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Veintiún años sin saber quién era mi padre.
Veintiún años viviendo en la pobreza extrema al lado de mi madre y trabajando desde muy pequeño para ayudarla.
Veintiún años manchandome las manos en peleas callejeras con el fin de tener dinero extra.
Veintiún años sin tener los privilegios de un chico de mi edad.
Y ahora que estoy a tres días de cumplir los veintidós, ocurrió un milagro: Mi padre biológico apareció en el avión en el que mi madre trabajó una sola vez, gracias al turno extra que ejecutó.
Yo me hallaba de vuelta del trabajo cuando ella me recibió con un fuerte abrazo y con los ojos llenos de lágrimas de felicidad.
-¿Qué ocurre?-pregunté con el ceño fruncido-¿de nuevo Michael te agredió? Si es así, déjame ir a buscarlo y... -lancé mi mochila al suelo y apreté los puños, decidido a irle a partir la cara a ese imbécil pero ella me volvió a abrazar.
-He encontrado por fin a tu padre, Henry-me dijo mi mamá, llorando silenciosamente en mi pecho.
-¿Qué?
Aquella única pregunta brotó de mis labios involuntariamente.
-Sí. Y está dispuesto a conocerte.

Lo primero que llegó a mí mente fue sorpresa, seguida de ira y desconfianza.
Era mucha casualidad que después de un largo tiempo mi padre volviera a aparecer.
-¿Cómo estás tan segura que lo has encontrado? Varias veces te equivocaste-le recordé con ironía.
Pero ella no me soltó.
-Egon Peitz-le oí decir-tu padre se llama Egon Peitz y este es su número de teléfono.
Me entregó una hoja arrugada con varios dígitos escritos en ella.
-Busca su casa. Rastrearlo, por favor-me suplicó.
Apreté la mandíbula y miré fijamente aquellos números en la hoja.
-¿No vas a llamarlo?
-Sí. Pero primero necesito que rastrees la dirección.
-Madre, ya no soy amigo de Tobías.
-Rastrea la dirección de su casa, ahora-masculló mi madre entre dientes. Había odio en su voz.
-De acuerdo, madre. Hablaré con Tobías para ver que puede hacer con estos dígitos.

Ella asintió y me regaló un beso en la mejilla mientras palmeaba mi pecho.
-Voy a llamarle más al rato y para ese entonces ya quiero tener la dirección-me ordenó y yo asentí.

La vi marcharse a su dormitorio. Recogí mi mochila del suelo y apreté la hoja en mi puño.
Fui a mi habitación a darme una ducha y a ponerme alcohol en los nudillos, puesto que había tenido una grandiosa pelea la noche anterior y me dolía el cuerpo como el infierno.
La sangre de mis oponentes tiñó el agua mientras resbalaba de mi cuerpo.
Al término de mi ducha caliente, me vendé los nudillos y cambiandome, llamé a Tobías, mi ex mejor amigo.
Y debo aclarar que lo estaba llamando por mi madre, no por mí. Porque si por mí fuera, jamás volvería a dirigirle la palabra a ese imbécil.
Me respondió luego de cuatros intentos y para ese entonces yo ya tenía la paciencia hasta el orto.
-¿Qué demonios quieres, Henry?
-No te llamo por gusto, Tobías. Pero necesito de tu ayuda.
-Mi ayuda ahora te cuesta $300 dólares.
-Te doy $150 dólares y un mes de protección. Ya sabes que siempre necesitas a alguien que te cuide el trasero-mascullé, abriendo una barra de granola.
-Eres un maldito cretino-espetó y se quedó en silencio unos segundos-¿Qué quieres que haga?
Sonreí.
-Ponte a trabajar en tu bebé. Porque necesito que rastrees una dirección con base a una serie de números.
-¿Es número telefónico?
-Exactamente.
-Entonces dictame. Ya estoy frente al monitor.

Le dicté los números con lentitud, y al hacerlo, pensé en colgar y esperar una respuesta pero al parecer, Tobías ya había terminado su trabajo porque aplaudió y cogió de nuevo el teléfono.
-Listo. ¿Tienes dónde anotar?

Detalladamente anoté la dirección de la casa de mi padre en la portada de una revista vieja de automóviles de la década de los 70's y rompí la hoja.
-Nueva York-dijo Tobías del otro lado del teléfono.
Y colgué.
Ya después me las arreglaría con él. Lo que importaba en ese momento era darle la dirección a mi madre.
Terminé de comer mi barra de granola y me eché la mochila de nuevo sobre el hombro y salí en busca de mi madre.
La encontré sentada en la isla de la cocina con el teléfono pegado a su oreja y varios suspiros de por medio.
-La dirección-dije con firmeza, tendiendole el trozo de revista en la isla-por lo que veo vive en Nueva York, del otro lado del mundo.
Dejé mi mochila sobre una silla y me aproximé a la nevera por un poco de jugo.
-Vas a ir a buscarlo, Henry-le oí decir y dejé de beber el jugo de naranja que en vez de disfrutarlo, lo sentí ácido-irás a Nueva York a conocer a tu padre.
-No tengo pasaporte-farfullé, apretando los puños a mis costados.
-Hablaré con Paulinne. Ella podrá ayudarnos a que viajes sin ningún problema-me explicó-ahora ve y arregla una pequeña valija. Hoy mismo te vas a buscarlo.
-¿Y qué le diré? No puedo llegar así como así. Además, no lo conozco.
-Entregale esta carta-susurró, sacando de su falda una hoja doblada en dos-y dile que eres Henry Wilde, su hijo. Él sabrá que hacer.
-¿Estás deshaciendote de mí?-inquirí. A decir verdad, esa idea me había estado rondando en mi cabeza desde que cumplí los dieciocho y en este momento llegué a la conclusión que sí. Mi madre ya no quería tenerme más a su lado.
-Desde luego que no-me contestó, sin mirarme a los ojos-es solo que ya es tiempo que pases tiempo con tu padre.
-¿Qué te cuesta decir que ya no me quieres a tu lado? Puedo buscar donde vivir yo solo sin necesidad de conocer a ese señor que dices que es mi padre-objeté.
-¡No, Henry, no!-exclamó contrariada-es la obligación de un padre hacerse cargo de su hijo.
-Solo fue una vez que estuvieron juntos, madre. Él no tiene la culpa. Nadie la tiene.
-¡Él tiene dos hijos más aparte de ti y son gemelos! Si se hizo responsable de ellos, también debe serlo contigo.
-Probablemente esos chicos son hijos dentro de un matrimonio...

Darker Beauty. Libro 2 (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora