23. La diminuta posibilidad

2.4K 144 8
                                    


NATASHA

Apenas termino de retocarme los labios cuando regresa Verónica. Su frío semblante y esos malditos ojos que me buscan, me encuentran y me atrapan, me estremecen. Trato de evitar su mirada, ya tengo suficiente con la locura que ocurrió mientras realizaba mi pase. No sé porqué reaccioné como una maldita adolescente, como Babi en Tres mejor sobre el cielo, fantaseando con la mirada intensa del típico chico malo. Me río de mi ocurrencia al recordar que no tengo nada parecido con la protagonista: no soy la hija perfecta, no tengo una vida planeada, no soy nada tranquila y nunca me dejaría arrastrar por un chico con problemas de personalidad múltiple. Además, perdí la virginidad en un lugar más privado.

— Jen...— la voz de mi jefa me devuelve de un golpe a la realidad. Sacudo mi cabeza tratando de bajarme de las ramas de mi mente y centrarme en ella.

Britney está a mi lado, su espalda se apoya al tocador, me está mirando fijamente. Eso me da una idea de lo que ha pasado, seguro Verónica me llamó más veces y no a atendí.

— Sí, lo siento...— susurro soltando el labial carmesí que sostenía en la mano. Me muerdo ligeramente el labio inferior.

Ella no dice nada, me observa por unos segundos como inspeccionando mi rostro y luego se aclara la garganta.

— Tienen un privado...

No sé porque mi corazón da un brinco al escuchar eso, tal vez porque algo en mí me dice que se trata de ese imbécil. Un sentimiento extraño, entre el asco y el miedo me invade desde el pecho y se esparce por todo mi cuerpo. Siento un cosquilleo en mis dedos, los acaricio y me clavo la uña del pulgar en mi palma, haciendo presión.

— Yo debo salir...— digo tratando de librarme.

Verónica vuelve a observarme con esos malditos ojos. Su mirada es tan sádica como la de Christopher, aunque la de ella no me quema la piel, no me acaricia y me desea.

Vuelvo a sacudir la cabeza por esa absurda comparación, hago girar la silla y definitivamente pongo toda mi atención en la peli blanca.

— Saldrá otra en tu lugar...— determina con esa neutralidad tan característica. — Britney ya conoce los detalles, solo haz lo que te diga...

Así, sin darme tiempo a argumentar se va, me da la espalda y camina hacia la salida como una modelo de marca altamente costosa. Cuando cierra la puerta siento que vuelvo a respirar, me golpeo la cabeza frustrada y pensando en lo que pasó la última vez. No quiero estar en un cuarto cerrado con un lunático.

— Vamos, es el número 6...

Ese número maldito vuelve a mí con un mal sabor de boca. Por un momento pienso en fingir algo como un dolor de vientre, puedo decir que estoy con la regla, eso puede funcionar; pero recuerdo que ya la tuve hace unos días y lo hablé con Verónica. No es creíble.

— Jen...— toma mi mano y me obliga a pararme. — Es un cliente muy agradable, tranquila...— me dice Britney.

¿Christopher agradable?... Que ironía.

— Solo debes portarte bien y no hacerlo enojar...— me dice con una sonrisa. Creo que perdió la cabeza.

No hacerlo enojar, eso me sale natural.

Caminamos por ese largo pasillo de habitaciones privadas hasta alcanzar la número seis. Un frío recorre mi cuerpo cuando Britney toma el pomo de la puerta y lo gira lentamente.

«— ¿Cuál es tu nombre?...—» su maldita mirada vuelve a mí.

«— Yo no pregunté por el suyo...—»

«— Christopher...— » ese casi beso, ese susurro sobre mis labios con tanto descaro.

«— ¡Suéltame!...— »

«— Sé buena y solo responde a esa pregunta tan sencilla...— » era como si le hablara a su perro, como si tratase de educar a su mascota.

«— Voy a gritar...»

«— Puedes hacerlo ahora o reservar tus fuerzas para cuando estés gimiendo...—» siento su aliento en mi oído y me detengo, negándome a entrar a ese lugar, no quiero.

«— Jen...—»

«— Jen... Mi pequeña mascota...»

Trago grueso, cierro los ojos y respiro, ya no sé si huir o detenerme aquí. Hoy voy acompañada, no creo que me haga nada y si trata de propasarse como la última vez pienso romperle esa maldita botella de vodka que siempre se queda a su derecha.

— Ella es Jen...— escucho decir a Britney y vuelvo en mí. Ya tengo un pie en el cuarto, suspiro y arrastro el otro para entrar.

Contra todo pronóstico, casualidad y constancia me golpeo con la realidad, dejando atrás todas mis suposiciones, pues en el cuarto se encuentran cuatro hombres, no está Christopher, después de todo no vino a verme, y eso me alivia, en parte.

Observo a los hombres con disimulo, tres de ellos se roban mi atención por solo unos cortos segundos, los mismos que tardo en observar al cuarto.

Una vez me dije que las posibilidades de bailarle a ese hombre eran nulas, hoy retiro mis palabras entre miedo y vergüenza, con el corazón latiendo a millón por hora, la sangre hirviendo y la respiración entrecortada, porque para mi sorpresa y gran desgracia, él no es a quien esperaba, es aún peor, no por como vaya a tratarme, sino por como me mire, por como sus malditos ojos me vean, me observen y me descubran en mi versión menos realista.

Los ojos de Morgan —que desde que entré han estado pegados a su celular, evitando ver a las «strippers» que han ingresado al cuarto —, se despegan de su celular y viajan a nosotras con esa característica mirada cansada, la que se te pone tras leer mil trabajos y no encontrarle sentido a ninguno. Esa mirada que siempre me hace suspirar en cada clase, esa mirada que reconocería en cualquier lugar, al igual que él seguramente reconocería mi voz.

— ¿Qué tal estás, Jen?— pregunta el moreno del grupo.

«Mierda, la voz...»

BÁILAME (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora