75. Tuyo

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MARIO


— Mierda, Natasha...— le grito sin poder contener la ira. Sé que me caracterizo por ser pacífico, pero , joder ¿Cómo fue tan ciega?. Aunque no debo culparla, ya que nadie sabía de la doble vida de ese infeliz.

— Yo...— sus ojos llevan así de cristalizados desde que nos contó lo que pasó con Morgan, lo que ese infeliz le hizo y como la había amenazado.

— Le voz a partir la cara y me dará esa maldita cinta a golpes...— le doy la espalda, sin embargo, no avanzo en lo absoluto cuando su mano detiene la mía. La miro molesto, pero todo se derrumba ante sus lágrimas. Sus amigas están atónitas con todo y yo no estoy siendo de mucho apoyo.

— No podemos hacer nada...— susurra destrozada. Su cabello se pega a su rostro, esos hermosos ojos ahora se hunden en el vacío, destrozados por la retención de sentimientos. — Si hago cualquier cosa lo va a publicar...— hay súplica en su voz. — Por favor, solo déjalo estar...

— No pienso hacerlo...— determino lleno de rabia. ¿Cómo me pide eso?. Ella es como mi hermana, nadie puede hacerle eso a mi hermana mientras yo escondo la cara. Pagará, aunque no sea por mi mano.

— Por favor...— se levanta del sofá y me envuelve en un abrazo que me rompe. Estrecho su cuerpo contra el mío y beso su frente.

— Habrá una solución...— le susurro al oído.  « Aunque esa solución acabe conmigo»

— Estamos contigo Natasha...— Monse se levanta y se une al abrazo. En sus ojos hay una rabia nunca antes vista.

— Le quemaré el coche a ese maldito hijo de la gran puta...— Ruth también se unie, triste y enojada.

Todos estamos aquí con sentimientos negativos y él feliz con su familia, como si no ha destruido la vida de mi mejor amiga. Eso no se va a quedar así, no pienso dejar que se vaya de rositas después de esto, no importa como acabe, pagará.

— Volveré...— me despido de Ruth.

Natasha ha logrado descansar con un par de pastillas. La situación la alteró tanto que perdió fuerzas. Monse la acompaña mientras la pelinegra prepara algo para comer.

— No hagas nada que empeore las cosas...— me advierte, pero no la escucho. No puedo escucharla, no cuando todo arde en mi interior.

Natasha es una chica buena, a veces molesta, pero no le causa mal a nadie. Desde siempre ha llevado esa vida de libertinaje, buscando el calor de otros ya que tiene varias carencias que no dice en voz alta. Desde que no habla con su familia ha ido a peor, sin embargo, no se ha rendido, estuve con ella cuando creía que moría en el frío de la soledad. Sostuve su mano en los días de depresión. Luchó contra todo y volvió a sonreír, se merece sonreír. Y ahora ese maldito la ha vuelto a cortar las alas, hundiendo su vida en un abismo del que por las buenas: aceptación y resignación, no va a salir.


Es la segunda vez que vengo a este lugar por voluntad propia. No es nada parecido al barrio en el que me crié, el edificio de más de cuarenta plantas brilla en cascadas de cristal. Siempre vigilado por hombres disimuladamente armados. El parking se extiende con sus autos de colección. Cuando me confesó que todo el edificio era suyo no supe como tragar saliva.

¿Tan rico era?... Me pregunté.

No solo eso, también era un asesino.

— Disculpe...— me acerco a uno de los guardias de la puerta. El chico mide lo mismo que yo, por lo que sus ojos ligeramente azules me revisan con cautela.

— ¿Eses un repartidor?...— me pregunta acariciando su arma. Tal vez me hubiera tensado, pero ahora me da igual.

— Quiero ver a Christian...— demando. El tipo se ríe en mi cara y sin responderme avanza de nuevo a su puesto.

Voy a decir algo más cuando mi celular empieza a vibrar. Lo alzo y su asqueroso nombre ocupa la claridad de mi pantalla.

— ¿Qué mierda haces en mi edificio?...— está molesto. ¿Cuándo mierda no lo está?.

— Quiero verte...— digo observando la cascada de cristales.

— ¿Es una orden?...— se ríe y maldigo su asquerosa y ronca risa.

— Es una petición, necesito un favor...— aclaro. El silencio dura como unos siete segundos.

— Yo no hago favores...— me dice mientras el guardia de antes me indica la entrada. Asiento siguiéndolo, por lo menos va a verme.

— Entonces hagamos un trato...— le digo y su respuesta es el silencio. Cuelga la llamada y debo sufrir en el silencio hasta alcanzar la última planta.

Las puertas del ascensor se abren y ahí está, de espaldas y recogiendo un bolso que parece algo pesado. Lo echa a pocos pasos de mí y me mira con indiferencia. Está semidesnudo, de cintura hacia arriba, pero trato de ignorarlo y me centro en mi objetivo.

— Habla o lárgate de aquí...— su voz sale dura, los músculos de su rostro se tensan en el momento en que sus oscuros ojos caen en mí.

«Al grano»

— Quiero que te encargues de alguien...— una sonrisa ladina relaja su rostro. Agarra la camisa que está tendida en el respaldo de un sofá blanco de cuero y me observa.

— Mi servicio es privado...— es una negativa, pero yo no puedo aceptar una negativa. — Y tú no puedes pagarlo...

— No te estoy pidiendo que mates a alguien...— su sonrisa crece.

— ¿Entonces?...— se pone la camisa y camina en mi dirección con ese cuerpo intimidante. — ¿Qué es lo que quieres?...

— Que le quites algo a un profesor...— su cercanía me pone nervioso, trato de ocultarlo. Es imposible.

— ¿Y por qué lo haría?...— su rostro está cerca, tan cerca que puedo ver esas manchas negras en el gris de sus ojos. Sus pupilas están dilatadas, se drogó. — ¿Y más a petición tuya?...

Me voy a arrepentir de esto toda la vida, lo sé, así como sé que sin esto Natasha no va a volver a respirar.

Se ríe y me da la espalda, agarrando otro bolso que descansa sobre la enorme mesa del salón.

— Agradece que estoy de buen humor y lárgate antes de que te destroce...

Sé que no miente, tal y como yo no miento al decir que estoy dispuesto a arriesgarme.

— Porque si lo haces yo seré tuyo...— dejo salir de mi boca. Christian se detiene antes de elevar el bolso, gira sobre su propio eje y me observa con un brillo indescriptible. — Sin quejas, sin límites...— aseguro mientras se pone cómodo apoyándose en el sofá. — Tuyo hasta que te canses...

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Pobre Mario🥲

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