19. Viaje

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CHRISTOPHER

El auto que me llevará al aeropuerto ha estado esperándome por varias horas, debo tomar un avión a Milán para resolver ciertos negocios, será un viaje largo y sería mejor irse en este momento, sin embargo, tengo la inexplicable necesidad de ver por última vez a esa maldita bailarina, pues las amenazas de Verónica se quedaron en la noche anterior, en un momento de tensión que como buenos socios se apaciguó rápidamente. Tal vez para ella no se haya apaciguado y sigue sin soportar mi presencia. Debo admitir que a veces me atrae lo que me prohíben y desde un principio mi prima me prohibió acercarme a su bailarina, una mujer que particularmente no es del tipo al que frecuento, pues tiene una cierta manera de ser que me asegura que no es de ese tipo de mujer que dejará su vida de lado para arrastrarse a mis pies.

Por su cuerpo diría que está entre los veinte y los veintidós años, aunque por su forma tímida y novata de actuar tal vez tenga menos, o simplemente sea falta de experiencia. Tal vez estudie empresariales, aunque lo dudo, no tiene la fuerza y determinación adecuadas. En sí no me interesa lo que haga fuera de aquí, solo quiero que sea mi mascota por un tiempo hasta que me aburra.

Reviso el reloj de mi muñeca, marcan las dos de la madrugada y ni rastro de ella. Parece que sí es cierto que mi actitud la asustó más de la cuenta, tal vez debí esperar a que ella misma se acercase a mí. De todos modos ya está hecho y solo queda seguir, porque si algo está claro es que no dejaré que se vaya hasta haberla tenido encadenada y con un collarín en el cuello.

Remuevo el whisky de mi vaso, cansado, me lo acabo para después levantarme del sillón en el que me había mantenido todo este tiempo, algo apartado del resto de hombres ruidosos que ocupan el club, pues mi propósito no era quedarme a ver a las demás chicas ni a gritar como si solo basta con verlas desnudarse, cuando el verdadero placer está en el preciso momento en el que no solo ves la desnudez, sino que la posees.

— Creí que ya estarías reunido con los italianos...— escucho y alzo la vista para ver a Verónica, quien camina hacia mí con los hombros relajados y fumando algo de la nueva mercancía. Su traje totalmente blanco la hace ver como un ángel entre los presentes, un ángel caído entre tinieblas.

— La última copa antes del viaje...— señalo dejando el vaso sobre esa mesa de cristal negro.

— Ya veo...— sacude la cabeza mientras observa la barra, una pelirroja está bailando sensualmente. — Ahora supongo que ya te vas...

— Sí...— me arreglo el traje y le hago una señal a los hombres que me acompañan.

Sin decir nada más voy abandonando el club, pues hoy no estoy de humor para una de nuestras conversaciones, y aunque quiero preguntar por Jen me guardo esa pregunta para mi regreso, pues ahí tendré una mejor respuesta. Al salir el frío de las calles me abraza de una manera tan peculiar que me recuerda mi infancia en Moscú junto a la familia de Verónica con la cual conviví en aquel tiempo, y es que no es la sangre netamente lo que nos une, sino un pasado que para desgracia o buena suerte de ambos nos unió de por vida.

— Es momento...

NATASHA

— Esos romances no existen, no puedes enamorarte de una persona por solo un beso ¿Sabes?...— le digo a Mario mientras hacemos la cama. La película “romántica" que vimos hace poco no era más que una de esas pelis que te vendían el amor más ilógico del mundo desde como se conocieron hasta como se enamoraron. — ¿Cómo puedes enamorarte de alguien que quiere echarte del hogar de tu familia para montar una pista de carreras?...— insisto arreglando mi almohada.

— Puede existir la posibilidad...— me responde Mario con esa actitud calmada que a veces me molesta.

— La posibilidad de enamorarse de un personaje tan mierda como Blad es la misma que hay de que tú y yo nos acostamos, ninguna...— respondo en frío y él hace una mueca de haberle dolido mis palabras.

— Eso dolió ¿Sabes?...— se mete a la cama con el pijama que le trajo su hermano. — Yo soy capaz de llevarte a tu límite...— su voz es tan confiada que me provoca risa.

Le miro con picardía, me subo lentamente a la cama, él sigue fingiendo estar molesto, pero le resto importancia y me subo a su cuerpo. Él me mira fijamente, hay una pizca de oscuridad en su mirada, él también se divierte con la situación que podría ser malinterpretada por otras personas.

— ¿Estás seguro?...— cuestiono su afirmación mientras me voy acercando a sus labios, deteniendo mi avance antes de unirlos. Me regala una pequeña sonrisa.

— ¿Y tú?...— sus manos agarran mi cintura y me obliga a quedar aún más cerca, tanto que nuestros labios se rozan.

Nos mantenemos en silencio, viéndonos fijamente, siento como su corazón late con normalidad mientras el mío solo se burla de la situación. Sus manos avanzan aún más, acariciando mi abdomen, eso me provoca un escalofrío, no por la caricia, sino por como de fríos tiene los dedos.

— ¿Estarías dispuesta a cambiarte de sexo para que te pueda llevar al éxtasis?...— sonríe con picardía.

— Idiota...— golpeo su hombro y me bajo de él, cayendo a su costado derecho. Mi respiración no está alterada como en otras ocasiones con otros chicos, y es que nosotros no nos vemos con esos ojos. Aunque a veces su comportamiento me hace desear con todas mis fuerzas encontrar a otro como él, pero para ser mi pareja.

— Creo que he tenido una reacción...— susurra viendo a su entrepierna. Le miro confundida y él se ríe. — alérgica a tus intentos de seducción...

— ¡Oye!...— le lanzo una almohada golpeando su hermoso rostro, arruga la nariz y rompo en carcajadas. — Soy buena seduciendo...

— Por eso sigues soltera...— se pone de perfil para verme mejor. De ese modo sus facciones se detallan con más claridad, ¡Dios es tan guapo!.

Su cabello rubio cae sobre su rostro de una manera perfecta, tanto que me atrevo a acariciarlo. Despejo su frente dejando ver unas cejas poco pobladas y esos ojos color dorado que me observan pacíficamente. Su nariz, que no es ni pequeña ni grande. Su boca, ay, sus labios, de ese color rosa tan suave que encaja perfectamente con su piel tan pálida. Darían incluso ganas de besarlo, si no fuese él.

— Pareces una acosadora...

— Lo sé...— me acerco a abrazarlo y hundo mi nariz en su pecho, respirando su dulce aroma a flores, es como quedarse a dormir sobre un campo en una temprana primavera.

— También sabes que mañana iremos al hospital ¿Verdad?...— me dice y sabía que llegaríamos a ese punto, pero ya no tengo ganas de hablar solo de dormir.

— Lo sé...

BÁILAME (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora