¿Por qué casi me ahogo en el lago?
Mientras todos los galenos consultados dictaminaban el mismo desenlace, el chamán del pueblo, estoico, sentado en su mecedora y calado con el sombrero de matusalem, sin mediar palabra, me señaló un lugar fuera de su choza de láminas oxidadas que, con el sol en su zenit me recordaba un sauna; un lugar más allá de las copas de los árboles, donde debía sumergirme desnudo, aguantar la respiración en tres ocasiones, cada vez por más tiempo, hasta que sintiera que mis pulmones explotarían.
Entonces descubriría la verdadera salud: la de la resistencia a la enfermedad.