29. Él, mi maldito monstruo

4.5K 222 4
                                    


NATASHA

No sé si soy yo quien ha perdido la técnica o esta bebida tiene algo extraño, siento que mi cuerpo se llena de energía con cada trago mientras mis ojos se nublan, ven doble y luego se abren como bombillas. Me duelen los pies de tanto saltar, mi cabello parece un maldito nido de pájaros, y de mi vestido ni hablar. Hace como cuarenta minutos que no veo a mis amigas, este lugar está repleto de personas bailando, le quitas el ojo a alguien por un segundo y se desaparece.

Reviso mi celular, la luz de la pantalla me irrita, llevo mucho tiempo casi a oscuras. Aún con la vista fallando consigo distinguir el número uno en grande, marcando la hora: una y media. Maldigo en lo bajo y lo aprieto recordando mi compromiso de la noche.

Mario baila a pocos pasos de mí con unas chicas que llevan ahogando al pobre por media hora, sin entender su incomodidad ni su negativa. Me río tontamente, acaricio mi rostro y le hago una señal de despedida para empezar a irme.

- ¿A dónde vas?...- no tarda nada en separarse de esas chicas y sostener mi muñeca. Bajo esta luz, sus ojos dorados se ven aún más hermosos, y su cabello... ¡Ay! Es tan suave...

Acaricio su cabello con mi mano libre, está algo húmedo. Lo remuevo como si fuera mi mascota y le regalo una inocente sonrisa.

- Al baño...- respondo arrastrando la última sílaba. - me estoy meando...

- Okay...- me suelta. - No te tardes, y no te duermas ahí, quiero librarme de esas mujeres...

Compartimos un risa y yo continúo con mi camino.

No le mentí del todo, sí me estoy meando, pero después del baño me iré. No se lo dije ya que iba a acompañarme. Es muy tarde y las calles en estas zonas no son para nada seguras. Lamentablemente no puedo dejar al miedo ganar.

La fila del baño avanza y me apresuro a utilizar uno de los individuales. Al salir, me acerco al lavamanos, abro el grifo y me las mojo. Alzo la mirada viéndome al enorme espejo de este baño de palacio. Tengo los ojos muy rojos, las pupilas dilatadas y la piel algo roja, seguro que por el calor. Me mojó la cara con cuidado de no escurrirse el maquillaje, mojo un poco mi cabello y lo recojo en una cola algo revoltosa. Un par de mechones rebeldes se quedan pegados en mi rostro.

- Ah... Nat...- me echo un poco de agua en el cuello y suspiro. Me duelen los pies, los ojos y la cabeza. Ya había olvidado como son nuestras malditas salidas.

Me escondo entre la gente para salir sin ser vista y no respiro hasta pisar la acerra. El frío me abraza de inmediato, dentro hacía tanto calor que se me había olvidado como estaba aquí fuera. Rápidamente cruzo al otro lado de la carretera, ya que los autos quedan más abajo y debo ir a por un taxi.

Me duelen tanto las piernas que por momentos quiero quitarme los tacones y caminar descalza. La calle está fría y casi desértica, a excepción de pequeños grupos de chicos bebiendo y fumando lo que parece ser marihuana. Cruzo a varios mientras sigo en busca de algún taxi, es como si la zona estuviera restringida, ya que no pasa ni un alma.

- Mis malditas piernas...- me quejo deteniéndome unos segundos para respirar. Una corriente de aire me golpea, mi cuerpo se estremece y vuelvo a suspirar, recuperando parte de mi lucidez.

Una mujer pasa por mi lado acompañada de quien parece ser su pareja, se ríen y se meten a uno de los callejones. Siento algo de envidia en mi pecho, hace tanto que no tengo una relación seria. Mi último novio me engañó con su mejor amigo y luego me propuso un trío, ese idiota se merecía más que la bofetada que le di.

Ese recuerdo me hace reír, pues la escena si fue algo graciosa. Entre mi risa boba miro hacia atrás, solo por unos segundos, pero los suficientes para ver la figura de un hombre alto, vestido completamente de negro, con un rostro serio y caminando hacia mi dirección. Esa imagen me provoca un sudor frío, pero trato de calmarme, pues es una calle, "la gente pasa por la calle".

Tomo la curva que me da a otra calle aún más siniestra, camino un par de pasos y de nuevo esa figura. Sujeto algo nerviosa mi celular mientras apresuro mis pasos, para asegurarme de que no me esté siguiendo. Pero sus pasos se apresuran también, esas largas piernas dan un paso a cada dos míos. Un taxi pasa a toda prisa por delante de mí, trato de detenerlo, pero no se para.

- ¡Taxi!...- grito viendo cómo se aleja.

El tipo sigue a mis espaldas, no retira su mirada de mi nuca y eso me aterra. Agarro mi celular, lo prendo y busco rápidamente el número del albino, lo presiono con los dedos temblorosos y de inmediato me manda al buzón de voz.

- Mierda...- susurro cruzando a otra calle, en esta hay pocas personas pasando, pero es más luminosa.

Miro a mis espaldas y ha desaparecido, no sé si es por las personas que transitan la misma acerra o es porque en verdad nunca me estuvo persiguiendo. Soy una paranoica, tal vez mañana me ría de esto.

A pocos pasos hay una calle principal, desde ahí puedo tomar un taxi e irme al club, aunque no esté para bailar con estás piernas. Solo sé que...

- Hola...- una voz grave acaricia mi oído repentinamente. Unos brazos fuertes me agarran por el abdomen y tiran de mí a un lúgubre callejón.

Una enorme mano me cubre la boca al tratar de gritar. Mis brazos están inmovilizados, todo mi cuerpo tiembla de miedo, mi respiración se acelera y ese mal presentimiento se vuelve una cruda y aterradora realidad. El mismo rostro que estuvo a mis espaldas desde el club ahora me sostiene y arrastra por un maldito callejón oscuro y silencioso.

- Ummm...- trato de soltarme, pero es tan fuerte que todo es en vano.

Rápidamente las lágrimas recorren mi rostro al pensar en que me iba a convertir en una de esas chicas marcadas de por vida por una situación que nunca esperaron vivir. Joder, a mi mente solo llegan mil quizás sobre lo que pude haber hecho para evitar estar sola a esta hora y en este lugar.

Trato de golpear al tipo, mis pobres brazos son tan débiles.

«Creo que voy a morir» me digo entre lágrimas. La imagen de mis amigos llega a mi mente, me duele y en un último intento le clavo la punta del tacón con la poca fuerza que tengo.

El gigante maldice, pero no me suelta, al contrario, me voltea, quedando cara a cara. La mano que sostenía mi boca avanza a mi cuello, lo aprisiona y me golpea contra la pared. Me quejo del dolor, mientras siento como el aire se me acaba.

- Ayuda...- trato de gritar. Mi voz, casi inaudible de tanto haber gritado en el club, sale lo más elevada posible, aún sin esperanzas, ya que este lugar es un maldito desierto.

- Nunca lo pueden hacer fácil ¿Verdad?...- me susurra. Su aliento a tabaco me invade y me hace toser. Su agarre se aprieta todavía más, trato de apartarlo pero es en vano y lo único que recibo es que agarre mi cabello con fuerza. - Si por mi fuera te usaría aquí mismo, pero no eres para mí...- su asquerosa nariz acaricia mi cuello y mi cuerpo se congela.

- Déjeme...- insisto desesperada.- ¡Ayuda! ¡Por favor!...

- Reserva tus fuerzas para después...- afloja su agarre y de nuevo me cubre la boca. - Ahora vámonos...

- No, por favor...- murmuro entre sus dedos, pero no me hace caso y me obliga a caminar.

- ¡Camina!...- me grita y me paralizo. Siento que mi corazón va a dejar de latir, tengo tanto miedo que... -¡He dicho que camines!...- vuelve a gritar. Levanta la mano como si quiere golpearme y cierro los ojos esperando el primer golpe que me dará un desconocido en toda mi vida.

- Creo que quedó claro que no quiere ir contigo...- otra voz se escucha en ese maldito callejón. Abro los ojos creyendo que tengo alguna esperanza de salir de ahí, pero me golpea una realidad aún más aterradora, pues el dueño de esa voz, una voz familiar, no es más que el monstruo aterrador de ojos grises y oscuros como el abismo, el tipo que con una sola mirada parece acabar con mi vida y que con solo acercarse mi cuerpo se congela: Christopher.

BÁILAME (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora