver su rostro empapado de lágrimas, gotas de agua salada que no evitan que transmita el placer que esto le provoca. Podrá odiarme, pero me ama cuando se la meto.

— ¿Te duele?...— me río acelerando aún más. De la nada sus brazos se envuelven en mi cuello y hunde su boca de nuevo entre mi cuello y mi hombro.

— Sí...— jadea entre sollozos.

— ¿Quieres que me detenga?...— no voy a hacerlo de todos modos.

Asiente con la cabeza y salgo de su interior. Hay alivio en su rostro, un alivio que se escapa cuando pongo su cara contra la cama dejando su culo a mi merced.

— Christian...— suplica.

Agarro sus manos por detrás de su espalda, acerco mi miembro a su entrada y entro de una sola estocada.

— Cuando acabe contigo no le servirás a nadie...— le susurro al oído. El cuarto se llena de nuestros gemidos, sus gritos y el ruido que hacen nuestros cuerpos al tocarse. — Será un largo verano, Mario...— agarro su cabello con más fuerza y gime de dolor. — Tienes el día de hoy para traer tus cosas a tu nuevo hogar...


CHRISTOPHER

Salgo del ascensor molesto y aún más cuando ese albino se cruza conmigo sin siquiera mirarme, luce demacrado, camina adolorido, sujetándose a la pared como si pronto se va a desplomar en el piso. Le ignoro al ver su estado deplorable e ingreso al departamento de mi hermano, un lugar que pocas veces frecuento.

— ¿Regresaste tan pronto?...— pregunta divertido, pero nada más verme se le borra la sonrisa y se cruza de brazos. — ¿Qué haces aquí?...

— Eso pregunto yo...

— Estoy en mi piso y no me apetecen visitas...— responde despreocupado.

— Te di órdenes, Cristian...— le recuerdo molesto.

— Dale órdenes a tus putas o a tus hombres... — el ruido de la cafetera le reclama. — Y deja de meterte en mis asuntos...

— Veo que ya regresaste...— comento viendo esa oscuridad en su mirada y no la duda de los últimos días.

— Estuve motivado...— se bebe su café.

— ¿Tan motivado para casi matar a un profesor de la universidad?...

Su sonrisa desaparece y el vacío en su mirada crece hasta tragarse por momentos mi corrompida alma.

— Debí matarlo...— se dice a sí mismo.

— ¿Por quién, por ese chico?...— le reclamo y me mira con indiferencia.

— Tú mismo lo dijiste, mientras mate a los que deba matar, mueva la mercancía que deba mover y limpie mis propios escenarios puedo hacer con mi vida privada lo que me dé la gana...— da otro sorbo a su café. — Puedes irte tranquilo hermano porque las ganas de matar a esas escorias me consumen...

«Maldito loco»


BÁILAME (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora