69. Malditas voces

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NATASHA

Los rayos de sol acarician la desnudez de mi piel, se siente tan cálido. Me remuevo en mi lado de la cama, mis ojos se abren y puedo ver el día por ese enorme ventanal. Ojalá todas las mañanas fueran así de cálidas. Ese pensamiento me lleva al dueño de este cuarto, me volteo con una enorme sonrisa para verlo, la misma que desaparece al encontrar su lugar vacío y una pequeña nota sobre su almohada.

Siento un sabor amargo en la boca, estiro mi mano agarrando la nota, la abro y aún con mi mala vista mañanera me decido a leerla.

«Buenos días preciosa, me hubiera gustado verte abrir esos hermosos ojos, pero tengo una reunión importante en la facultad. Lo que pasó ayer fue maravilloso y espero que pueda serlo de nuevo.

El desayuno ya está listo, prometo llamarte nada más aflojar mi agenda. Ten una buena mañana»

Una sonrisa boba invade mi rostro mientras vuelvo a doblar la hoja, que huele a él, al igual que todo en este lugar.

«¡No lo puedo creer! ¡Lo hice! Me acosté con mi profesor y por más extraña que me sentí, él es maravilloso »

Me levanto envuelta en las sábanas, para luego recoger mi ropa. No quiero hacerle el feo con el desayuno, pero creo que mejor me vaya a mi casa, aunque esta sea muy cómoda.

Al salir de la habitación me adentro a un largo pasillo que para mi sopresa de la noche consta de cuatro cuartos. ¿Qué hacía un hombre así con una casa tan grande? ¿O los usaba de almacén. Les vuelvo a restar importancia y avanzo a la salida.

El agua de mi ducha es tan refrescante, cada que acaricia mi piel me relaja de tal manera que los recuerdos de nuestra noche invaden mi mente. Algo en mi interior se remueve al sentir sus labios sobre mi piel, tiernos, delicados. Me trató con tanta fragilidad que me hizo sentir de porcelana. Me sentí tan bien en sus brazos que me odié por haberlo comprado con Christopher. Soy una estúpida, lo sé, en toda mi vida no he hecho más que estupideces, y aún así nunca aprendo.

Cierro el grifo y salgo envuelta en una toalla. Me veo al espejo, ahora mi cabello está más oscuro y algo rizado, mis ojos tienen las claras señales de haber trasnochado y mi piel, mi piel ya borró las huellas de Christopher y ahora estoy marcada por Morgan. Mi corazón se acelera de solo pensarlo, una sonrisa invade mi rostro y con la mente en las nubes regreso a mi habitación.

Es sábado, no tengo nada que hacer, por lo que después de vestirme tomo un ligero desayuno, me bebo mis pastillas y me acomodo en mi sofá revisando mi teléfono por algún mensaje o distracción. Hace mucho que no me siento tan relajada, sin cargas innecesarias y con una tranquilidad inquebrantable, ni me importa el hecho de que él me haya reconocido, ni su actitud de mierda al hacerlo. Ese maldito se podría ir al mismísimo infierno porque ahora pasaría a esa lista de indeseables de la que me olvido con frecuencia.

«¡Hola!...» mi teléfono vibra con un mensaje de Mario. Rápidamente entro a su chat.

«¿Ya estás mejor?...» Tarda en responder.

«Sí...»

«¿Quedamos en la heladería? pueden ir también las chicas» propongo, pues el día de hoy será muy caluroso. Además, necesitamos hablar.

«Bien...»

CHRISTIAN

« ¡Christian, ven!...» a veces era difícil entender si estaba molesta, feliz o tranquila, su voz siempre sonaba con la misma frialdad, y aún así nunca me dio miedo. « Te compré algo de mi último viaje...» una casi invisible sonrisa se dibujó en sus labios haciéndola ver más bella. «¿Te gusta?...» Me mostró una cámara de último modelo. Mis enormes ojos, por aquel entonces, de un gris puro e inocente, se abrieron de la sorpresa y emoción.

« No tenías porqué...» casi chillé mientras las ganas de abrazarla me mataban. Ella era diferente y sus diferencias limitaban las muestras de afecto, a no ser que ella las iniciase.

«Nada más verla supe que era para ti, pequeño...» amplio su sonrisa y removió mi cabello. Por unos segundos vi una pequeña luz en su alma corrompida, la cual desapareció de inmediato.

Ojalá nunca me hubiera dado ese maldito regalo.

«¡Suéltame!...» la voz de un débil, era débil y me obligaron a crecer.

« ¡Mátala!» una demanda que jamás saldría de mi cabeza...

¿Cómo de impotente era y cómo de diablo soy ahora?.

« ¿Te acuerdas de esto?...» la satisfacción de sostener por fin un arma cargada y tener la fuerza y determinación para usarla.

Charlotte siempre hablaba de la satisfacción que generaba el miedo y terror de nuestros títeres, la forma en la que rogaban, como caían sus lágrimas de desesperación, su voz quebrada. Siempre lo rechacé, pero entonces la sentí y fue maravillosa.

« Christian, por favor... Tú no eres así...»

« ¿No te gusta esta versión de mí?...» esos ojos que siempre consideré mi refugio ahora solo eran mi primer objetivo.

« No quieres hacerme daño...» su seguridad era tan cierta como molesta. No quería lastimarle, quería enterrar su maldito cuerpo entre las llamas de una enorme hoguera con él todavía respirando.

« Desearás que te mate, pero no lo haré... Sufrirás cada segundo de angustia, miedo, terror y desesperación que sufrí en vuestras manos, sentirás tanto dolor que vas a suplicar por estar muerto...» la sangre ya no me abrumaba, ahora se veía hermosa y más si era la suya.

« Me quieres, no vas a hacer eso...»

« Christian ya murió...» esa risa de desquiciado acompañó a la perfección la palidez y el miedo que reflejaba. « Tú morirás con él...»

Sus gritos, su maldita voz no se silenció por un tiempo, resistió cada tortura, resistió cada castigo con la fé intacta y acabó con tres balas en el pecho, una en la cabeza y el cuello separado del cuerpo.

- Christian...- la voz de Verónica invade las cuatro paredes en las que llevo encerrado toda la mañana. No soy capaz de salir, es como retroceder el maldito tiempo y lo odio. Mi cabeza no para de escuchar voces, sus jodidas voces.

Miro a la peliblanca por encima de mi hombro, no ha cruzado el marco, solo me observa de lejos. Sus enormes ojos azules son lo peor que puedo ver en este momento, y pensar que éstos se apagaron hace ocho años, que perdieron luz, brillo, vida...

«Voy a matarte...» el frío de ese cuchillo atravesando mi estómago me provocó un pequeño momento de incomodidad.

«Apártate de mi hijo...» que ironía que Meredith me defendiera mientras me desplomaba al piso.

«Estás muerto, Christian...» sus amenazas. Una persona cambiaba tan rápido como lo demandaba la vida. « Voy a darle tus restos a las ratas, acabarás peor que ella...

«Lo lamento...» fue lo único que salió entre sollozos.

- ¿Estás bien?...- se parecían tanto, tal vez por eso es que ambas eran inseparables, más que amigas y lejos de ser hermanas. Frías por dentro y por fuera, pero con pequeños puntos cálidos. Su pregunta no era por lo cotidiano, tenía un trasfondo. Sin embargo, no iba a responder con la verdad.

- Estoy vivo... ¿Cierto?...- pregunto prendiendo un cigarro. Inevitablemente mis manos tiemblan y ella lo nota.

- Supongo...- dice y me da la espalda. - Mandaré a uno de los míos para que controle el Golden esta noche, tú trata de no abandonar esta propiedad...- finge no estar preocupada y no sé si me molesta que se esté preocupando.

- Christopher ya mató a toda la familia... ¿Para qué seguir aquí?...- doy una calada fingiendo estar tranquilo.

- Porque nos cubrimos las espaldas...

«Nos cubrimos las espaldas» su voz, su promesa, su final.

¡Mierda!

La veo marcharse, no se voltea a verme de nuevo y lo agradezco, aunque al quedarme solo esas malditas voces regresan.

BÁILAME (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora