17. Ella

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MARIO

Salgo de la casa de mis padres agotado, cuidar de mis hermanos siempre me deja sin energía, pero igual no pude negarme, estos días  tienen mucho trabajo en la tienda y no me va a matar echar la mano un par de días por semana. Cierro la puerta tras mis espaldas y observo la puerta de Nat, cuando estuve en la casa de mis padres vi sus luces prendidas, supongo que está leyendo o viendo alguna película. Cansado de que me reproche no pasar por su casa cuando me estoy yendo de la de mis padres, me acerco a su puerta tocando un par de veces. Espero recargando mi espalda en la pared, pero la espera se hace eterna, así que golpeo de nuevo.

— Seguro tiene los audífonos muy altos...— suspiro contra la puerta. Miro para ambas direcciones y asegurándome de que estoy solo me agacho para tomar de una tablilla suelta la llave de repuesto.

A veces se le olvida donde tiene las llaves por eso guarda ésta aquí, aunque también la utilizan sus amigas para entrar. Yo prefiero ser más educado y tocar, pero no abre. No creo que esté con alguien, por lo que supongo que no voy a interrumpir ningún acto sexual, porque si en algo coincidimos es en nuestra poca habilidad para tener pareja.

Las luces del salón están prendidas iluminando un espacio meticulosamente ordenado, excepto  por esa mochila medio abierta que deja ver un par de libros, algunos esparcidos en el suelo. Es como si la lanzó sin prestar mucha atención.

— ¿Nat?...— grito cruzando la sala, ahora sí convencido de que no está viendo una peli ni leyendo ya que son cosas que no hace en su cuarto porque se duerme sin saberlo. Su cama es demasiado cómoda.

No está en la cocina, pero si hay rastros de un intento de preparar algún sandwich. Avanzo por el pasillo hasta su cuarto y me detengo, pues tal vez se esté cambiando. Golpeo un par de veces y otra vez no hay respuesta.

— ¿Natasha...?— abro la puerta lentamente y solo asomo la cabeza, logrando verla tumbada en su cama. — Pareces un maldito cadáver...— termino de entrar al cuarto.

Parece como si solo se tumbó de espaldas ya que sus pies tocan el piso y de cintura para arriba descansa sobre la cama. La ventana está abierta y un viento frío se cuela por ella. Niego al saber que ella no tiene una buena reacción a los lugares fríos, me acerco a la ventana y la cierro. Ese pequeño paseo me hace cruzar su mesita de noche, que está llena de pastillas y botes destapados, demasiada medicación para ser tan joven, pero cada quien carga con algo que no puede soltar.

— Con esas pintas quien querría estar contigo...— comento observando el desastre que es, pues tiene el cabello hecho un nido.

Me acerco para tratar de acomodarla mejor y así marcharme, pues no quiero despertarla. Me pongo de rodillas y con cuidado trato de quitarle los zapatos, aparto el primero y agarro su pie. Ese simple acto me deja helado, pues tiene el pie muy frío. Avanzo hacia arriba con la mano y sigue igual, está muy fría y pálida.

— Mierda, Nat...— me levanto apresuradamente para tomar su rostro entre mis manos. — ¿Natasha?...— golpeo suavemente sus mejillas, pero no me responde. — ¿Nat?...— acerco mi dedo a su nariz para ver si respira, lo hace pero muy lento. — Otra vez...

Bajo de la cama revisando entre los tantos botes algo que considere ardiente. Al ver esa etiqueta amarilla, la tomo y vuelvo a agarrar su rostro, esta vez obligándola a beber un poco. Por suerte no es tan difícil, pues ella parece cooperar.

— Iré a por unas toallas ¿Vale?...

La quito el último zapato y la subo del todo a la cama, envolviendo su cuerpo como un burrito. Con las manos un poco temblorosas salgo de la habitación e ingreso al cuarto de baño, ahí busco con la mirada las toallas y al dar con ellas tomo un par para mojarlas con el agua caliente de la ducha.

— Bien, supongo que esto servirá...— coloco una sobre su frente y la otra sobre sus clavículas, casi cubriendo su cuello. Están calientes y tal vez la dejen alguna marca, pero debo calentar su cuerpo para que poco a poco pueda respirar con normalidad.

A veces no entiendo su situación y es que por más que se medique  siempre vuelve al mismo punto, no importa cuanto tiempo pase. Ésta es la tercera vez que me la encuentro así, recuerdo que la primera me asusté, pues era un día soleado y ella comenzó a temblar afirmando que tenía frío. Fue extraño, pero me indicó cómo podía ayudarla, lo hice dudando de mí mismo,  gracias al cielo volvió en sí y me alivié.

No es algo que tenga desde niña, inició en su adolescencia y desde ahí esa peculiar condición pulmonar que tiene no ha parado de hacerse notar. Se medica, lo hace constantemente, sin embargo, eso solo lo calma y a veces no lo logra, por lo que recae.

Mi corazón vuelve a su lugar al ver que comienza a respirar con más fuerza, no está alterada, solo está recuperando su respiración normal. Me tumbo a su lado y me quedo ahí observando cada mejora en ella.

BÁILAME (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora