20. Estoy bien

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NATASHA

— Te dije que estoy bien...— le digo a Mario mientras le pego a la cara con los análisis. Él arruga la nariz, se ve como un niño al hacerlo.

No he podido librarme de visitar el hospital, él no quería irse sin asegurarse de que estoy bien. Siempre se ha mostrado preocupado por mí y sé que muchas veces mi condición llega a asustar, pero no es como si me vaya a morir, solo lo debo tratar y controlar adecuadamente hasta que desaparezca.

El recuerdo de esta mañana me invade, ambos despertando por el ruido de mi alarma, la maldita alarma de las seis. Con pesadez nos turnamos para tomar una ducha, él preparó un desayuno básico y delicioso, huevos, tostadas, café, para él, y té para mí, pues en este momento el café no me haría nada bien. Salimos de la casa casi a las ocho, nos cruzamos con sus padres, quienes nos observaron atentamente y hablando entre ellos, curioseando. Dejando a mis “suegros” —como a veces les digo como broma—, salimos del edificio. El hospital no queda tan lejos y decidimos caminar, bueno, yo lo decidí, ya que Mario quería que fuéramos en auto y mis pulmones querían respirar.

Me atendió el mismo señor arrugado que me lleva atendiendo en el último año y medio, el doctor Charles Pérez, un señor de casi sesenta años, pelinegro de cejas pobladas, ojos café, cansados, estatura media, cuerpo típico de un señor saludable, y una sonrisa perfecta que le regala a cada paciente. Le sorprendió verme ahí, mi siguiente revisión sería el mes que viene, por eso necesitaba el dinero, porque no es nada barato realizar un análisis completo y cambiarme de tratamiento, que es lo que pasa casi siempre.

Igual ya cumplí, ya me atendieron, hice un par de análisis y estoy bien, solo que las fallas son impredecibles.

— Ahora debemos regresar a la uni...— le digo, tengo una clase de derecho civil y no me la quiero perder. Incluso en un día como hoy, que prácticamente no tengo ganas de agarrar un libro, quiero ir a verlo. El profesor Morgan me recuerda a esos dulces que me prometo no comer y que luego acabo comprando desesperadamente, no son sanos, pero sí necesarios.

— Hemos pasado mucho tiempo en las salas de espera...— le veo revisar su reloj, sus ojos sensibles al sol brillan como el oro. Suspira levemente y se ajusta la mochila que lleva colgada en su espalda. — No llegaremos a ninguna clase, así que olvídate de Morgan y ve a descansar...

— ¿Quién habló de Morgan?...— me hago la distraída. Detengo mi paso al alcanzar el inicio de las escaleras de la salida.

— Tú...— va bajando los cinco escalones de esa pequeña escalera. — Gritas su nombre cada que tienes ocasión...

— Pero no dije nada...— voy bajando los escalones.

— Lo dices internamente...— me tiende la mano y la tomo. Una sonrisa ilumina mi rostro. Esos ojos color dorado me miran por unos cortos segundos y me rindo, sus ojos son como ese lazo brillante de mujer Maravilla que te obliga a decir la verdad.

— Ya se me pasó...— evito su mirada. En ese momento me salva la vibración de mi celular. Acerco mi mano al bolsillo trasero de mis vaqueros y tomo el celular, la pantalla brilla con el nombre de Ruth en una llamada entrante.

Hago un gesto con la cabeza para disculparme y me detengo mientras Mario avanza un par de pasos para dejarme mi espacio. Se detiene tras tres pasos y se queda en una pose que le hace ver como un modelo de esas revistas de moda masculina.

— ¡Hola!...— saludo en el tono más natural que consigo, pues si Mario es el lazo de la verdad, Ruth es la máquina de la verdad. Esa idea me roba una pequeña risa y me la aguanto para no ser cuestionada.

— ¡Hola!... No te vi en tu clase de derecho civil...— se escucha agitada, seguro está caminando apresurada para alcanzar la clase de tutoría, no se salta ninguna, ella es el claro ejemplo de esa persona que siempre quiere mantenerse al tanto de todo, para así tener un buen ritmo académico.

— No pude asistir, tenía cita médica...— respondo y no tardo en oír como se detienen sus tacones.

— ¿Por qué no me llamaste? Te podría haber acompañado...— me reclama, no está molesta, está preocupada. — Además, ¿Tu cita no era el mes siguiente?...

— Fue algo fuera de la rutina...— trato de mantener la calma.

— ¿Te has sentido mal?... ¿Cuánto hace que te sientes mal?...— y ahí está la Ruth que conozco.

— Un poco, pero ya pasó...— elevo la mirada para ver a Mario, está tecleando algo en su celular. — Además, no vine sola, Mario me está acompañando...

La oigo suspirar y al fondo se escucha la voz de alguna compañera llamando su atención, seguro ya debe entrar a su tutoría.

— Bien, ahora debo entrar a mi clase, pero nada más salir iré al restaurante...

Mi corazón se detiene en seco al oírla, pero no tengo tiempo de quedarme helada, ya que no puedo permitir que ella llegue a ese lugar.

— No iré a trabajar hoy...— digo antes de que me cuelgue. — Necesito descansar, ya hablé con mi jefa...

— Ah...— de nuevo esa voz de fondo. — Entonces iremos a tu casa y te cuidaremos esta noche...

¿Esta noche?.

— ¡Oye!...

Me cuelga, solo escucho el pitido que me notifica que se acabó la llamada. ¡Maldita sea!, menuda mierda de semana, me digo mientras guardo el celular. Ya falté una noche y ni siquiera avisé, si falto otra vez ¿Tendré alguna amonestación?. La verdad no lo sé, y no es como que tengo ganas de volver a ese lugar, pero menos ganas tengo de pedirle ayuda a mi padre, quien me volvería a rechazar de inmediato. A pesar de su rechazo no siento culpa ni remordimiento por lo que hice, fue necesario y si me odia por eso, pues que sea así.

Al guardar mi teléfono alzo mis dormidos hombros, que he mantenido caídos desde el inicio de la llamada. Miro a Mario, parece estar hablando con alguien, tal vez sea un conocido o alguien que necesite orientación ya que lucen muy formales. Suelto otro suspiró y me voy acercando. El hombre que lo acompaña me voltea a ver al oír mis pasos, unos ojos grises me observan por unos cortos segundos antes de desaparecer por las lentes oscuras que deja caer sobre ellos. El tipo se ve extraño, está vestido de negro desde la cabeza hasta los pies, una sudadera sin logo o distinto color al negro, unos pantalones algo ajustados, guantes, sombrero e incluso una mascarilla con la que se cubre parte del rostro.

¿Será un famoso?, me pregunto mientras siento que esos ojos me han observado antes, no de la misma manera ni intensidad, pero me resultan conocidos.

— Bien...— le escucho decir al acercarme del todo. Nada más decirlo se aparta del rubio en dirección al hospital, tras él van cuatro hombres que no he notado hasta ahora. Todos vestidos de negro, pero en trajes elegantes.

Inevitablemente pienso en el club, hay tantos tipos que van de ese modo que a veces es intimidante.

— ¿Estabas hablando con una estrella?...— cuestiono algo desorientada.

— No...— suspira viendo al chico por encima del hombro, se ve molesto y es extraño, no es alguien que se moleste con facilidad. — Es solo una persona que necesitaba orientación...— me dice abrazándome por los hombros, su largo brazo me rodea y me atrae a su cuerpo. — Y tú necesitas que te guíe a casa...— recupera su sonrisa, sin embargo, es falsa, lo noto.  Tal vez si se conocen y el tipo es un grosero e insufrible.

— Tienes razón...— debo ir a casa y buscarle una solución a mi reciente problema, tener a mis amigas en casa esta noche.

BÁILAME (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora