120. Dyn: Mi culpa

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VERÓNICA

Se abraza a mi cuello con fuerza, mientras envuelvo su cuerpo y la lleno de besos por todo el cuello. Ambas no podemos controlar el deseo que nos corrompe, lleva todo el día aquí y no me canso de tenerla desnuda en cada rincón de la casa.

— Me tengo que ir...— susurra sobre mis labios. Mi sonrisa se borra mostrando mi inconformidad con eso. 

— Quédate a dormir...— pido.

— ¿Solo dormir?...— se ríe sabiendo que no es verdad.

— Sí...— acaricio su trasero y suelta un jadeo.

Siempre que la toco me siento al borde, una fuerte atracción me impide soltarla, no había sentido eso en años, y a veces provoca que me cuestione lo que estoy haciendo.

— Igual debo irme...— insiste y la bajo cuidadosamente.

— Creo que le diré a uno de mis hombres que te lleve, yo debo organizar un par de asuntos...— me voy alejando.

Ella asiente y avanza hacia la puerta. La miro cruzando los brazos y espero a que salga para ir a encargarme de algunos problemas. Sin embargo, se detiene en el último momento.

— ¿Qué tenemos?...— pregunta y me quedo helada. No me esperaba eso, ya sé que hemos pasado mucho tiempo juntas en esta semana, pero nunca me he parado a pensar en eso.

— Estamos bien sin tener que definirlo...— digo evadiendo la pregunta.

— Pero yo sé que siento por ti...— deseo que no vaya por ahí. — ¿Tú no sientes lo mismo?...— me mira y puedo ver mil sentimientos en su mirada. Lamentablemente no los comparto.

— No puedo tener una relación formal...— le digo para cortar de raíz. Su rostro se pone serio, sus ojos se cristalizan y contiene la respiración.

— ¿Entonces?...— pregunta con la voz algo temblorosa.

— Estamos bien, Ruth... Eso es todo.

— Pero yo no quiero estar cogiendo con una desconocida... — replica. — No sé nada de ti, no sé a qué te dedicas, qué haces cuando no estás conmigo, cuáles son tus hobbies... No sé nada.

— Sabes que me importas...— digo sin querer enfocarme en sus dudas.

— Le puedo importar a cualquiera...— sonríe con amargura. — Pero...— hace una pausa. — No importa...— abre la puerta.

— Ruth...

— Tomemos un descanso de nuestras cogidas casuales...— dice saliendo y cerrando la puerta con fuerza.

— Mierda...— golpeo la pared molesta, mientras soy engullida por la soledad.

«No es que no pueda quererte, solo que no quiero hacerlo»



CHRISTIAN

Odio la sangre, sé que es irónico después de la cantidad que he derramado, pero es verdad, la odio. Tal vez más que mi propia existencia. Ese líquido viscoso que siempre acaba en las manos del culpable, ahora yo soy el culpable. Debí haber hecho lo necesario, enfrentar a Meredith ayer y así hoy Mario no estaría debatiendo entre la vida y la muerte en ese frío quirófano.

Es mi culpa, siempre tengo la culpa de todo. Si por lo menos hubiera investigado antes de dar la orden e ir a por él, esto no estaría pasando. No estaría con las manos manchadas de sangre y el corazón hecho pedazos.

BÁILAME (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora