33. Su igual (+18)

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CHRISTOPHER

La boca de Maribel envuelve mi miembro con tanta profesionalidad que me hace pensar en que todo lo que me ha dicho hasta ahora es una mentira. Su melena color zanahoria cubre parte de su rostro, evitando que puedan ver esos ojos color verde que de alguna manera me atraen, su intensidad y al mismo tiempo sumisión, la forma en que entiende a la perfección que no puede ni debe alzar la mirada directamente y buscar la mía.

Juega con la punta, su lengua la rodea y luego se lo introduce por completo. Un jadeo involuntario sale de mi boca al mismo tiempo en que mi mano derecha avanza a su cabeza, acaricio su cabello, agarro su cabeza y moderno sus movimientos. Mi mente viaja a un punto de enorme exitación, no de esa que llega con el placer de sus lágrimas, sino de la maldita manera en la que me está haciendo el trabajo.

Agarro su cabello y lo aparto de su rostro echándolo hacia atrás. Su hermoso rostro queda al descubierto, una piel porcelana, tan pálida que grava cada golpe. Sus labios siguen saboreando mi miembro, acelerando mi respiración y haciendo que desee ver sus ojos.

- Mírame...- susurro con la voz más ronca de lo normal.

Ella obedece, alza la mirada sin detener sus movimientos. Esos enormes ojos verdes me observan con sumisión, deseando hacer más que eso, suplicando porque toque su cuerpo y la haga mí.

- ¿Quieres jugar?...- pregunto acariciando su cabello. Ella asiente con la cabeza, robándome una sonrisa casi invisible. - Levántate...- demando.

Maribel se aparta de mi entrepierna, no sin antes succionarla de una manera exitante. Se para ante mí, su cuerpo, prácticamente desnudo, solo está cubriendo su intimidad con una lencería minúscula. Sus senos, algo grandes, están sueltos, dejando ver claramente lo tenso que tiene los pezones. Bajo ambos senos está un pequeño tatuaje de mariposa con las alas rotas, seguido de un vientre plano y una cintura de avispa. Su cabello cae hasta su cintura, casi rozando su trasero. Y sus largas piernas, capaces de envolver mi cuerpo con firmeza mantienen un ligero temblor, como si ya no pudiera contenerse.

- Quítate las bragas...

Ella sonríe dulcemente, acaricia sus costados con lentitud hasta alcanzar el inicio de esa tela tan fina. En un pequeño baile sensual se termina de desnudar para mí, muestra la prenda y la deja caer al piso.

Me levanto de mi sofá de cuero negro, tomando de la mesa que está a mi derecha unas esposas. No tengo ni que decírselo, ella se voltea con las manos a sus espaldas, dejando libres y bien preparadas sus muñecas. Eso me hace sonreír, sujeto sus muñecas y aprieto las esposas hasta que gime de dolor.

- ¿Siempre serás tan obediente?...- le susurro al oído mientras beso su cuello. Ella jadea, todo su cuerpo tiembla y asiente con la cabeza.

Tomo la pequeña cinta roja de la misma mesa y con cuidado le cubro los ojos. Me encantan sus ojos, pero no cuando me la estoy cogiendo, puedo ver su placer y no quiero hacerlo.

- Maribel...- acaricio su cuello tiernamente para luego sujetarlo con fuerza y hacer presión.

De una manera nada cuidadosa la empujo a la cama, su rostro golpea contra ella, quedando medio dormida, ya que sus piernas se quedan sobre el piso. Con meticulosidad reviso los distintos látigos que forman mi colección, su piel es tan blanca que con cada azote, no solo podré deleitarme con su llanto, también con ver cómo su cuerpo se marca bajo mi poder.

Al elegir uno, me quito la chaqueta y la dejo caer al suelo. Arreglo mejor mis mangas, para que sea más cómodo para mí y listo, agarro con fuerza el látigo.

- No quiero oírte llorar...- le aviso mientras acaricio su trasero, preparándolo para ser azotado.

Respiro tranquilamente, elevo el brazo y sin soltar su cintura doy el primer golpe, el sonido del látigo removiendo su piel coloniza todo el cuarto, rápidamente su nalga se marca. Ella retiene bien un grito, pero sí gime. Mi pecho sube y baja con solo eso, vuelvo a elevar el brazo y suelto otro golpe, esta vez más fuerte, tanto que grita. Su piel enrojece y se ve malditamente hermosa. Ladeo la cabeza, aprieto el látigo y golpeo de nuevo una y otra vez. Ella resiste las siete primeras veces, pero a partir de la octava comienza a sollozar. Su llanto me excita, no quiero oírlo, pero me excita tanto que tras el quinto golpe dejo caer el látigo y me quito la seda.

Rápidamente dejo caer mis pantalones y los bóxers, liberando de nuevo mi erección. Me acerco a uno de los armarios de la cómoda y agarro un preservativo, el cual me pongo con rapidez.

- Pequeña...- le susurro mientras me posiciono tras ella en esa enorme y alta cama. Agarro mi miembro y lo acerco a su agujero, acariciándolo antes de introducir la punta.

Con solo eso ella tiembla. Agarro con fuerza su cintura, observo su perfecta espalda y sin más entro de una sola embestida. Ella gime de dolor y placer, sus paredes me aprietan como siempre, y es que ella es malditamente extraña, cada que me la cojo parece que me estoy cogiendo a una virgen.

El cuarto se inunda inevitablemente del ruido que producen nuestros cuerpos al unirse y separarse, el sonido de mi palma golpeando contra su nalga, los gemidos y gritos de la pelirroja y mis jadeos. Ella ya se mojó, siempre lo hace primero, pero yo tengo más resistencia, quiero disfrutar de todo, llegar hasta lo más profundo de ella y satisfacer mis locos deseos.

La volteo quedando de frente, alzo sus piernas y me introduzco en ella de una sola embestida. Hundo mis manos entre sus muslos y su cintura, la obligo a inclinar la columna e inicio mi vaivén. Lágrimas recorren su rostro y empapan el pañuelo que cubre sus ojos, ese maldito pañuelo que es como una máscara. De nuevo caigo en el recuerdo de Jen, o como se llame. Ella vuelve a invadir mi mente, mientras acelero las embestidas. Sus malditos ojos deben ser una delicia en un momento como éste, la cogería duro, haciéndola temblar y sollozar en cada maldita embestida. La haría gritar como nadie nunca se lo hizo, ella iba a gritar mi maldito nombre...

- Christopher...- la voz de Mirabel me devuelve a la realidad, a ese cuerpo pálido, muy lejos de la piel morena de Jen. Pero más que a esa realidad, me enoja. Salgo de ella inmediatamente, enfriando cualquier deseo que ella me ha transmitido hasta ahora.

La pelirroja siente mi ausencia y se muerde el labio entendiendo su grave error. Quiere hablar, pero no sabe que decir, está aterrada.

- ¿Cuántas veces te lo debo repetir?...- la pregunto agarrando su larga cabellera. La obligo a sentarse, sus lágrimas se vuelven a apoderar de su rostro mientras busca su respuesta.

- Señor, yo...

- No dejes que mi nombre salga de tu sucia boca...- la reprendo estampando mi palma contra su rostro. Ella cae de nuevo a la cama, retorciéndose del dolor. Rápidamente mi palma se queda marcada en su mejilla y lejos de exitarme, me molesta. Doy unos pasos hacia atrás, recojo mis bóxers, me los pongo y me alejo definitivamente.

No pueden mantenerse calladas y no tratarme como un igual, siempre el mismo error.

BÁILAME (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora