107. Dyn: recuerdos de antaño

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NATASHA

— Ya llegamos...— me indica el chófer.

Esta mañana cuando me levanté Christpher ya se había ido. No dejó ni una nota ni nada que me dijera que está bien, que se iba a encargar de algo, cualquier cosa. Supongo que nuestra extraña conversación de ayer le molestó.

— Gracias...— le digo al señor bajando del auto.

Nada más poner un pie fuera tengo la desgracia de ver a Dominic y a Nataniel. Ambos se voltean a verme entre sorprendidos y por parte de Dominic, molesto. Suspiro sin ánimos de entrar en una discusión, agarro bien mi bolso y camino hacia la entrada.

— ¡Buenos días Nat!...— me saluda el pelirrojo. Podría decir que a él le aguanto más que al resto.

— ¡Hola!...— respondo ignorando la mirada de mi hermano. Sus ojos me recorren por completo, mira sobre mi hombro el auto lujoso que se aleja y suelta una pequeña risa de burla.

— ¿Hoy no te acompaña tu perito faldero?...— pregunta y prefiero pasar de él. No tengo energías para lidiar con un idiota.

Me adelanto dejándoles atrás. Voy directamente a la sección de ingresos.

Un pasillo frío y silencioso me recibe, recuerdos de antaño son evocados, una Nat de dieciséis flaca y pálida, huesuda y apagada caminando por estos lugares con una vía enganchada a su vena. A su lado y siempre sosteniendo su mano, mi padre, sonriendo por los dos, buscando dar luz donde ella se sentía al borde de una enfermedad que la daba batallas que ella sentía que no podía ganar.

Suspiro sintiendo como las lágrimas bajan por mis mejillas, me pesan los pies a cada paso que doy. No estoy segura de si querrá verme o no, de hecho tengo miedo, mucho miedo de ser repudiada de nuevo. No me dolió cuando mi madre se fue, ella nunca estuvo en realidad. Pero mi padre siempre lo ha sido todo para mí y este tiempo sin él ha sido una completa agonía.

Mis manos tiemblan al tocar la puerta, doy dos pequeños golpes y al tercero escucho la voz de mi padre. Un sentimiento me invade mientras abro la puerta, no recuerdo cuando fue la última vez que oí esa voz fuera del tono de un contestador.

Mi padre, Frederick Adams es un hombre que aparenta ser joven, de cincuenta años, bien cuidado y mantenido. Su cabello negro se ve algo desaliñado, un milagro para mis ojos, pues siempre está impecable. Su piel está más pálida que antes y le creció la barba.

— Dominic...— dice y alza la mirada, quedándose helado.

Sus ojos color miel se clavan en los míos. Noto las ojeras bajo ellos, pero no se comparan al vacío que transmite su mirada. El miedo coloniza mi ser, detengo mis pasos y siento como mi cuerpo tiembla en su lugar.

— Natasha...— susurra y de nuevo el sentimiento de anhelo y tristeza. El vacío en su mirada se llena de un montón de emociones que culminan en la acumulación de lágrimas. Se le cristalizan los ojos, su labio inferior comienza a temblar y alza la mano invitándome a cogerla.

Con el miedo todavía amenazando mi corazón, dejo mi bolso a un lado y avanzo para tomar su mano. El frío recorre mi cuerpo. Sus manos ahora transmiten el invierno que en su momento transmitieron las mías y eso me rompe.

— Papá...— sollozó agachándome a su lado. Él aprieta el agarre con fuerza mientras dejo besos sobre sus manos. Mis lágrimas se escurren en ella, una mezcla entre la alegría de volver a verlo y la tristeza de haberme tardado tanto.

— Mi niña...— se escucha cansado. Respira con fuerza y trata de despegar su espalda de la cama.

— No, no te esfuerces...— se lo impido levantándome y acomodando su cuerpo de nuevo en la cama. — No debes esforzarte...

BÁILAME (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora