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》Egon Peitz《
[NARRATIVA POR ÉL ]

Ha pasado dos días desde aquel maldito sueño. Y ciertamente no me siento bien. Es como si mi yo del pasado hubiese vuelto a mí y con mayor potencia. A la mañana siguiente al sueño, desperté con unas ganas incontrolables de golpear a alguien y matarlo.
Me froté los brazos para tratar de apaciguar aquella sensación y me quedé en la cama un rato más.
Una voz que había dejado de escucharla dentro de mi cabeza regresó y no he podido pararla.
》Eres un asesino. Tu "belleza oscura" es matar; no lo olvides《
Y me he puesto a pensar en Shelby y en lo que me diría si yo le contase lo que me estaba sucediendo. Ella había sido la persona que logró desaparecer aquella voz tediosa de mi cabeza y añoraba tenerla conmigo.

Sacudí la cabeza para alejar los malos pensamientos y me dediqué a tomar café con Elisabeth. Esa mañana opté por quitarme el collar y el anillo de Shelby para sentirme un poco más animado.
-Buen día, señor Peitz-me saludó el chico que era el encargado de cuidarme en mi habitación y lo miré con desasosiego. No le respondí al saludo y me miró con perplejidad-¿le sucede algo, señor?
-¿Qué te hace pensar que me sucede algo?-respondí a la defensiva y el chico parpadeó.
-Ha estado muy callado desde que recibió visitas.
-Estoy bien-espeté-ahora déjanos solos.
El chico, que hasta ese momento me percaté que desconocía su nombre, me envió una mirada con desdén y se retiró unos pasos para darnos privacidad a Elisabeth y a mí.
La bella mujer que tenía frente a mí, estaba absorta mirando el cielo con una gran sonrisa y por un breve momento se me figuró ver a Shelby en ella pero desistí. Me estaba volviendo loco de verdad.
-Mira el cielo-dijo Elisabeth sin atreverse a mirarme. Seguía emocionada mirando el maldito cielo.
-No me apetece, gracias-chasquee la lengua y me dediqué a contemplarla.
A pesar de que mi mal genio estaba a flor de piel, esa mujer me inspiraba ternura y un instinto protector.
Estuvimos un rato más juntos porque su cuidadora la llevó dentro al verla toser a causa del aire frío de la mañana.
Me quedé solo mirando el jardín y a los demás recluidos que pasaban el rato con sus familiares. Me estremecí un poco pero recordé que sentirme desdichado no me iba a llevar a nada, por lo que me levanté de la silla y busqué a mi cuidador que andaba a por ahí. Al verme, corrió hasta mí.
-¿A dónde va, señor Peitz?-me preguntó, con los ojos entornados.
-Si vuelves a decirme señor Peitz, te arrancaré la lengua-sisee-dime Egon.
La cara del chico palideció y asintió.
-Llévame al área de tenis. Necesito estirarme un poco.
Caminamos por todo el tedioso jardín fúnebre y nos situamos frente a la pequeña y sepulcral cancha de tenis que casi nadie utilizaba. Estiré los brazos por encima de la cabeza lo más que pude y oí crujir mis articulaciones.
Había pasado 20 años de mi vida sintiéndome miserable, triste y deprimido. Mi luto por Shelby Cash había terminado y era hora de retomar mi vida. Mi vida de siempre.
Tenía 45 años, más no 70, y aun podía recuperar mi físico y mi atractivo en poco tiempo. Así que voltee a ver a mi cuidador y este ladeó la cabeza con bastante confusión.
-¿Podrías dejarme solo una hora o dos?-le pedí de la manera más amable posible.
-No creo que sea...
-Mira, si quisiera haberme escapado de aquí, ya lo hubiera hecho-gruñí-y si quisiera verte muerto, ya lo estarías desde hace mucho tiempo.

Me causó gracia ver la cara horrorizada del chico. Extrañaba esas miradas aterradas cuando amenazaba a la gente y me sentí realmente bien.
-Estaré por aquí si me necesita, Egon-dijo por fin y se alejó con incertidumbre.
Cerciorandome de que se había largado, miré a todas partes por si había algún idiota por ahí y me quité la estúpida playera blanca. La tiré al suelo y toqué mi piel: Blanda y nada dura. Que decepción.

Respiré hondo y me coloqué boca abajo, mi pecho rozando el suelo y mis manos sujetando el peso de mi torso. Hice una mueca de cansancio al darme cuenta que mi maldito descuido provocó que mi cuerpo ya no estuviera ejercitado. Me sentía un anciano de 80 años.
Gruñí entre dientes y me obligué a hacer 20 lagartijas que dolieron hasta el infierno. Cuando por llegué a la última, mis brazos flaquearon y caí al suelo con el rostro, torso y brazos curtidos de sudor. Me faltaba el aire y estaba muy sofocado.
Tras recuperar el aliento, me di a la tarea de ejecutar otras 20 largatijas. Las cuales me costaron menos y sentí una inmensa felicidad por ello.
Luego de las lagartijas, a regañadientes me obligué a correr alrededor de la cancha más de diez veces, después hice sentadillas que dolieron como el infierno. Mis rodillas amenazaron con flaquear y resistí. Al poco rato me concentré en correr hacia el muro de cemento y de una patada girar al revés y volver a caer al suelo como solía hacerlo. Pero como sabrán, no funcionó y caí de espaldas sobre mi muñeca izquierda. Aullé de dolor y apreté la mandíbula. Sin embargo, a pesar del dolor punzante, volví a intentarlo seis veces más hasta que mi cuerpo reconoció lo que años atrás podía hacer y funcionó.
Logré que mis huesos y músculos volvieran a familiarizarse con el ejercicio rudo. Pero de ante mano sabía que en la noche el cuerpo me doleria como bendito y era una ganancia.
-¡Señor Peitz!-oí gritar a mi cuidador y volví el rostro sudoroso hacia él y lo fulminé con la mirada. Se detuvo abruptamente y se rascó el cuello-lo siento, Egon. Pero ya es hora de comer.
-Conozco el camino al comedor. Gracias-dije entre dientes y volví a centrarme en las vueltas que daría de nuevo por la cancha. Pero aun sentía la presencia de ese chico y gruñí.-¿no puedes dejar que haga las cosas yo solo?
-¿Qué le pasa? ¿Por qué actúa así? Usted es una persona muy diferente el día de hoy.
-No, hijo. Este es el verdadero Egon Peitz, el que conocías solo estaba de luto pero eso ha terminado-sonreí lobunamente- y si quieres que llevemos la fiesta en paz, no me molestes porque no me conoces en lo absoluto. Por cierto, ¿cuál es tu nombre?
-Ronnie-titubeó.
-Ronnie-repetí-haz el favor de... ¡Largarte de aquí!-vociferé.

Darker Beauty. Libro 2 (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora