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Egon se quedó ensimismado luego de aquella confrontación careciente de sentido por culpa de ese papel que tenía escrito el número telefónico de una tal Sonya. No conocía a Roch, pero estaba seguro que esa información la había estado ocultando de él, ya que incluso notó la incomodidad de los gemelos al momento de leer ese nombre.

Le dolía la cabeza, y no era por el cansancio, sino por el sinfín de dudas que se habían arremolinado en su mente. Pensó seriamente en tomarse dos pastillas que le recomendó el doctor Strom, pero declinó la idea. Él jamás se tomaría algo que viniera de ese hombre, así que, con sigilo, se levantó de la cama, cogió la botella de pastillas y fue al baño. Las dejó caer todas al retrete y se mojó la cara con una sola mano. Adam se quedó a dormir con él en la cama, pero no se despertó.

¿Qué estaba pasando? Si tan solo no estuviese herido, todo sería más fácil.

Volvió a su cama, grande y suave, y cerró los ojos. Esa habitación era la más grande de la casa, donde Roch y su esposa solían dormir, sin embargo, Egon no se atrevió a protestar, así que agradeció su estadía.

Roch era un buen hombre, no le hacía falta comprobarlo más.

La noche pareció ser larga y lúgubre. El aire que entraba por la ventana le causó escalofrío. Volvió el rostro a su hijo, quién dormía tranquilamente y se levantó a cerrar los cristales.

El brazo entero que tenía lastimado era con el que más ejercía fuerza, por lo que tardó alrededor de cinco minutos cerrar la ventana y volver a acostarse.

Al día siguiente, él fue el primero en despertarse.

Checó el reloj de la pared, donde las manecillas marcaban furiosamente las 6:45 de la mañana y se sentó.

Tenía demasiada hambre y dolorosos calambres le dieron a entender que tenía que comer algo o si no se volvería violento.

Buscó las sandalias que Roch le había comprado para andar por casa por comodidad y salió al pasillo. Encendió algunas luces y bajó poco a poco la escalera, en dirección a la cocina.

Desde que salió del hospital, su cuerpo comenzó a exigirle comida, comida de verdad y no porquerías de enfermo que le obligaban a comer.

Llegó a la cocina y abrió la nevera: Aun quedaba la última hamburguesa de la noche anterior y sintió una satisfacción inexplicable.

La calentó en el microondas y se sentó sobre la isla de la cocina a devorársela; y mientras lo hacía, el nombre escrito en ese papel volvió a su mente.

Sonya Di Lorenzo. Residía en Roma, y estaba su número telefónico. No entendía por qué esa mujer podría cambiar el mundo o quizás Roch se refería a su vida.

Probablemente era una persona encubriendo su nombre con otro.

Se encogió de hombros y se lavó la mano, satisfecho.

En esa casa no había nada más que hacer que tumbarte en el sofá y ver televisión, así que lo hizo. Encendió la TV y comenzó a ver un programa acerca del embarazo no deseado en adolescentes donde un grupo de personas se tomaron la molestia de salir a las calles para entrevistar a diferentes chicas de 15 a 18 años acerca de ese tema. Egon frunció el ceño al escuchar sus respuestas: "Tener un hijo es una bendición, sea deseado o no" "Tengo una amiga que tiene tres hijos y tiene diecisiete años. Sus bebés son hermosos".

-Tal parece que los tiempos siguen igual. Que tragedia—murmuró entre dientes, cambiando de canal con una mueca de desagrado.

No tardó tanto tiempo en hallar una película matutina y se acomodó entre los cojines.

Darker Beauty. Libro 2 (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora